-“¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!”.
El anciano y el niño optaron por cargar al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:
-“Nunca hemos visto gente tan tonta. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!”.
Al dejar el último pueblo, el anciano y el niño ya no sabían cómo enfrentar la próxima aldea, las críticas los habían confundido, así que se sentaron frente a un río, y al mirar el reflejo de sus rostros en el agua, comprendieron que estaban solos, que su camino dependía únicamente de ellos, que para continuar debían seguir su propia intuición, vivir sus propias experiencias. Porque al escuchar permanentemente las opiniones de los demás, uno debe obligadamente discernir entre la crítica constructiva, la crítica injusta, y la mala intención, o terminará confundido y lastimado.
Nunca debe dejar de importarnos lo que la gente nos diga, siempre necesitamos de la crítica y del incentivo de los demás.
No se trata de pasar por alto las opiniones, se trata de saber escucharlas. Muchas nos ayudan a mejorar, a corregir nuestro camino, a aprender.
11.
En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami. Incapaz de aceptar aquello, la mujer corrió de una persona a otra en busca de una medicina que devolviera la vida a su hijo. Le dijeron que Buda la tenía.
Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y le preguntó:
“¿Puedes preparar una medicina que resucite a mi hijo?”.
“Conozco esa medicina” -contestó Buda- “Pero para prepararla necesito ciertos ingredientes”.
“¿Qué ingredientes?” -preguntó la mujer, aliviada-.
“Tráeme un puñado de semillas de mostaza” -le dijo Buda-.
La mujer le prometió que se las procuraría, pero antes de que se marchase, Buda añadió:
“Necesito que las semillas de mostaza procedan de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente”.
La mujer asintió, y empezó a ir de casa en casa, en busca de las semillas. En todas las casas que visitó, la gente se mostró dispuesta a darle las semillas, pero al preguntar ella si en la casa había muerto alguien, se encontró con que todas las casas habían sido visitadas por la muerte; en una había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido o uno de los padres. Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo, y fue a ver a Buda, quien le dijo con gran compasión:
“Creíste que sólo tú habías perdido un hijo; la ley de la muerte es que no hay permanencia entre las criaturas vivas”.
La búsqueda de Kisagotami le enseñó que nadie se libra del sufrimiento y la pérdida. Ella no era una excepción.
Esa comprensión no eliminó el sufrimiento inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo el que deriva de luchar contra ese triste hecho, y por sobretodo le permitió reponerse y ser feliz.
12.
Cierta vez un rey tenía un problema muy grave, veía que cada vez que nacía una criatura, se moría alguien del reino.
El rey, desconsolado, decidió alejarse.
Ministros y emisarios intentaron infructuosamente convencerlo para que retornara. Hasta que un día apareció un bufón, cuya magia consistía en ponerse boca abajo y decir algún adagio simpático y verdadero.
Enterado el bufón de la tragedia, quiso saber dónde estaba el rey para ir a visitarlo, con la promesa de traerlo de regreso.
Debido a su insistencia, lo dejaron partir.
Al poco tiempo el bufón volvió con el rey.
Ante la pregunta de cómo lo había conseguido, contestó:
“Hice lo de siempre: Me puse boca abajo y le dije:
Tú interpretas mal lo que te ha sucedido. En vez de pensar que cada vez que nace un niño, muere una persona, deberías pensar que antes que alguien muera, ya hay alguien que lo pueda sustituir.
Tú deberás ver el problema justamente al revés, ya que de esta forma tu reino nunca acabará”.
Esto convenció al rey: el ver la vida desde otra perspectiva.
13.
¿Un contratiempo?
Buena suerte.
Mala suerte
¿Quién sabe?
En un pueblo pequeño de la India vivía un labriego que tenía un caballo con el cual ganaba el sustento de su familia. Un buen día el caballo se escapó. De acuerdo con las costumbres de la India, los amigos del pueblo se reunieron para condolerse, con el señor, por su mala suerte.
Pero él dijo: “Mala suerte, buena suerte... ¿Quién sabe?”.
Pasados unos días, volvió el caballo trayéndose otros más. Los amigos se juntaron nuevamente para felicitarlo por su buena suerte.
Pero él otra vez dijo:
“Buena suerte, mala suerte... ¿Quién sabe?”.
Como uno de los caballos era chúcaro y no estaba domado, el hijo de este señor comenzó a domarlo. Durante esta faena el caballo le dio una patada, quebrándole la pierna.
Se juntaron los vecinos, pero el hombre dijo nuevamente:
“Buena suerte, mala suerte... ¿Quién sabe?”.
Pasaron unos días y se declaró una guerra en esa región de la India. Vino la gendarmería y se llevó a todos los muchachos de la aldea, menos a uno: el que tenía la pierna quebrada.
Y mientras los demás se encaminaban a la guerra, el hombre los miraba desde la lejanía mientras decía:
“Buena suerte, mala suerte... ¿Quién sabe?”.
14.
Érase una vez, en un lugar muy lejano -y al mismo tiempo cercano- hace muchos, muchos años -y al mismo tiempo ahora- un grupo de caballeros que viajaban en una noche oscura. Con sus caballos ya cansados, subían por una montaña pedregosa y escarpada.
El agotamiento y el desánimo se habían apoderado de todos los miembros del grupo.
Deseaban detenerse y dormir; pero el viaje no podía interrumpirse.
En ese momento, una voz muy fuerte, como un trueno, surgió de los cielos:
“Desmonten de sus caballos, llenen sus bolsas con las piedras del camino y continúen el viaje. Al amanecer sentirán alegría y tristeza al mismo tiempo”.
Algunos lo hicieron, otros no.
Unos cargaron muchas piedras, otros pocas y algunos ninguna.
Sin entretenerse demasiado, siguieron su viaje.
Al amanecer, tal como la voz les había anunciado, se encontraban alegres y tristes al mismo tiempo...
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