Miguel Tornquist - Ladrón de cerezas

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"Ladrón de cerezas" es un ensayo arquetípico atravesado por una novela, o una novela atravesada por un ensayo arquetípico: así como las aguas dulces y saladas de los estuarios que se funden en una sola agua, el lector decidirá pararse del lado del ensayo o del lado de la novela.
Rufino Croda es un publicitario del montón con graves desvaríos de personalidad que promueve una extraña teoría arquetípica basada en los hallazgos del psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung, jamás utilizadas en campañas políticas.
Relatos de aventureros, héroes, magos, villanos, inocentes, sabios y rebeldes se confunden entre historias de amor, pasión, traición y amistad.
Con sutil humor y un final sacudido por la conmoción, «Ladrón de cerezas» libera los arquetipos del corsé del marketing y la publicidad para acercarlos al folclore popular.

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—No quiero propagar noticias alarmantes —vaciló Ulises transpirando una espesa gota gorda que recorría el laberinto de su cerebro argentinizado—, pero me ha llegado el rumor de que Salvaje ha sumado a un nuevo asesor a su séquito de consejeros en comunicación.

—¿Quién? —quiso saber Micaela.

Ulises hizo un esfuerzo para recordar su nombre.

—Un tal Rufino Crada, o Creda. No, no, Rufino Croda —confirmó Ulises consciente de que acababa de cavar su propia fosa; aunque muchas veces la lengua es más rápida que la pala.

—¿Alguien tiene referencias de él? —preguntó Micaela.

—Algo escuché —dijo Ulises tartamudeando y aferrándose al palo enjabonado en el que se encontraba y del que no tenía ninguna intención de caer—. Tengo entendido que promueve una extraña teoría de arquetipos que jamás ha sido implementada en campañas políticas.

—¿Arquetipos? Nunca escuché nada sobre eso —lo interrumpió Micaela—. ¿Para qué sirven?

—Creo que tienen algo que ver con la psicología de Freud y Lacan.

—Freud y Lacan —repitió Jalid.

—Sí, algo relacionado con la teoría freudiana.

—En la única psicología en la que creo es en la de los sofistas —alardeó Jalid, dorándose la píldora—. Lo que daría por tener asesores como Protágoras, o Gorgias.

—Tampoco avivemos giles —ironizó Micaela—. Debe ser otro impostor, otro tipo que ronca como tanta gente.

—A ciencia cierta, solo se me ocurren dos teorías que oscilan entre el materialismo y el idealismo —continuó Ulises—: o bien Salvaje está utilizando su campaña arquetípica con el único propósito de levantarse minas, o bien Septiembre Del Mar lo está utilizando como rata de laboratorio para que, en caso de comprobar que efectivamente los arquetipos funcionen, utilizarlos en su campaña presidencial.

La sola mención de la campaña presidencial de Septiembre Del Mar prendió una mecha de dinamita en la corta estatura de Jalid que agarró a Ulises por la manga de la camisa.

—Por tu bien espero que la teoría materialista se imponga a la teoría idealista porque de lo contrario surgirá mi teoría subjetivista y todas las balas apuntarán a tu cabeza —gritó Jalid amenazándolo con una pistola de dedos fofos, pelos, uñas mal cortadas y una sustancia oscura y polvorienta similar a restos de pólvora que se apilaban debajo de las cutículas.

Las palabras petrificadas de Ulises solo atinaron a decir algo que pensaba de Jalid, pero se lo imputaba a Salvaje.

—Es evidente que Salvaje no busca asesores en comunicación, busca culpables.

—Ha habido guerras más difíciles que esta —continuó Jalid. Vamos a alimentar a los hongos silvestres para que se sigan intoxicando en su propio veneno. En una de esas ese tal Rufino no sé cuánto se convierta, sin saberlo, en nuestro principal aliado para enterrar de una vez por todas las aspiraciones del Partido Republicano.

Luego de una corta siesta Ulises continuó con su repertorio escatológico.

—Además, nos encontramos en vísperas del lanzamiento de la campaña publicitaria masiva que nos permitirá recuperar esos puntitos perdidos. No tengo dudas de que nuestro mensaje sobrio y recatado actuará como contrapunto del mensaje estrafalario que seguramente estarán impulsando para apuntalar una imagen obscena de Salvaje. Me permito conjeturar que, en caso de replicar en la campaña publicitaria al grotesco Indiana Jones que intentan mostrarnos en esta devaluada saga de Steven Spielberg, se estarán azotando en la espalda con su propio látigo, ya que jamás podrán valerse del arca perdida para obtener los votos necesarios para convertirse en gobernador. Imaginen a Salvaje enfundado en su chaqueta de piel, camisa safari color caqui suave, sombrero cazador y una pipa en su boca intentando concientizar a la ciudadanía sobre las implicancias de la justicia social, la previsibilidad económica y el funcionamiento de las instituciones. Es indudable que se va a convertir en el hazmerreír de todos los argentinos.

Tras meditarlo unos minutos, Micaela se convenció de que debían arriar las velas y permitir que Rufino Croda y su extraña teoría arquetípica hundieran en su propia incapacidad a Salvaje.

—Vamos a mantenernos como hasta ahora, pero nos veremos las caras en un mes para corroborar los nuevos datos de las encuestas.

Jalid no le puso atención al comentario de Micaela.

Sus verdaderas intenciones se escondían detrás de una sonrisa falsa.

El expedicionario

Al mismo tiempo en que Micaela, Jalid y Ulises discernían sobre mitología arquetípica y las relacionaban con sirenas, unicornios y centauros, Rufino se disponía a correr los velos de la campaña a gobernador de la provincia de Buenos Aires y descubrir su contenido a Salvaje y a dos de sus asesores en comunicación que lo acompañaban. Se dieron cita en las oficinas de Innocence donde los gemelos Salvador, quienes desempeñaban el papel de directores generales creativos, desplegaban bocetos y guiones en un tablero especialmente acondicionado para la ocasión. Los gemelos Salvador eran tan idénticos que solo se diferenciaban porque uno mascaba chicle y el otro no. El que mascaba chicle era el más creativo y el otro el más estratégico. Aunque a veces intercambiaban el chicle y se armaba un matute de la madona. Como en un acto de ilusionismo, las luces de la sala se disiparon tenuemente y comenzaron a oscurecer el ambiente mientras focos refulgentes se prendían y reproducían héroes, villanos, bufones, rebeldes y reyes que se proyectaban y se esparcían por las ochavas del recinto.

—Antes de correrle el tul a la novia —alardeó Rufino con el pecho inflado por los cinco puntos descontados a Micaela Dorado—, debés recordar que es indispensable mantenernos firmes en nuestra estrategia de comunicación expedicionaria. Por ningún motivo debemos desviarnos del camino trazado que tan buenos resultados nos ha dado hasta el momento.

—No abras el paraguas antes de tiempo —respondió distendidamente Salvaje, mientras observaba detenidamente a los gemelos Salvador y se esforzaba por descubrir los cristales recubiertos de una capa metalizada de mercurio que evidentemente se superponía entre ambas figuras. Para colmo de males, eran de una perversión tan sádica que hasta vestían exactamente igual: remera negra con un estampado en el centro del emoji amarillo de la carita apretando los dientes y una falda negra al estilo escocés.

Los gemelos Salvador se pusieron de pie y se dispusieron a contar la primera idea con el aplomo de quien conoce su oficio de sobra. Una pantalla de amplias dimensiones reproducía una imagen cenital de Salvaje en su travesía en kayak por el mar de las Antillas. Era una secuencia tomada por un dron a más de cien metros de altura. Envuelto íntegramente en un traje de neoprene verde fosforescente con franjas naranjas, Salvaje remaba incesantemente entre las furiosas olas del mar.

Sobre el azul del cielo se leía en letras blancas un titular de gran tamaño:

“El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

Los gemelos Salvador quedaron expectantes a la reacción de Salvaje que se mantenía abstraído en sus pensamientos, como solidificado en un molde de hielo impenetrable. Imposibilitados de picar con un cincel esa concentración de astronauta alunizando continuaron con su exposición y se sumergieron en el comercial de televisión. La película reflejaba una escena desesperante de un padre a la deriva junto a sus dos pequeños hijos que se debatían en una pequeña embarcación en medio de un mar embravecido que azotaba con olas de más de dos metros de altura y vientos huracanados capaces de estremecer al navegante más avezado. La pequeña embarcación se zarandeaba de un lado al otro como un barquito de papel que choca con el desagüe de una alcantarilla y comienza a tambalearse en círculos de agua que engordan las células de celulosa y comienzan a desprender fragmentos húmedos de papel. Era evidente que la pequeña embarcación no podría resistir por mucho más tiempo los embates del mar enfurecido. El padre se persigna, mira al cielo y se encomienda a Dios esperando por un milagro. En ese preciso instante, entre las vísceras del mar hambriento de embarcación y de carne y de huesos, emerge un buque de rescate que se dispone a socorrerlos. El padre y sus dos pequeños hijos se aprietan en un abrazo de tres gotas de agua que se funden en una sola gota más grande. Dios les acaba de tender una mano. Están salvados. El buque se encuentra a pocos centímetros de la embarcación, casi pueden tocarse las manos. En ese momento surge la figura del capitán que, en lugar de lanzarles un cabo para sujetarlos al buque, les suelta una urna y se pierde a toda velocidad por el embravecido mar. El hombre en la pequeña embarcación extrae de su bolsillo una boleta de Salvaje Arregui y la inserta en la urna. Al instante, vemos que la tormenta se disipa, el mar se aquieta, el viento cede y el cielo dibuja un arcoíris hialino y luminoso. Por corte, vemos que de la nada surge una pequeña isla paradisíaca que se abre paso arremetiendo hacia la pequeña embarcación. Escuchamos la voz del locutor: “El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

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