En 1977, la casita flotante se convirtió en un moderno edificio hospitalario, y en el programa de inauguración, el prefecto de la región pidió un minuto de silencio luego de expresar: “Cuando era niño enfermé gravemente, y hoy vivo gracias a la bondadosa atención de doña Ana; de otro modo nunca hubiera llegado hasta aquí para contarlo”. En 2018, 92 años después, tuve el privilegio de ver con mis propios ojos cómo la acción bondadosa de esta familia sigue cambiando vidas a través de la obra médico-misionera de lo que ahora es la Clínica Adventista Ana Stahl.
Al igual que Ana y Fernando Stahl, tú y yo somos escogidos por Dios para revestirnos de compasión y practicar la bondad hacia los demás. Quizá por ahora no tengas que viajar en barco tanto tiempo como ellos, pero sí puedes utilizar lo que Dios te da para ayudar a otros en el lugar donde estés.
Y quizá algún día, cuando seas más grande, Dios te escoja para ser un misionero en un lugar del mundo donde necesiten de ti. Los Stahl eran conocidos por una vida abnegada de bondad y amor hacia los demás. Y tú, ¿por qué quieres ser conocido? Magaly
9 de febrero
La tapita de la plastilina
“El segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento más importante que estos” (Marcos 12:31, NVI).
En una mudanza que nos tocó vivir, pudimos llevar muy pocas cosas. Tuvimos que vender la mayor parte de los juguetes de mis hijas. Mi hijita menor, Melissa, tenía tres años, así que le fue muy difícil separarse de sus cositas. Finalmente, cuando llegó la hora de armar las maletas, cada una tenía dos muñequitas, un osito de peluche, un par de rompecabezas... en fin, no era mucho. Pero habíamos guardado, nuevecitos, dos tarritos de plastilina.
Cuando llegamos a nuestro nuevo destino, un día Meli me acompañó a comprar vegetales, aferrada a su tarrito de plastilina. En el medio de la compra, se le cayó la tapita de plástico en un desagüe. Tanta pena le dio desprenderse de su pequeña tapita, que se puso a llorar. Yo di por perdida la tapita enseguida, pero Meli no paraba de llorar. ¡Los desagües tenían casi un metro de profundidad y encima tenían una reja pesadísima encima!
En ese momento, una de las vendedoras de vegetales se conmovió y le dijo: “No te preocupes, la vamos a sacar”. Y esta bondadosa señora se las ingenió para probar varios métodos diferentes. Finalmente, ató dos ramas, y en la punta de una de ellas pusimos plastilina. Cuando la tapita salió, después de unos veinte minutos, ¡Melissa estaba feliz! Y yo, muy agradecida a la señora de los vegetales por su ayuda.
¿Sabes? Ese pequeño gesto de bondad me marcó profundamente. ¿Valía la pena tanto esfuerzo por una tapita de plastilina? Para esta amorosa señora, sí, valía la pena. Valía la pena gastar tiempo, valía la pena esforzarse, idear nuevos métodos. Valía la pena demostrar bondad para con una niñita de tres años, desolada por la pérdida de su tapita.
Hoy quiero invitarte a pensar, ¿qué esfuerzo vale la pena para ti hacer, para ser bondadoso con los demás? ¿Te detendrías a ayudar a un niño pequeño? ¿Te molestarías en salvar un pajarito? ¿“Perderías tiempo” en consolar a alguien que llora? ¿Te quedarías sin recreo para explicarle matemáticas a un compañerito que no entiende?
Recuerda las palabras de Jesús: “A mí lo hicisteis”. Cuando ayudas con amor, cuando demuestras tu bondad, lo estás haciendo al mismo Jesús. Que él esté contigo hoy, mientras muestras bondad a todos aquellos con quienes te encuentres. Cinthya
10 de febrero
“Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Juan 15:12, NVI).
Florence Nightingale nació en 1820 en una familia rica e influyente. Aunque en esa época no era común que las niñas estudiaran, su padre mismo le enseñó italiano, latín, griego, filosofía, historia, literatura y matemáticas. Como una dama rica, bella, y preparada, cuando fue ya mayor recibió varias propuestas de matrimonio. En aquellos días se creía que la única misión de las señoritas era casarse y tener hijos. Pero Florence no aceptó ninguna propuesta de formar un hogar propio. Ella tenía un llamado que había recibido de Dios: el llamado a servir a otros. Florence quería ser enfermera.
En sus días, la enfermería era una profesión no muy bien considerada. Las enfermeras eran descuidadas, sucias y, a veces, hasta borrachas. Florence no solo se preparó como enfermera, sino que, más tarde, decidió transformar la profesión. Si has sido cuidado por enfermeras, habrás visto cuánta atención ponen en la limpieza y el cuidado del enfermo.
Cuando Florence llegó a un hospital de guerra en Crimea, en el año 1854, ella y sus enfermeras voluntarias encontraron ratas, heridas podridas, pacientes ebrios, y un gran desorden. Muchos pacientes morían. Florence y sus enfermeras se pusieron en acción. Poco a poco, los pacientes empezaron a mejorar. Los soldados, angustiados, enfermos y solitarios, comenzaron a llamarla “el ángel guardián” y “la dama de la lámpara”, pues Florence los visitaba de noche y de día, y brindaba amor y palabras animadoras a cada uno.
Al volver a Londres, lo que Florence había aprendido le sirvió para escribir un libro acerca de cómo debía ser el cuidado de los enfermos. Su bondad y dedicación cambiaron la historia de la enfermería. Y, ¡no solo de la enfermería! Años más tarde, Henry Dunant, el fundador de la Cruz Roja, reconoció la influencia de las ideas de Florence en su propia vida e ideas humanitarias. Hoy, muchas organizaciones de salud llevan el nombre de esta dama ejemplar, quien estuvo dispuesta a poner a un lado las comodidades de la vida para servir a otros.
No siempre servir a otros es fácil y cómodo. De hecho, la mayoría de las veces no lo es. Así como Dios llamó a Florence, hoy te llama a ti. ¿Hasta dónde estás dispuesto a ir por amor a otros? Te invito a inspirar a otros hoy con tu bondad y compasión, así como lo hizo Florence Nightingale. Cinthya
11 de febrero
“¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” (Mateo 18:33 u.p., NVI).
La vida está llena de contrastes: hay cosas grandes y cosas pequeñas; hay climas fríos y los hay cálidos; hay gente alta, pero también hay gente de baja estatura. Los versículos de hoy nos muestran contrastes entre valores y antivalores que traerán consecuencias felices o consecuencias tristes.
Un rey llamó a los administradores de su gobierno para que le presentaran su informe financiero. Cuando el rey escuchó el informe descubrió que había un saldo deudor. Inmediatamente mandó llamar al responsable.
–¡Me debes diez mil billetes! –dijo el rey muy furioso al hombre que estaba delante suyo con la cabeza gacha–. Tienes que pagarme hasta el último billete ahora mismo –continúo diciendo el rey.
–No tengo con qué pagarle, mi señor –contestó tímidamente el deudor.
El rey se enfureció aún más y ordenó que fuera vendido junto a su esposa y sus hijos, y con todo lo que tenía, para que con eso pudiera pagar algo de su tremenda deuda.
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