Eva Perón - La razón de mi vida

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"Leer o releer este libro es, sin duda, siempre, una buena idea.La razón de mi vida es una proclama del amor más sublime, unido a una clara concepción sobre el poder. El de Evita pueblo, Evita combatiente, Evita compañera, ¡Santa Evita!Un destello hacia el refulgente esplendor de la eternidad" (Mónica Litza).
La
Colección Cabecita Negra
se propone poner al alcance del público lector textos fundamentales del recorrido argentino político, social, cultural y económico cuyo propósito haya sido -y sea todavía hoy- contribuir para mejorar la vida de las mujeres y los hoombres que integran esa
secreta intimidad llamada pueblo.

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Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un cóndor, ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y magnífica inmensidad de mi pueblo.

Por eso, ni mi vida ni mi corazón me pertenecen, y nada de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón.

Pero yo no me olvido, ni me olvidaré nunca, de que fui gorrión ni de que sigo siéndolo. Si vuelo más alto es por él. Si ando entre las cumbres, es por él. Si a veces toco casi el cielo con mis alas, es por él. Si veo claramente lo que es mi pueblo y lo quiero y siento su cariño acariciando mi nombre, es solamente por él.

Por eso le dedico a él, íntegramente, este canto que, como el de los gorriones, no tiene ninguna belleza, pero es humilde y sincero, y tiene todo el amor de mi corazón.

Eva Perón

PRIMERA PARTE

LAS CAUSAS DE MI MISIÓN

I

UN CASO DE AZAR

Mucha gente no se puede explicar el caso que me toca vivir.

Yo misma, muchas veces, me he quedado pensando en todo esto que ahora es mi vida.

Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar... ¡esa cosa rara e inexplicable que no explica tampoco nada!

No. no es el azar lo que me ha traído a este lugar que ocupo, a esta vida que llevo.

Claro que todo esto sería absurdo como es el azar, si fuese cierto lo que mis supercríticos afirman cuando dicen que de buenas a primeras yo, “una mujer superficial, escasa de preparación, vulgar, ajena a los intereses de mi Patria, extraña a los dolores de mi pueblo, indiferente a la justicia social y sin nada serio en la cabeza, me hice de pronto fanática en la lucha por la causa del pueblo y que haciendo mía esa causa me decidí a vivir una vida de incomprensible sacrificio”.

Yo misma quiero explicarme aquí.

Para eso he decidido escribir estos apuntes.

Confieso que no lo hago para contradecir o refutar a nadie.

¡Quiero más bien que los hombres y mujeres de mi pueblo sepan cómo siento y cómo pienso...!

Quiero que sienta conmigo las cosas grandes que mi corazón experimenta.

Seguramente, muchas de las cosas que diré son enseñanzas que yo recibí gratuitamente de Perón y no tengo tampoco derecho a guardar como un secreto.

II

UN GRAN SENTIMIENTO

He tenido que remontarme hacia atrás en el curso de mi vida para hallar la primera razón de todo lo que ahora me está ocurriendo.

Tal vez haya dicho mal diciendo “la primera razón”; porque la verdad es que siempre he actuado en mi vida más bien impulsada y guiada por mis sentimientos.

Hoy mismo, en este torrente de cosas que debo realizar, me dejo conducir muchas veces, casi siempre, más por lo que siento que por otros motivos.

En mí, la razón tiene que explicar, a menudo, lo que siento; y por eso, para explicar mi vida de hoy, es decir lo que hago, de acuerdo con lo que mi alma siente, tuve que ir a buscar, en mis primeros años, los primeros sentimientos que hacen razonable, o por lo menos explicable, todo lo que es para mis supercríticos un “incomprensible sacrificio” que, para mí, ni es sacrificio, ni es incomprensible.

He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia.

Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente.

Recuerdo muy bien que estuve muchos días tristes cuando me enteré que en el mundo había pobres y había ricos; y lo extraño es que no me doliese tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos.

III

LA CAUSA DEL “SACRIFICIO INCOMPRENSIBLE”

El tema de los ricos y de los pobres fue, desde entonces, el tema de mis soledades. Creo que nunca lo comenté con otras personas, ni siquiera con mi madre, pero pensaba en él frecuentemente.

Me faltaba, sin embargo, todavía, dar un paso más en el camino de mis descubrimientos.

Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes.

Me faltaba conocer todavía la tercera dimensión de la injusticia.

Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles.

Un día oí, por primera vez de labios de un hombre de trabajo, que había pobres porque los ricos eran demasiados ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte.

Relacioné aquella opinión con todas las cosas que había pensado sobre el tema... y casi de golpe me di cuenta que aquel hombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento, “sentí”, que era verdad.

Por otra parte, ya en aquellos tiempos creía más en lo que decían los pobres que los ricos porque me parecían más sinceros, más francos y también más buenos. Con aquel último paso había llegado a conocer la tercera dimensión de la justicia social.

Este último paso del descubrimiento de la vida y del problema social lo da indudablemente mucha gente. La mayoría de los hombres y mujeres saben que hay pobres porque hay ricos, pero lo aprende insensiblemente y, tal vez por eso, les parece natural y lógico.

Yo reconozco que lo supe casi de golpe y que lo supe sufriendo y declaro que nunca me pareció ni lógico ni natural.

Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán de estos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente.

Nunca pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sin indignarme, y pensar en ella me produjo siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar.

Ahora pienso que la gente se acostumbra a la injusticia social en los primeros años de la vida. Hasta los pobres, que la miseria que padecen es natural y lógica. Se acostumbra a verla o sufrirla, como es posible acostumbrarse a un veneno poderoso.

Yo no pude acostumbrarme al veneno y nunca, desde los once años, me pareció natural y lógica la injusticia social.

Esto es tal vez lo único inexplicable de mi vida; lo único que ciertamente aparece en mí sin causa alguna.

Creo que, así como algunas personas tienen una especial disposición del espíritu para sentir la belleza como no la sienten todos, más intensamente que los demás, y son por eso poetas o pintores o músicos, yo tengo, y ha nacido conmigo, una particular disposición del espíritu que me hace sentir la injusticia de manera especial, con una rara y dolorosa intensidad.

¿Puede un pintor decir por qué él ve y siente los colores? ¿Puede un poeta explicar por qué es poeta?

Tal vez por eso yo no pueda decir jamás por qué “siento” la injusticia con dolor y por qué no terminé nunca de aceptarla como cosa natural, como lo acepta la mayoría de los hombres.

Pero, aunque no pueda explicarse a sí mismo, lo cierto es que mi sentimiento de indignación por la injusticia social, es la fuerza que me ha llevado de la mano, desde mis primeros recuerdos, hasta aquí... y que esa es la causa última que explica cómo una mujer que apareció alguna vez a la mirada de algunos como “superficial, vulgar e indiferente”, pueda decidirse a realizar una vida de “incomprensible sacrificio”.

IV

ALGÚN DÍA TODO CAMBIARÁ

Nunca pensé, sin embargo, que me iba a tocar una participación tan directa en la lucha de mi pueblo por la justicia social.

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