Varios autores - Incursiones ontológicas VII

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La colección de obras de Incursiones Ontológicas es una muestra de la capacidad generadora de La Escuela de Coaching Ontológico de Rafael Echeverría (ECORE) en mantenerse a la vanguardia en sus programas de formación. Esta séptima edición de Incursiones Ontológicas presenta la capacidad de nuestros coaches senior de realizar una introspección profunda en temas existenciales
Las obras incluidas en esta edición muestran el talento y dedicación de los alumnos del Programa Avanzado de Coaching de la ECORE 2020 – 2021. Alumnos que en medio de la pandemia se atrevieron a formarse como coaching senior y a entrar en una grieta profunda que atraviesa su vida para poder mostrar cómo la ontología puede ayudar al ser humano a generar nuevas miradas y caminos que le ayuden a transitar su vida logrando cambios que no había podido lograr anteriormente
La profundidad lograda en las obras es resultado de una introspección hecha paso a paso y detenidamente logrando profunda mirada de los temas abracados. Este recorrido pausado permitió a los alumnos llegar a lugares que difícilmente hubieran sido alcanzados con otro tipo de análisis. El recorrido de los alumnos empezó por seleccionar una grieta que atraviesa su vida y a través de una profunda indagación, empezar a integrar experiencias de su vida que muestren en diferentes momentos y de diferentes formas cómo esa grieta ha marcado su vida. Una fenomenología profunda de esas experiencias a lo largo de su vida les permitió generar un perfil unitario que describe al ser humano que enfrenta en diferentes sistemas ese dolor que lo ha acompañado. Una vez que los participantes son capaces de mirarse en ese perfil unitario, se les invita a revisar literatura relevante que los ayude a generar una mirada universal del tema individual estudiado y ver cómo otros seres humanos hemos caminado recorridos semejantes. La mirada ontológica acompaña tanto a la introspección como a la literatura revisada para mostrar posibles nuevas formas en que el coaching ontológico o la ontología del lenguaje pueden ser valiosos para acompañar al ser humano que atravesamos ese mismo dolor, para buscar un nuevo punto de partida que nos ayude a lograr convertirnos en un ser humano más ligero, libre, feliz, pleno o mejor en aquellos contextos relevantes para nosotros.
Las obras que integran esta séptima edición de Incursiones Ontológicas fueron voluntariamente compartidas por algunos de los alumnos, quienes generosamente nos invitan a recorrer de su mano sus caminos de vida.

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Inicio este relato con la frase mencionada y con esta experiencia vivida, ya que a pesar de haber sido encontrada en la mitad del programa realizado, es por donde me debo enfocar el desarrollo de mi Proyecto de Investigación Ontológica, ¿Cómo y desde dónde de niño, joven y adulto, me muestro ante el mundo?, ¿Cómo, desde los recursos que aprendí en este caminar por la vida, aprendí a hacerme visible? ¿Cuál era la necesidad de ser visible en la vida? ¿Por qué, si ya existía como ser, tenía que ser validado por los demás? Estas y otras preguntas que puedan surgir, tienen respuestas en las experiencias y relatos que les mostraré en este proceso y todo lo compartido, como la rabia, la tristeza, la víctima, el victimario, la resignación, la prepotencia, la arrogancia, la justicia, la injustica, todas ellas fueron herramientas útiles y muy bien afinadas para ser usadas como recursos defensivos, rutinas de defensa las cuales lograban generar algún tipo de visibilidad ante el mundo, alguna forma de llamar la atención, algún tipo de herramienta útil para poder moverme en la vida de extremo a extremo, en donde aprendí que así era más fácil actuar, estar presente, muy diferente al espacio a llegar hoy, a ese añorado justo medio, equilibrado, a un lugar en donde existe la compasión, la humildad, el amor propio necesario para poder entender y visualizar que una solución armónica y acorde a la situación, estaba en el hacerme cargo y actuar liviano en la vida, hacer lo que me generara tranquilidad mas no realizar lo más extremo posible para ser visto, para ganar un espacio el cual ya había ganado por haber venido al mundo y estar aquí.

Hay mucha tela por cortar, así que inicio por lo que ha sido lo más evidente que he encontrado en mí. en todo este proceso, y es la forma en la que me paro ante el mundo en el momento que se llega a generar, así sea un indicio de transgresión a mi integridad como persona, a mis emociones, a mi cuerpo, al ser constitutivo que soy; cuando veo que se va a generar o va a llegar un inminente ataque hacia mí, y un “ataque” puede ser un consejo, un comentario, un roce físico sin intención, lo comienzo a ver desde la defensa, desde el no dejarme “vencer”, lastimar; “ya ha habido mucho maltrato, algo más no es tolerable”; en cuanto eso aparece o se vislumbra, arranco inmediatamente a colocarme la primera armadura, a vestir a ese ser que se va a defender, ¿Pero desde dónde lo hago? ¿Desde dónde me paro para ejercer mi posible defensa?, bueno es aquí donde aparece el primer grupo de herramientas aprendidas, ellas son la rabia y el victimario estos dos compañeros de vida que me han acompañado por años, que han sido copartícipes de la construcción de mi vida, los cuales, consciente o inconscientemente, he utilizado en todos mis sistemas para abrirme paso, de buena o mala manera, en todo lo que he querido construir, y se me vienen a la cabeza las relaciones de amigos, compañeros de trabajo, familia, para mostrarme como el “fuerte”, el “malo”, el “dominante”, el que a los ojos de muchos sistemas es totalmente “completo” y no se deja vencer. Hoy me doy cuenta que eso solo trae dolor, incertidumbre, agotamiento físico y emocional, estar siempre a la defensiva, con herramientas poderosas, pero a su vez desgastantes, tiene un alto costo, el costo que he pagado de sentirme, después de esos momentos de alta efervescencia, la víctima de lo que ha sucedido, el “pobrecito”, el que genera “lástima” por lo que le sucedió, el que está “triste” y “dolido” y de una u otra manera, llama la atención de nuevo, pero para que lo acompañen y vean por qué ha sido el más perjudicado de todo lo que ha sucedido y ha hecho; lo peor de todo esto es que me acompañaban en ese “dolor”, validándome aún más esa víctima mostrada; qué gran forma de moverme en la vida, es muy poderosa, atrae gente, acumula lastima, pero hoy ya no es un recurso, no lo veo como válido. Así que con esto descubierto, esto que describo acá, que es un ciclo continuo, constante, que lo veo en diferentes sistemas, lo he adaptado perfectamente, porque funciona, la tristeza y estar parado desde la víctima intenta “ocultar” el gran daño cometido por la rabia, la violencia y la fuerza con la que me he parado para defender mi lugar, mi postura, mi integridad.

Pero justo aquí, donde ya hay un resultado importante de lo cometido, es donde aparece algo más, algo mucho más fuerte y perjudicial, aparece una sutil pero bien llamada “resignación”; comienzo a ver lo que hice, cómo me dolió, y cómo le dolió a los demás, cómo hice daño, transgredí, pasé por encima de los otros, logré hacer en los demás lo que no quería pasara en mí, y acá me pregunto ¿Realmente estaba defendido mi integridad, o quería lastimar la del otro para que la mía no fuera vulnerada? ¿Habrá un costo asociado de dañar al otro? ¿Cuánto daño llegaba a mí de esas acciones? ¿Cada vez que generaba daño, parte de él regresaba a mí? ¿El primero atacar y luego justificar, fue la rutina constante aprendida desde niño que fue utilizada en mí?, y la respuesta a estas preguntas está clara y es un sí rotundo a todas, atacar en mi está estructurado, fue lo que aprendí, para evitar que las cosas se desborden, ataco, aniquilo, reduzco totalmente, no hay cabida para negociar, revisar un punto medio, permitir que exista por lo menos un dialogo, poder construir un trasfondo compartido de inquietudes; no, eso no existe, solo existe el no dejarme vulnerar, ¿Fuerte no?, pero es más fuerte el verlo, reconocerlo, entenderlo y hacerme cargo, y eso es lo que estoy haciendo, pararme desde el hombre que soy hoy, el adulto, el papá, el hijo, esposo, gerente y ser de sociedad que puede, desde un inicio, pararse ante el mundo desde la responsabilidad de saber anteceder la rabia y colocar la razón, el cuerpo y la emocionalidad adecuadas para responder responsablemente a la posible situación de agresión, ¿Qué si tiene que haber fuerza en esta postura?, claro que sí, pero no desde la violencia, desde la gran energía que tengo para, sinuosamente, expandirla o contraerla según sea necesario, sin necesidad de explotar inmediatamente; gran aprendizaje que llevo incorporado por estos días.

Para finalizar esta experiencia, estructura o molde de movimiento ante diversas situaciones, me paraba al final desde el arrogante, el que dice “esto es lo que hay y así soy yo”, sin reconocer o dar cabida a mostrar un poco de arrepentimiento; esto, definitivamente, gatillaba el dejar el problema atrás, justificándolo, cerrándolo y dándole el espacio para olvidarlo, algo que hoy, en mi nueva forma de ver, ya no es una opción; el guardar, esconder y olvidar situaciones de maltrato fue lo que me llevo a construir este perfil unitario de comportamiento, esto ya no sirve, lo que sí sirve es una postura conciliadora, de alta escucha, que permita construir trasfondos compartidos de obviedad en donde todo interlocutor aporte, sea parte, ayude, acompañe y permita construir en vez de destruir.

Entrando un poco en la víctima que aparece después de atacar, identifico otra armadura súper poderosa que se vestía de dolor y lástima, esto aliviaba a la víctima, muchas veces fue copartícipe de momentos en donde los ojos no estaban puestos hacia mí; acá lograba llamar la atención y esto lo conectó, de manera muy intensa, con el no poder hacer uso de herramientas mucho más poderosas y válidas para estos espacios, y era darle cabida a la ternura, el amor, el apropiarme del calor que tengo para dar y para darme; siento que es más fácil de esta manera, pero reconozco que esto no era fácil que lo viera, porque justamente, a pesar que tuve unos padres amorosos y que con sus recursos lograron generar una gran educación hacia mí, este espacio de amor, comprensión y calor de acompasar fue lo que en algún momento de mi vida sentí y vi como una ausencia, así que era más fácil caer en el extremo de la víctima, en el cual entregaba mejores resultados, y tengo muchos ejemplos en la vida: en el trabajo, en el colegio, inclusive con mis amistades, podía fácilmente entrar en esa forma de ser y lograba mi cometido, estar abrazado, acogido, vinculado, el ganarme un espacio, pero desde un lugar incómodo, que al final de cuentas también es una postura arrogante, porque eso que intentaba, con la rabia de minimizar al otro, de hacerlo chiquito, lo dejaba expuesto y vulnerado; esto era precisamente lo que se generaba en mí, sabía que a las víctimas también las protegen y las acompañan, y otra vez aparece la fuerte tendencia de ir a los extremos, de conocer profundamente cómo caer muy bajo y cómo elevarme hasta donde quisiera, pero a mis ojos, desde emocionalidades fallidas y poco estructuradas que dieran un resultado real a la solución de vida que buscaba.

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