Salvador Juan - La Escuela Francesa de Socioantropología

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Este volumen aborda la historia intelectual o sociológica de la Escuela Francesa de Socioantropología más allá de la cronología, subrayando la elaboración colectiva de un pensamiento, una manera de enfocar el mundo social y los hechos aplicable ayer como hoy. Una aproximación a la obra y la irradiación de autores como Durkheim, Mauss, Simiand o Halbwachs, Balandier, Gurvitch, Duvignaud o Dominique Schnapper, a creaciones como ?L?Année sociologique?, a una aventura intelectual, y a hondas repercusiones sociales y políticas que han dejado una impronta inconfundible en la Francia contemporánea. En este libro se reconstruyen los orígenes intelectuales, la génesis y el desarrollo hasta sus prolongaciones actuales, de una corriente de pensamiento e investigación social determinante en la sociología francesa y, por ende, europea.

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Sin embargo, se sabe que Saint-Simon opuso la economía a la política igual que oponía, en su alegoría, las «industriosas abejas» a los «avispones», esto es, los nobles o los militares napoleónicos, también calificados de sanguijuelas. Y, por otra parte, Jean Jaurès declaró que «Saint-Simon había previsto el gran capitalismo pero lo había trasfigurado magníficamente en socialismo». 24 En cambio, en el prefacio a una selección de textos de Saint-Simon, Georges Gurvitch –cuya notable importancia para la continuación de la EFSA tras la Segunda Guerra Mundial veremos en el último capítulo– critica en este punto al fundador de nuestra escuela, pese a que le apoya en general. 25 Considera Gurvitch que Durkheim no vio que los verdaderos sucesores del Saint-Simon sociólogo fueron Proudhon y especialmente Marx. Para él, Saint-Simon fue «el más realista de los ‘utópicos’ y el más utópico de los sociólogos». Gurvitch piensa que Saint-Simon cambió de ideal a lo largo de las diferentes etapas de su vida:

En primer lugar, máxima productividad industrial vinculada a un utilitarismo de inspiración benthamiana, que da a los científicos el poder espiritual y a los empresarios-industriales el poder temporal; luego, planificación basada en la «pirámide industrial», encabezada por «líderes a pie de obra» –una tecnocracia, pues, aunque liberal, porque «la administración de las cosas reemplazará al gobierno de las personas», y los productores-obreros disfrutarán ampliamente de una abundancia cada vez mayor; por fin, en sus últimas obras, Saint-Simon predica la unión del amor y del trabajo gracias a la cual los proletarios se convertirán en «miembros societarios» y en «administradores» (Georges Gurvitch, 1965).

Subrayaremos dos elementos importantes en los textos de Saint-Simon: en lo que llama la fisiología general, el hecho de situarse por encima de los individuos, ya que para él la reunión de los hombres es un auténtico ser, otro y específico; y en su último texto, dedicado a la Organización social (1825), 26 el de declarar que hay «pruebas de que los trabajadores franceses son capaces de administrar correctamente sus propiedades», diciendo de ellos que se trata de la clase más numerosa, compuesta por «hombres cuya inteligencia está suficientemente desarrollada y cuya capacidad de previsión es lo suficientemente saludable para que sea posible, sin inconvenientes, establecer un sistema de organización que les admita como socios».

En cuanto al padre de la palabra «sociología», Auguste Comte, quien se libera de su tutor a partir de 1820, su pensamiento es igualmente ambivalente y ambiguo pero nos lleva mucho más directamente a las ciencias sociales. Comte es conocido por su esquema evolucionista denominado «ley de los tres estados» (teológico, metafísico y positivo); es decir, por los reinados sucesivos de la religión, del conocimiento filosófico más bien retórico y finalmente de la ciencia positiva, que desembocan en el conocimiento supremo de la sociedad por sí misma, del que la sociología sería una de las condiciones principales, quizás la apoteosis. Es también él quien coloca importantes jalones de relevancia epistemológica y metodológica, refiriéndose, precisamente, a esta nueva disciplina. Hay que tener particularmente en cuenta un precepto del que Durkheim hará casi un dogma: «ningún hecho social podrá tener significado como verdad científica sin que sea inmediatamente relacionado con algún otro hecho social» (Comte, 1839, lección 48.ª, p. 163). Con la ayuda de esta idea clave y focal, los durkheimianos introducirán en la sociología el postulado según el cual un hecho social no puede explicarse sino por otro hecho social.

Es difícil resumir en pocas líneas las aportaciones de los diferentes textos de Comte, ya que los temas evocados por él son muy numerosos. Aquí cabe indicar sobre todo lo que influirá más en la EFSA. Por ejemplo, es probable que la actitud bastante tradicionalista de Durkheim en cuanto a las desigualdades sociales se origine en Comte (en su libro El sistema de política positiva ): nunca consideró necesario reducirlas, ya que las veía indisociables de la división del trabajo, es decir, del progreso; proponía en cambio más justicia social a través de una movilidad social favorecida por la educación «universal».

Aunque, como hemos sugerido más arriba, se puede hablar de un evolucionismo predarwiniano en Comte, también debemos tener en cuenta que está impregnado (al contrario de Darwin) por un fuerte humanismo. Un humanismo que lo opone a los utilitaristas y a los individualistas «liberales» (en el sentido contemporáneo de la palabra) cuando considera –Durkheim lo seguirá por esta vía– que los sentimientos benévolos y desinteresados son propios de la naturaleza humana. La oposición al individualismo descansa parcialmente en la crítica de lo que Comte llama el pensamiento teológico, cuya naturaleza sería individual. La salvación individual favorecería pues el individualismo:

Para la fe, sobre todo monoteísta, la vida social no existe, por falta de una meta propia; la sociedad humana no puede entonces representar inmediatamente nada más que una simple aglomeración de individuos, cuya reunión es casi tan fortuita como pasajera y que, ocupados cada uno exclusivamente de su salvación, sólo conciben la participación en la del prójimo como un poderoso medio de merecer la suya propia (…). El espíritu positivo, por el contrario es directamente social, en todo lo posible (…), el hombre propiamente dicho no existe, 27 solo puede existir la Humanidad, puesto que todo nuestro desarrollo se debe a la sociedad en cualquier aspecto que lo consideremos (Comte, Discurso sobre el espíritu positivo , Ed. Sarpe, 1984, pp. 116-117).

Además de las declaraciones que definen el humanismo como una forma de altruismo, Comte tiene fe en una mejora, según él inevitable, de la condición humana (lección 48.ª, p. 111). Es también uno de los que discrepan de la identificación o amalgama de progreso humano y progreso de la producción (idea a la que Durkheim será muy sensible). Aunque, para él, el desarrollo social no es un juego de suma cero y las riquezas pueden ciertamente aprovecharse, la mencionada identificación es incorrecta. El fragmento siguiente forma parte, en este sentido, de un razonamiento que, sin ser todavía antiproductivista, sí se enfrenta al menos a un progresismo sumario: 28

El concepto general de la progresión social sigue siendo esencialmente vago e indeterminado y, por lo tanto, radicalmente dudoso. Las ideas incluso son hoy lo bastante poco avanzadas sobre este tema fundamental para que una confusión capital que, a los ojos de verdaderos científicos, debería parecer extremadamente grosera, no haya dejado aún de dominar habitualmente a la mayoría de los espíritus actuales: quiero hablar de ese sofisma universal (…) que consiste en confundir un aumento continuo con un aumento ilimitado; sofisma que, para vergüenza de nuestro siglo, sirve casi siempre de base a las estériles controversias sobre la tesis general del progreso social que a diario vemos reproducirse (Comte, 1839, lección 47.ª, p. 45).

En la lección número 48 se subraya también la idea según la cual (pp. 164-165), al lado de las comparaciones, la sociología trabaja con observaciones y con experimentaciones. Con respecto a la observación, Comte escribe que puede ser autorreferenciada: «cualquier espíritu racional, preparado por una educación conveniente, podrá llegar, después de suficiente ejercicio, a convertir instantáneamente en preciosas indicaciones sociológicas las impresiones espontáneas que recibe de casi todos los acontecimientos que la vida social puede ofrecerle». Cada uno de nosotros podría observarse pues y sacar de esto conocimientos científicos… En cuanto a la experimentación, aunque sería «moralmente admisible», no puede traducirse en «alteración» controlada del fenómeno social, ya que la técnica experimental pura es inadecuada en el estudio de los hechos sociales a causa «de la imposibilidad de aislar suficientemente ninguna de las condiciones ni ninguno de los resultados del fenómeno». Esto es de una importancia capital: la cláusula ceteris paribus , la fórmula «todas las demás cosas iguales», tan frecuente en los protocolos basados en técnicas cuantitativas y en los textos de autores utilitaristas, es absurda para los sociólogos, ya que los atributos sociales son básicamente «impuros», interpenetrados los unos por los otros, y no se pueden aislar de su contexto sin que se pierda gran parte de su esencia. A este respecto, podemos proponer aquí una breve digresión sobre las sociologías opuestas al protodurkheimismo que existían entonces en Francia, sobre autores que no perciben las consecuencias de este argumento epistemológico.

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