Tu padre edifica allí el altar y pone la leña sobre las piedras. Tú le preguntas: “¿Dónde está el cordero que será ofrecido como ofrenda en este altar?” Tu padre responde: “Hijo mío, Dios proveerá el cordero para el holocausto”. Luego de un momento tu padre te explica que Dios le ordenó hacer este sacrificio y te pone sobre la leña. “¡¿Qué?! ¿Yo? Pero, ¿por qué yo?” Quizás gritarías: “¡Mamá, auxilio! ¡Alguien que me ayude!”
No creo que te suceda algo así; sin embargo, esta fue la historia de Isaac. Es impresionante no solo porque muestra la fe total de Abraham en Dios, sino también porque muestra la gran fe y obediencia de Isaac. La Biblia no registra que él haya intentado escaparse mientras su padre lo perseguía. Más bien el relato bíblico dice que él sumisamente obedeció la indicación de Dios y de su padre.
Esta historia termina diciendo que un ángel le dijo a Abraham: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”.
Te pregunto a ti: ¿Tienes una fe como la de Isaac? ¿Eres obediente a Dios y a tus padres cuando te piden que hagas algo? Sé siempre fiel y así ¡gana tus victorias espirituales! Nina
31 de enero
¿Dónde está tu confianza?
“Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lucas 8:48).
Me pregunto si todavía estará en algún lugar de tu casa, viejita y arrugada. Tal vez está en algún cajón, porque te da pena tirarla a la basura. Quizá quedó para que la usen tus hermanitos menores. Tal vez quedó para el perrito, ¡quién sabe! Pero una cosa es cierta, muy posiblemente has tenido una mantita especial, esa con la que dormías mejor y te sentías seguro. O, tal vez no fue una mantita, sino un osito de peluche o algún otro animalito blando.
De cada diez bebés, siete tienen algo preferido para dormir y para sentirse seguros. ¿Crees que las mantitas y los peluches tienen poderes especiales? ¡Claro que no! Pero los bebés se sienten mejor con ellos, se sienten confiados. Hay algo en ese olorcito que los hace sentir cómodos, seguros.
La confianza de los bebés en sus mantitas me hace pensar en la historia de una mujer que también confió. Doce años llevaba enferma. Doce años de gastar dinero en medicinas; de perder a sus amigos, uno a uno. Doce años de sentirse abandonada, débil, sola...
Imagino qué habrá sentido cuando escuchó decir que Jesús curaba a la gente. Esperanza, emoción y fe. Pero también vergüenza. Había mantenido su enfermedad en secreto tanto tiempo, y ahora, ¿tenía que decir frente a todos los seguidores de Jesús por qué quería ser curada? No podía aceptarlo, pero tampoco podía seguir viviendo esa vida infeliz y sin esperanza.
Y entonces, en su desesperación, nació la fe. Fe en que Jesús podía curarla. Y tanta fue su fe que creyó en que con solo tocar el manto de Jesús, podía ocurrir el milagro. Se estiró, en medio de la gente, deseosa de que acabase ya su lucha, su miseria. Y la fe ganó. Fe no en un trozo de tela, sino en el poder del mismo Maestro, el Sanador poderoso.
Jesús, que conoce tu necesidad aun antes de que pidas con fe, dijo a esa mujer: “¿Quién me tocó? Sentí que salió poder de mí”. Los ojos de la mujer buscaron tímidamente los ojos del Señor. Ahora sus ojos brillaban de salud, emoción y gratitud.
¿En qué confías tú? ¿Dónde está tu confianza? Si confías en cosas, sea ropa, calificaciones, lugares, o incluso personas, quedarás decepcionado. Solo confiando en Jesús y en su poder podrás escuchar las palabras de Jesús, que te dice con amor: “Tu fe te ha salvado”. Cinthya
1º de febrero
Dedicados a hacer el bien
“Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien” (Tito 2:14, NVI).
Hoy quiero invitarte a usar tu imaginación y pensar en algunas cosas de la creación. ¿Has estado alguna vez en la ribera de un río? Si es así, quiero que pienses en su utilidad. Muchas ciudades extraen agua de los ríos, la potabilizan y la usan para su consumo. Cerca de los ríos, la vegetación que está en la orilla siempre está verde y con colores vivos, porque absorben sus frescas aguas. Además, hay un montón de animalitos que viven dentro de sus aguas.
¿Y los árboles? ¡Nos regalan muchas cosas! El oxígeno que respiramos todos los días es gracias a ellos. Su sombra en días calurosos nos alivia y nos refresca. Los árboles frutales tienen un toque extra: nos dan deliciosas frutas. Y además, ¿cuántas cosas conoces que se fabrican con madera?
¿Te gustan las flores? Su variedad de colores y formas deleitan la vista de todos. ¿Y su aroma? Hay flores como la fresia, el jazmín y la rosa, que embellecen el aire con su perfume. ¡Qué delicia!
¿Y el sol? Su luz llena de alegría el ambiente y su calor nos entibia en los días fríos. Ahora, ¿notaste una cosa? Parece ser una ley de la naturaleza que todas las cosas creadas están hechas para dar algo en beneficio de otros. Todas fueron creadas para el bien de los demás. El sol no guarda su luz para él mismo, los árboles no se comen sus propias frutas, las flores no retienen egoístamente su aroma, ni los ríos se beben su propia agua. Todos fueron hechos para dar y beneficiar a otros.
Tú y yo, como hijos de Dios, no somos la excepción. ¿Por qué estás en este mundo? ¿Para qué fuiste creado? El versículo de hoy te puede ayudar a encontrar la respuesta. Vuelve a leerlo.
Sí, amiguito, Dios te creó para que seas una de bendición para los que te rodean. Tú eres parte del pueblo elegido de Dios, dedicado a hacer el bien a los otros. Y así como cada cosa en la naturaleza tiene su función, tú también tienes algo para dar: una sonrisa, palabras de ánimo, ayuda a quien la necesita, y mucho más. Pídele hoy a Dios que te muestre cómo ser una bendición para los demás en cada pequeña y gran acción. Gabriela
2 de febrero
“¡Qué bondadoso es el Señor! ¡Qué bueno es él!” (Salmo 116:5 p.p., NTV).
Había una vez un niñito que vivía en una aldea de montaña. Este niño tenía una personalidad encantadora. Era cortés por naturaleza, y parecía que sus manos voluntarias estaban siempre listas para servir a otros de manera totalmente desinteresada.
Todos en la aldea lo conocían. Desde pequeñito parecía que vivía para beneficiar a otros. Él era miembro de una familia pobre; por ello no solo ayudaba en los quehaceres del hogar, sino también trabajaba en el taller de su papá. ¿Cómo crees que tomaba él este asunto? ¿Era un amargado por tener que trabajar cuando otros niños de su edad se la pasaban jugando? No. Todos los que lo conocía, sabían que lo caracterizaba su alegría constante. Muchos que pasaban frente al taller donde él trabajaba podían oír que expresaba su alegría cantando himnos de agradecimiento. Con algo tan sencillo como el canto, parecía perfumar el ambiente con la fragancia del Cielo, logrando que los demás se elevaran por sobre los pesares de esta Tierra y sintieran más cerca la Patria Celestial.
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