—¿Te puedo preguntar algo?
—Sí, Casio, adelante… –Salvador disfrutaba de sus últimos bocados, ya estaba casi lleno.
—Volviendo al tema… ¿Quién te pidió que me cuidaras? –En ese momento, tragó y se sentó mirándola muy fijo a los ojos
—Es una historia larga pero esto que te voy a contar ahora es todo lo que sé, o lo que recuerdo. –Casio se sentó en el piso, se cruzó de piernas como si fuese a meditar y escuchó atentamente…
—Cuatro conciencias residentes de una constelación, de la cual no recuerdo el nombre, invocaron mi presencia para guiarte y ayudarte a descubrir quién sos, pero en el medio de todo esto, algo sucedió y perdí parte de mis recuerdos Solo sé que te conocí…
—¡En el barco! –interrumpió ella.
—No… te conocí antes…
—¿Antes cuándo?
Salvador le contó que su primer encuentro tuvo lugar la vez que leyó la carta de la Luz mala, allí él se habría presentado como aquel perro amistoso, que luego había desplazado la temible luz roja…
—Increíble… –Casiopea no podía parpadear, se encontraba absorta, mientras escuchaba a Salvador. De la ansiedad que sentía no había dejado dedo con uña Parecía que era la única manera de mantenerse calma
—Según tengo entendido, reunís una cantidad de cualidades, que no todos las tienen, una de ellas es que sos una viajera experimentada.
—¿Qué cualidades? ¿Viajera?
—Ves más allá, sentís otros planos. –La conversación de a poco iba tomando consistencia, según Salvador, los viajeros eran personas con la habilidad de poder separar su forma astral o espíritu fuera del cuerpo, permitiéndoles viajar a otras dimensiones o lugares, sin la necesidad de estar ahí físicamente
—Ahora yo te voy a preguntar algo a vos… Salvador se puso más serio de lo normal, Casio se acomodó y aguardó la pregunta con mucha atención–… ¿Me podés traer agua?, tengo sed…
—Ay… Qué tonto, bueno... –Mientras ella estaba en la cocina, Salva pegó un salto y caminó hacia la cama donde se encontraba su collar, lo miró y pensó–: Chintamani… –La piedra emitió un leve resplandor cian, y Casio observó cómo la luz de la cocina parpadeó unas cuatro veces. Con cuidado, Salvador agarró el collar con la boca y lo mantuvo entre sus dientes. Aunque era peligroso él se quedó sentado sobre la cama esperando a que Casio vuelva a su cuarto, una vez arriba ella abrió la puerta y vio una hermosa luz.
—Guau, la piedra, la piedra brilla... –Dejó el plato con agua al costado del escritorio y se dirigió hacia Salva.
—¿Qué es?
—Esto es una fracción de una milenaria piedra que cayó de la constelación de Orión, se dice que viajó dentro de un cofre junto a tres objetos más que se dispersaron por el mundo y “desaparecieron”, algunos lo llaman regalo de las estrellas y yo soy el guardián de este.
Casiopea escuchaba con atención la historia y estaba maravillada con el resplandor que emanaba aquella piedra y recordó la caja que le habían obsequiado sus abuelos.
—Salva, ¿creés que la caja de mis abuelos tenga algo que ver con esto? –Los dos posaron sus ojos en la majestuosa caja y suspiraron.
—Podría ser... Quizá somos parte de un rompecabezas.
—¿Que podemos hacer para que recuperes la memoria? Casio estaba ansiosa por conocer todos los detalles.
—No lo sé, si tan solo pudiera… –La piedra emitió un brillo más potente y luego se debilitó hasta que se apagó. Curiosamente la luz en la casa también se había ido–. Ups, creo que cortamos la luz.
Un grito en coro había provenido de la planta baja.
—Oooh... –Marcelo y Marina estaban cortando el césped con una bordeadora eléctrica, su día de jardinería había finalizado, no había luz. Era un verano lluvioso así que el pasto y demás arbustos crecían como locos.
—Salva, ¿y si te pongo el collar? –Casio lo tomó y sin tocar la piedra lo ajustó al pequeño cuello de su nuevo amiguito.
—Gracias, Casio. –Salva se estiró placenteramente y comenzó a ronronear. Tres golpes interrumpieron aquel momento.
—Rápido, escondete. –Salvador parecía una cañita voladora, apresurado se escondió detrás de la cama y aguardó la señal para salir. Casio tomó lo primero que encontró y simuló estar leyendo.
—Hija, ¿estás ahí?
—Sí, ma, pasá. –Casiopea estaba apoyada contra su cama simulando leer una revista anual de novias.
—Se cortó la... ¿Qué hacés con mi revista de novias?
—Miraba unos vestidos de fiesta. –La coartada de ella era casi perfecta, salvo por el pequeño detalle de que la revista estaba al revés.
—No me digas que querés fiesta.
—No, no, solo estaba mirando…
—Está al revés.
—¿Qué?
—Que la revista... Está al revés.
—Ah, ja, ja, sí, quería ver un vestido desde otra perspectiva.
Su madre seguía posada en el marco de la puerta, parecía que tenía algo que proponerle...
—Se cortó la luz, ¿querés venir al centro conmigo y pasamos por el Starbucks? –La oferta era tentadora, no había luz, hacía calor y un frapuccino no le vendría nada mal...
—¡Me prendo! –Marina cerró la puerta y Casio esperó unos segundos para darle la señal a Salva de que ya podía salir.
—¿Qué es Starbucks? –preguntó el felino, Casio le contó que es una cafetería donde venden variedades de infusiones, café, brebajes frutales y cosas ricas para comer.
—¿Me llevás?
—¿No era que la mochila es incómoda?
—Me puedo adaptar.
—Bueno, vamos. –Casio abrió su mochila favorita y con un gesto lo invitó a entrar, la condición era no llamar la atención ni hacer ruidos raros…
—¿Vas a pintar, Casio? –le preguntó Marina mientras se subían al auto.
—¿Cómo pintar?
—Por la mochila… –Su madre la miraba por el retrovisor mientras se abrochaba el cinturón.
—Quizá Sí. –Esta vez le costaba actuar, estaba nerviosa y frente a su madre… Las dos estaban listas para ir a pasear por la ciudad de la furia y alguien más iba con ellas
Marina dejó el auto estacionado a unas pocas cuadras de la aseguradora y juntas se dirigieron al Starbucks, no bien llegaron a la esquina de Perú y Belgrano Casio observó con detenimiento una placa de cemento en la pared de un edificio donde yacían grabados dos apellidos: Dirks & Dates, a diferencia de muchos porteños Casio solía levantar la vista y perderse en los detalles arquitectónicos de la ciudad, ya que desde pequeña en Barcelona hacía lo mismo. Seguramente hoy en día su admiración por detenerse en esos detalles se debía a que todavía era joven, curiosa y no formaba parte del tirano mundo laboral que conlleva tener estrés, preocupaciones, desatención de ciertas cosas, ansiedad, aceleración, etc. Solo disfrutaba, inclinó más su cabeza y vio un increíble edificio sostenido por figuras humanoides, en total contó ocho telamones o atlantes y se quedó pensando en que cada uno parecía representar un oficio en particular
—Guau, nunca vi este edificio…
—¿Qué? ¿Qué mirás? –preguntó Salvador.
—Ahora te cuento…
—Sí, decime, hija.
—No dije nada…
—Estás rara, ¿te tomaste una copita de algo?
—Ay, mamá, no tomo alcohol…
—Bueno, yo a tu edad tomaba cerveza y… Pero, bueno, era otra época vos no tomás nada, ¿okey?
—Nada de nada…
Casio corrió su mirada más a la derecha y vio una hermosa puerta con un extraño diseño, la puerta en su parte superior llevaba una telaraña de hierro con su creadora en el medio. Arañas... diug... Las chicas ingresaron por esa puerta metálica y luego atravesaron una última puerta de madera de roble, Marina le preguntó a Casio qué quería tomar, ella observó el panel y se decidió por un rico frapuccino de dulce de leche a base de crema… Venti por supuesto, Salvador se encontraba dentro de la mochila casi asfixiado y contactó con Casio...
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