Manos de perdón. En Juan 8:11 se narra cómo un grupo acusaba a una mujer. El grupo esperaba ansioso la condena. Jesús escribió en la tierra los pecados de ellos y lentamente cada uno se retiró. Y ahí, Jesús expresó: “Ni yo te condeno, vete y no peques más” (Juan 8:11).
Manos poderosas. En Mateo 14 se cuenta un incidente conmovedor. Pedro comienza a hundirse en el mar, exactamente cuando deja de mirar a Cristo. Su Maestro le había dicho que fuese a él, y al principio todo iba bien. ¡Caminaba sobre las olas! Pero dudó, temió y finalmente clamó: “¡Señor sálvame!” Al instante Jesús le extendió la mano.
Manos de gloria. Después de resucitar al tercer día y de pasar cuarenta días con sus discípulos, era hora de ascender al Padre. Jesús podía ver la tristeza en el rostro de sus discípulos y, después de prometerles que volvería, “alzando sus manos, los bendijo” (Luc. 24:50).
Cuando en el cielo veamos esas manos con cicatrices, jamás olvidaremos cuánto hicieron en nuestro favor. ¿Quieres tocar esas manos?
Y tú, ¿cómo usas tus manos? ¿Están siempre dispuestas a hacer el bien a otros? Como dice el hermoso cántico: “Estas manos Dios me dio para que puedan servir...” ¡Estoy feliz porque un día, “mis manos se unirán a las de mi Salvador” ( Himnario adventista , Nº 497) para andar con él por la eternidad! Mirta
6 de febrero
“Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Salmo 91:11).
¿Recuerdas si alguna vez te perdiste? A veces los niños pequeños se pierdan en el parque, o en un supermercado. A veces solo pierdes de vista a tus padres o a quien esté contigo por unos pocos segundos, pero eso es suficiente para que tu corazón casi se detenga.
Una vez, con mi familia nos perdimos todos juntos. Nos habíamos subido al auto felices, preparados para disfrutar un día de paseo en Manila. Como la capital de las Filipinas es una ciudad enorme y no la conocíamos bien, decidimos pedir prestado un GPS a unos amigos. Si no lo conoces, un GPS es una maquinita que te indica dónde debes doblar con el auto para llegar a tu destino.
No tuvimos problemas para llegar, pero a la vuelta, el GPS no quiso funcionar por ningún motivo. Así que tuvimos que avanzar por donde nos pareció mejor. Preguntamos a muchas personas cómo encontrar nuestro camino nuevamente, pero nadie sabía guiarnos. En parte, porque no hablábamos el mismo idioma. Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos en un vecindario oscuro, totalmente perdidos.
Nuestras hijitas dormían, y mi esposo y yo decidimos orar pidiendo ayuda a Dios. Estábamos cansados, y ahora también preocupados. Apenas habíamos terminado de orar cuando un motociclista se estacionó a nuestro lado. Sentimos que Dios nos mandaba un ángel para ayudarnos. Él nos explicó cómo llegar y nos dibujó un mapa lo mejor que pudo.
Pero, ¡nos perdimos nuevamente! Cuando estacionamos otra vez para intentar descifrar dónde nos habíamos equivocado con el mapa, ¡apareció nuestro ángel personal, el motociclista! Esta vez, insistió en que lo siguiéramos, y nos condujo a una ruta que conocíamos perfectamente. ¡Qué alivio!
Después de darle muchas gracias, y de ofrecer pagarle por su ayuda, le dije, muy conmovida: “Hoy tú has sido nuestro ángel personal”. Él sonrió y se fue, satisfecho de habernos ayudado. ¿Sabes? Dios usa personas como tú y yo para ser de bendición para otros. Pídele a Jesús que hoy te ayude a ser un “ángel” para otros; y a ayudar (¡incluso dos veces!) a quien lo necesite. Cinthya
7 de febrero
El valor de un pequeño acto
“Sean compasivos, así como su Padre es compasivo” (Lucas 6:36, DHH).
Tenía que estar callada y trabajar. Esa era la condición de una cautiva, sierva, extranjera y judía viviendo en Siria. Ella tenía muchas razones para estar con resentimiento: había sido arrebatada de su hogar, alejada de todo lo que amaba. Pero esa niña sabía cómo un pequeño acto podría hacer una gran diferencia. Conoces la historia, ¿verdad? Si no, puedes buscarla en 2 Reyes 5. Es la historia de un milagro, que le ocurrió a un capitán llamado Naamán. Él era leproso.
Como ya sabes, tener esta enfermedad era una condena de muerte, lenta y dolorosa. Hasta ahora, este poderoso hombre la había llevado oculta debajo de sus finas ropas. Pero su esposa no podía ocultar el dolor que sentía, y sus lágrimas brotaban casi sin quererlo.
Observadora como era, nuestra heroína podría haberse mantenido en el anonimato, pero ella decidió ayudar. Pensó en el profeta Eliseo, un poderoso hombre guiado por Dios que sabría qué hacer. Ella solo hizo lo que estaba a su alcance: testificar del amor de Dios. No tenía posición, ni bienes, ni poder. Lo único que tenía era su fe. Y eso fue suficiente.
Siempre me pregunto qué habrá obtenido esta niña en recompensa. ¿Será que sus padres aún vivían y retornó a vivir con ellos? ¿Será que fue adoptada como hija legítima del capitán y su esposa, como muestra de gratitud de parte de ellos? No lo sabemos. Pero de algo estamos completamente seguros: ella entró en el gozo de Dios, como alguien que tuvo bondad y compasión.
Querido lector, ¿quieres tú también hacer la diferencia con pequeños actos llenos de amor? Entonces ten confianza. Dios está a tu lado. Vive y testifica de Quien tanto hizo por ti. Sé una persona compasiva. Que lo que digas y lo que hagas infunda amor a otros. Inspira esperanza en otros. Llena tu mente y corazón de las promesas divinas, y ellas serán parte de tu vida. Cada uno da de lo que tiene.
No tengas miedo de hacer algo para el Señor, aunque sea un acto pequeño. Una sonrisa, un versículo de memoria dado a alguien que está triste, una oración... Y así, la vida de alguien podrá ser transformada por algo “tan sencillo”. ¡Pruébalo! Mirta
8 de febrero
“Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia” (Colosenses 3:12, NVI).
Es una bella ciudad, calurosa por su clima y por el cariño de su gente. Su paisaje es pintoresco, su vegetación impresionante, y su exótica comida encanta a todo el que visita Iquitos, capital de la Amazonia peruana. Pero esto no es lo más importante. Lo mejor de esta ciudad es el testimonio de vidas de abnegación, compasión y bondad que dejó una familia misionera que dedicó muchos años de sus vidas al servicio de los indígenas.
Sintiendo el llamado de Dios y la seguridad de haber sido escogidos para un propósito especial, Fernando y Ana Stahl, junto a sus dos hijos, Frena (15 años) y Wallace (4 años), estuvieron dispuestos a dejarlo todo. Sin saber nada de español partieron desde Nueva York hacia Perú.
En 1926, construyeron una casa flotante de madera a orillas del río Itaya y destinaron una de las habitaciones como dispensario médico. Ana y Fernando habían sido entrenados como enfermeros y fueron los primeros profesionales de salud en atender a los enfermos en esa región sin tener en cuenta raza, color de piel o nivel social.
Читать дальше