En la segunda parte, nos abocamos al análisis de cada una de las ocho Máximas Capitales que conforman la serie referida a la justicia. Pensamos que el marco adecuado de comprensión de cada una de ellas es la reflexión que Epicuro y sus seguidores efectúan sobre la génesis de la sociedad humana, el punto de vista político de la justicia y el valor ético-político que tiene para el sabio la obediencia a las leyes. Nuestra propuesta intenta alejarse de la lectura canónica, que establece un orden de derivación por el cual el hedonismo individualista y el utilitarismo tendrían, como efecto inmediato, el apoliticismo epicúreo. Por el contrario, entendemos que, a partir de los fragmentos, es viable interpretar que se trata de hedonismo ético, esto es, de una filosofía del límite, la cual expone una profunda reflexión política.
Desde un punto de vista epistémico, la prólepsis —segundo criterio de verdad— ha sido explicada en su función lógica y psicológica, pero no se ha reparado en su capacidad metodológica. En este sentido, hemos intentado exponer que estas Máximas Capitales que definen lo justo adoptan como modelo a la prólepsis, la cual se desempeña allí como un esquema conceptual que limita la posibilidad de las variaciones. Es decir que la prólepsis de lo justo funciona como un criterio de inferencia. Asimismo, en esta línea epistémica, apelamos a la teoría de los relativos del epicureísmo, la cual amplía las condiciones ontológicas de inteligibilidad de la justicia, puesto que permite afirmar que no es el resultado de una ficción derivada de un convenio subjetivo y relativista, sino el corolario de un acuerdo mutuo entre los hombres que garantiza la seguridad para el desarrollo de la vida de cada uno de ellos.
Así, queda a la vista que, en el caso específico de la justicia, la naturaleza no confronta con la convención. De modo tal que estas nociones no resultan excluyentes entre sí, sino que se articulan. Ello recibe plena confirmación a la luz del sistema filosófico general, el cual incluye —como ya se recordó— la canónica, la física y la ética.
— PRIMERA PARTE — El naturalismo epicúreo
Capítulo I
El pensamiento de la naturaleza en Epicuro
Para ilustrar los términos en que se solía caracterizar a Epicuro como un naturalista, puede partirse del testimonio, nada amable por cierto, que Timón ofrece del Maestro del Jardín, a quien alude con las siguientes palabras: “Este es el más reciente de los físicos y el más impúdico, este que viene de Samos, el hijo del maestro de escuela, el más inculto de los vivos”.12 Incluso con el descrédito que denota la expresión, queda a la vista que Epicuro había sido contado, ya en su tiempo, entre los filósofos de la naturaleza; dicha versión estaba muy alejada todavía del perfil de moralista con el cual se lo consagró posteriormente.
Sin embargo, a fin de alcanzar una adecuada comprensión del naturalismo epicúreo, debemos comenzar por desmontar la imagen de la naturaleza concebida como el espacio propio en que se desarrolla la vida del sabio. Esta visión llegó hasta nosotros, ante todo, a través de la Modernidad temprana, que ponderaba en un sentido bucólico los paisajes pintados por Lucrecio o la invitación de Horacio a vivir de modo natural.13
Más aún, la constelación de significaciones que opera en el campo semántico del término phýsis dentro de los fragmentos epicúreos contradice por igual a la visión de Epicuro como un hombre “inculto” y a la representación bucólica de la naturaleza. Así, observamos que, en el sentido técnico de la física epicúrea, phýsis designa de modo simultáneo a los átomos14 y a la naturaleza intangible del vacío (anaphés phýsis),15 que son los principios (arkhaí) o elementos (stoxeía) últimos de todas las cosas. Nombra, también, la estructura propia de los cuerpos compuestos16 y la de los agregados sutiles —ya se trate de los dioses17 o de los simulacros—,18 a la vez que refiere a las cosas tomadas como naturalezas completas19 —que existen en oposición a las propiedades y a los accidentes—20. Hacia el final de la Epístola a Heródoto, el término es utilizado, además, para caracterizar a la naturaleza como “la totalidad de las cosas” o “conjunto de la naturaleza”,21 a la cual Epicuro señala allí como el objeto de estudio propio de la physiología —filosofía natural—.22 Por último, el Maestro del Jardín se vale del término phýsis para distinguir entre los sentidos de ser una naturaleza y tener una naturaleza.23
En cuanto a su caracterización, la física epicúrea puede ser abordada mediante dos tesis que resultan compatibles entre sí. Por una parte, constituye una física atomista, pues postula que “todos los cuerpos, o bien son cuerpos pequeños indivisibles, o bien se componen de cuerpos pequeños indivisibles”. Recordemos que, ya en el inicio de la Epístola a Heródoto §40, se señalaba la existencia de cuerpos que son compuestos (sýnkriseis) frente a otros que son aquellos a partir de los cuales se forman los compuestos; estos últimos son indivisibles (átoma) e inalterables.24
Como adelantamos, los átomos han sido definidos por Epicuro como principios (arkhaí), ya que son los que constituyen la naturaleza de los cuerpos; al menos así lo presentaba cuando afirmó que “los principios (arkhaí) indivisibles (átoma) son necesariamente la naturaleza (phýsis) de los cuerpos (sômata)”.25 Este argumento atomista, erigido en piedra angular de la physiología epicúrea, es complementado, sin embargo, por el Maestro del Jardín, con otros esquemas que conforman la física materialista. Ambas tesis, la materialista y la atomista, deben ser memorizadas por los hombres a fin de desterrar los errores que conducen a la turbación del alma y al dolor del cuerpo.
De este modo, las seis proposiciones materialistas elementales quedaron establecidas por nuestro filósofo en el inicio mismo de la Epístola a Heródoto §39-§4426 de la siguiente manera:
1. Nada viene de lo que no es ni desaparece en lo que no es.27
2. El todo está compuesto de átomos y vacío, que son las únicas naturalezas completas, es decir, que son existentes per se.28
3. Entre los cuerpos, algunos son compuestos; otros son simples y resultan ser aquello de lo cual los compuestos están formados.29
4. El todo es infinito; infinito es el número de los átomos e infinita es la extensión del vacío.30
5. Las formas atómicas no pueden ser concebidas como infinitas.31
6. Los átomos se mueven constantemente y sin finalidad debido a la existencia del vacío.32
Estas proposiciones interdependientes —Epicuro las denominaba esquemas (týpoi)— no se limitan a explicar solo la composición de la materia, sino que dan cuenta de las razones por las cuales la physiología se constituye en el punto de partida necesario para inferir todo otro conocimiento referido a la naturaleza. En tal sentido, se confirma, una vez más, el carácter sistemático de la filosofía epicúrea y, por ende, la existencia de un vínculo indisociable entre su física, su canónica y su ética. La adecuada sustentación de la tesis “materialista”33 no debe conducir a soslayar, por tanto, la fuerza explicativa propia del principio inmaterial del vacío.
Consecuentemente, la ciencia de la naturaleza (physiología) queda formulada como la investigación de la causa (aitía) de los fenómenos fundamentales34 la cual está conformada por dos realidades contrarias: átomos y vacío. Mientras que los átomos son corpóreos e impenetrables, el vacío —que no puede actuar ni sufrir— es intangible;35 aún así, ambos principios operan en mutua correspondencia, sin que nunca el uno importe la exclusión del otro. Existe, además, aquello que se designa como propiedad (symbebekós) o accidente (sýmptoma) de los átomos. De esto resulta que las cosas, las inanimadas —como una piedra—, y hasta los dioses mismos, no constituyen sino cuerpos agregados (sýnkriseis) de átomos y vacío.
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