Miguel Tornquist - Ladrón de cerezas

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"Ladrón de cerezas" es un ensayo arquetípico atravesado por una novela, o una novela atravesada por un ensayo arquetípico: así como las aguas dulces y saladas de los estuarios que se funden en una sola agua, el lector decidirá pararse del lado del ensayo o del lado de la novela.
Rufino Croda es un publicitario del montón con graves desvaríos de personalidad que promueve una extraña teoría arquetípica basada en los hallazgos del psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung, jamás utilizadas en campañas políticas.
Relatos de aventureros, héroes, magos, villanos, inocentes, sabios y rebeldes se confunden entre historias de amor, pasión, traición y amistad.
Con sutil humor y un final sacudido por la conmoción, «Ladrón de cerezas» libera los arquetipos del corsé del marketing y la publicidad para acercarlos al folclore popular.

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El segundo comercial mostraba a una alpinista colgada de un arnés y sostenida por un cabo a más de mil metros de altura en un empinado peñasco rocoso en medio de una cadena montañosa. De repente, sin previo aviso, cientos de rocas se desprenden del risco y comienzan a caer ladera abajo a gran velocidad. La intrépida alpinista logra eludir los primeros desprendimientos de rocas, pero una nueva andanada más furiosa que la anterior la golpea con dureza en el casco, en los hombros, en los brazos y le arrebatan de su cintura las cuerdas, las cintas y los alicates. Su vida pende de un hilo, literalmente. El desplazamiento también arrastra árboles, ramas, lodo y todo lo que encuentra en su camino que multiplican el golpeteo incesante de las rocas. La situación se torna dramática. Parece no haber escapatoria. Al límite de sus fuerzas y a punto de desvanecerse vemos que inesperadamente un avezado rescatista desciende de la cumbre para socorrerla. Al llegar a su lado, en lugar de encordarla a sus propios anillos para sujetarla e iniciar el ascenso, le suelta una urna y asciende con extrema destreza eludiendo el alud de rocas que sigue cayendo. Con las pocas fuerzas que no le sobran extrae de su bolsillo una boleta de Salvaje Arregui y la inserta en la urna. Inesperadamente el alud comienza a ceder, las rocas se disipan, el lodo caudaloso se solidifica y la calma vuelve a renacer. La alpinista recobra fuerzas y comienza a ascender con suma agilidad haciendo cumbre rápidamente en la montaña. En ese momento escuchamos la voz del locutor: “El 30 de octubre declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

La campaña de gráfica apuntalaba aún más al concepto: ¡abolamos la pobreza! “El 30 de octubre, declará tu independencia”. ¡Abolamos el analfabetismo! “El 30 de octubre, declará tu independencia”.

¡Abolamos el desempleo! “El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Las luces de la sala se encendieron tenuemente mientras un silencio intranquilo y entrecortado por bruscos suspiros de resignación se apoderó de la sala. Rufino y los gemelos Salvador quedaron expectantes aguardando las primeras impresiones de Salvaje y sus dos colaboradores en comunicación. Era evidente que habían quedado aletargados, como el peatón que distraídamente arremete a cruzar las vías del tren y queda en estado vegetativo al oír a pocos metros de distancia el bocinazo de una locomotora. Una mezcla rara de desorden y fascinación se daba de bruces en su interior adoleciendo de un ganador aparente.

—Necesito un tiempo para reincorporarme —suplicó Salvaje arqueando las cejas, mientras se abalanzaba a un vaso de agua que actuaba más de salvavidas que de agua, mientras se rascaba la cabeza como buscando remover sus ideas—. Qué se yo, Rufino, me imaginaba algo más formal y prudente. Me parece una idea muy arriesgada. No me siento del todo cómodo. Nos estamos embarcando en un territorio absolutamente inexplorado en campañas de comunicación política.

—Muy arriesgada… —repitió uno de los asesores en comunicación de Salvaje que respondía al apodo de Pelícano y se distinguía por una barriga prominente y una incipiente pelusa que cubría su barbilla y ocultaba una incipiente papada.

—¡Me tranquiliza tu intranquilidad! —dobló la apuesta Rufino—. Si fuera al revés estaría realmente preocupado porque significaría que estamos transitando lugares comunes de los que inexorablemente nos debemos alejar.

—Deberíamos buscar una idea en la que todos estemos de acuerdo —insistió Salvaje.

—Una idea en la que todos estemos de acuerdo —repitió el Pelícano.

—Cuando todos estamos de acuerdo, hay algo que estamos haciendo mal —insistió Rufino.

—Una campaña sin creatividad y sin estrategia es como un avión sin alas y sin ruedas. La idea no vuela y el concepto no aterriza —observó el gemelo Salvador que no mascaba chicle.

—Veo que en Innocence las alegorías están al orden del día —se quejó Salvaje.

—Es fácil opinar con el diario del lunes —dijo Rufino—, pero estamos convencidos de que esta campaña es lo que necesitás para convertirte en gobernador de la provincia de Buenos Aires.

—No sé, Rufino. Me gusta cómo pensás pero…

—Si te gusta cómo pienso déjame pensar —lo interrumpió Rufino.

—Es fácil decirlo cuando no es uno quien mete la cabeza debajo de la guillotina. La gente quiere un candidato predecible.

—La gente no sabe lo que quiere, Salvaje —opinó Rufino. Y tampoco es su trabajo saberlo. Es justamente el nuestro.

—¿Cómo que no?

—Si Henry Ford hubiera escuchado la opinión de la gente, en lugar de inventar el automóvil, hubiera inventado alguna fórmula alimenticia nutricional que apresurara la velocidad de los caballos.

—¿Qué tiene que ver Henry Ford con la campaña? Ese ejemplo es cualquier cosa —se exasperó Salvaje.

—Cualquier cosa —repitió el Pelícano.

—Si Edison hubiera escuchado la opinión de la gente encenderíamos velas más resistentes en lugar de bombillas de luz.

—Esa comparación es un disparate, te estás refiriendo a los inventos más brillantes de la humanidad, y acá estamos hablando sobre un simple candidato a gobernador. La gente está esperando nuestra campaña y debemos mostrarnos a la altura de los acontecimientos.

—Un disparate —repitió el Pelícano.

—La gente no está esperando ninguna campaña —opinó el gemelo Salvador que no mascaba chicle—. A lo sumo puede estar esperando encamarse con Angelina Jolie, o que su equipo de fútbol se meta en la zona de grupos de la copa Libertadores, o la última temporada de Breaking Bad , o acertar un pleno en la ruleta, pero una campaña de un candidato a gobernador te aseguro que no está esperando. Así como tampoco está esperando la campaña de ningún producto que les cambie la vida.

—¡Pero un gobernador sí les puede cambiar la vida! —lo amonestó Salvaje.

—Siempre y cuando te conviertas en gobernador —mencionó Rufino. Y para que eso suceda necesitamos una campaña que salga de lo común y acaricie las fibras íntimas que apuntalen tu posicionamiento expedicionario.

—Sabés lo que pasa, Rufino, si esta campaña no me convierte en gobernador, ustedes estarán habilitados a trabajar con muchos otros candidatos, pero yo quedaré despedido del ámbito político y sin indemnización alguna. ¿Además qué significa el concepto “declará tu independencia”? La gente es libre de votar por el candidato que mejor le parezca. Nadie los apunta con un revólver a la hora de emitir su voto.

—Partiendo de la base de que el Partido Popular es liderado por Jalid Donig, me permito poner en duda esa afirmación —respondió Rufino.

—¿Qué significa el concepto “declará tu independencia”? —repitió el Pelícano.

—¿Y vos, qué onda, che? ¿Sos un loro o un pelícano? —ironizó el gemelo Salvador que mascaba chicle.

El Pelícano se refugió bajo las alas de Salvaje y lo miró con desesperación.

—Es un hombre reservado —dijo Salvaje.

—A mí más bien me parece un lameculos metafísico —sentenció el gemelo Salvador que no masticaba chicle.

—Sos lo más parecido a Smithers que conozco —dijo el gemelo Salvador que masticaba chicle.

—¿Smithers? —preguntó el Pelícano.

—El secretario del señor Burns en la saga de Los Simpson —respondió el gemelo Salvador que masticaba chicle—. En cualquier momento le vas a probar la comida a Salvaje para asegurarte de que no esté envenenada.

El Pelícano antepuso a sus palabras un gesto de desprecio.

—Aguardo una disculpa por semejante aberración —se ofuscó el Pelícano masticando bronca.

El gemelo Salvador no quiso retractarse. Alegaba el precepto del humor como excusa de su observación. El Pelícano se descubrió poseído por un odio visceral y apagó su furia haciendo gárgaras de agua en su profusa papada.

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