Puringa no se desanimó. Oraba cada día, contaba historias, trataba de enseñar cantos. Trabajaba con amor, y mucha fe, pero sin resultados. Su dinero comenzó a escasear, y Puringa tuvo que vender primero su camisa, ¡y luego hasta sus pantalones! Todo para poder comer.
Finalmente, llegó la fecha en la que había prometido volver, y Puringa, reuniendo al pueblo, se despidió y les rogó que pensaran en sus enseñanzas. ¿Será que todo habría sido en vano? Al llegar a la Misión, Puringa no perdió la fe. Siguió orando y pensando en las personas que había conocido.
Meses después, se escuchó resonar por toda la Misión: “¡Puringa! ¡Ven!” Cuando Puringa fue corriendo, vio a los jefes de las aldeas donde él había estado. ¡Venían a pedir un maestro que les enseñara de Jesús!
La fe de Puringa lo hizo dar todo lo que tenía por Jesús. No lo olvides: aun cuando parezca no haber esperanza, sigue orando, sigue predicando, sigue entregando lo que tienes a su causa. Dios premiará tu fe, así como lo hizo con la fe de nuestro amigo Puringa. Cinthya
(Adaptación del relato “Puringa vendió su camisa”, de Walter Scragg, El Amigo de los Niños , año 2, cuarto trimestre de 1976, N° 4).
28 de enero
Metamorfosis: de oruga a mariposa
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2, NVI).
Era un príncipe de su país, hombre rico y muy importante. Fue a las mejores escuelas y tenía talentos extraordinarios, pero sentía que su vida no estaba completa. Haciendo una investigación averiguó dónde podía hallar al Maestro que lo ayudaría a encontrar lo que buscaba.
Cuando cayó la noche, Nicodemo salió en secreto en busca de Jesús. Muy calladito llegó hasta donde él estaba y le dijo: “Maestro... nadie puede hacer los milagros que tú haces”, y Jesús le respondió: “Quien no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”. ¿Qué cosa? ¿Me repite por favor?
Usemos la ilustración de una de las creaciones más bellas de Dios: la mariposa. ¿Las has visto volar? ¡Cuántos colores y formas tienen! Pero la mariposa no empezó teniendo bellas alas ni lindas antenitas, y ¡ni siquiera podía volar! Era un gusano que se arrastraba por la tierra.
Para que la mariposa llegue a ser mariposa, tiene que pasar por una transformación muy rigurosa. A este proceso se le llama metamorfosis , que significa “cambio de forma o transformación”.
Esta transformación en cuatro etapas ¡me fascina! Primero, nace un huevito y sale una larva. Segundo, se convierte en una oruga y se arrastra por la tierra. Tercero, entra en un capullo llamado crisálida, y queda inmóvil. Cuarto, se libera de su caparazón, despliega sus coloridas alas al sol y vuela.
¡Qué maravillosa transformación! Cuando Jesús mencionó que había que “nacer de nuevo” se refería a la clase de transformación que experimentamos cuando lo invitamos a entrar a nuestro corazón. ¡La fe en Dios lo transforma todo! Transforma tus hábitos, tus costumbres, tus gustos. Eso quiere decir que si antes mentías ahora no lo harás más; si te enojabas por cualquier cosa, ahora serás gentil con los demás. Si te costaba obedecer, ahora con la ayuda de Dios serás un niño obediente.
Las mariposas nos ayudan a comprender de forma maravillosa lo que hace la fe de Dios en nosotros. ¿Qué eliges ser hoy? ¿Un gusano que se arrastra por la tierra o una hermosa mariposa que vuela? Magaly
29 de enero
“Y nosotros hemos llegado a creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16, NVI).
Una de las cosas importantes en mi vida han sido las cartas. Ellas han tenido un fantástico poder para hacerme sentir amada cuando tuve que separarme muchas veces de mi familia. Más adelante, el joven del que estaba enamorada recibió una invitación para trabajar como misionero en otro país, por lo que también nos tuvimos que separar.
En ese tiempo no existía Internet. Lo mejor que podíamos hacer era tomar una hoja de papel y escribir a mano una carta. Yo escogía el papel más lindo que encontraba en la librería y escribía el mensaje de amor más tierno que salía de mi corazón. Para poder enviarla, la colocaba en un sobre, la sellaba y la llevaba a la oficina de correos para que fuese enviada de un país a otro. Esto no era instantáneo; tenía que esperar muchos días y hasta muchas semanas para poder recibir la respuesta.
Más emocionante que escribir y enviar las cartas, era el poder recibirlas. Cuando recibía una carta corría a algún lugar solitario para que nadie interrumpiera ese momento especial. Al abrir el sobre lo hacía con mucho cuidado, y aunque tenía prisa por leer cada una de sus palabras, lo hacía cuidadosamente para no romper ninguna de las hojas. Ellas me traían el mensaje de amor más esperado, bañado en tantos suspiros como respiros tenía.
Lo conocía desde hacía mucho tiempo; por eso, mientras leía sus cartas podía imaginarme su sonrisa, y mi corazón latía a cien por hora cuando leía que me amaba... me salían corazoncitos por los ojos. Estábamos separados por muchos kilómetros de distancia y, aunque no podía verlo, las cartas me ayudaron a creer que me amaba. Tenía la seguridad de sus palabras, y eso nos acercaba y mantenía unidos todo el tiempo que estuvimos separados.
Aunque esas cartas fueron muy importantes en mi vida, sin lugar a dudas todos tenemos acceso a la carta de amor más maravillosa jamás escrita. ¿Sabes cuál es? Sí, es la Biblia. Mediante sus palabras podemos imaginarnos a un Padre de amor que, aunque no vemos, sabemos que nos ama.
Creer en su Palabra es tener fe; es confiar que, aunque no puedas verlo, él te ama más que cualquier cosa en el mundo. Dios te ama y dejó una carta de amor para ti. ¿Ya la leíste hoy? Magaly
30 de enero
“El Ángel de Jehová dijo a Abraham: ‘Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos’ ” (Génesis 22:16, 17).
Imagínate que un día despiertas temprano, cuando está amaneciendo, y tu padre te dice: “Hijo, vamos a salir de viaje”. Tú te emocionas muchísimo y le preguntas: “¿A dónde vamos y en qué vamos a viajar?” Él responde: “Vamos a ir a una montaña que queda a un par de días de viaje e iremos caminando”. Como eres un niño obediente, partes a la aventura con papá. El viaje es polvoriento y la montaña se ve muy lejana. A la vez, observas que tu papá está silencioso y en momentos para a descansar y a orar. Comienzas a captar que esta aventura es más que eso, es más bien una misión. Al tercer día de este viaje, tu padre dice: “Hijo, este el lugar donde nos detendremos y prepararé un altar para adorar a Dios”.
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