A Salvador la idea no le agradaba mucho que digamos y con sumo cuidado Mina lo roció con un poco de líquido inflamable, la antorcha estaba lista, con ayuda de las piedritas chispeantes de Jo el fuego surgió y se hizo la luz.
—Recuerda que el fuego es peligroso… –le dijo Salvador a Mina, ella lo miró y le contestó:
—No me digas... –Jo envalentonada sacó un machete que había en el bote y siguió a Mina, juntos se internaron nuevamente en la selva. Salvador inquieto pensaba que se meterían en problemas más grandes si no abandonaban la isla pronto. Mientras deambulaban por la selva, Jo cortaba la exuberante vegetación para poder pasar, el machete afilado rebanaba de cuajo la maleza a la perfección.
—Oye, oye, Jo, si fuera tú no lo haría. –Jo lo miró y con un gesto le dijo:
—¿Hacer qué? –En ese momento Jo le dio un machetazo a un árbol y los tres se percataron de que eso era la pierna de un gigante, aquellos enormes seres dormían parados y poseían una habilidad camaleónica, sus largas horas de sueño los dejaban vulnerables ante otras especies, por eso a menudo se escondían en los bosques y selvas para camuflarse y pasar desapercibidos.
Un gruñido perturbador resonó en toda la isla, y como una ola expansiva, viajó varios kilómetros, eso provocaría el despertar de la isla por completo, Salvador en ese momento les dijo que corran y no miren hacia atrás, los seres que habitaban aquella misteriosa isla estaban furiosos, la tierra se movía y se desarmaba, entre tanta debacle Mina tiró la antorcha al suelo y esa fue la última acción que desencadenaría el cataclismo final. La antorcha tocó el suelo y se hundió como si se la hubiesen tragado y la lava comenzó a brotar del suelo.
Salvador guiaba a las chicas con un rumbo incierto, o quizá eso pensaban ellas, detrás de los tres un enjambre de extraños insectos voladores de color azul y violeta los perseguían, parecían enormes avispas que lanzaban aguijones de fuego, y las ramas de los árboles intentaban destrozarle los pies.
Como si Salvador conociese la isla les dijo:
—¡Seguidme, vamos! –Habían encontrado un atajo, un espacio en forma de círculo que estaba rodeado de árboles y parecía seguro. Al fin un poco de paz, debían pensar en un plan, su padre estaba perdido y necesitaba ayuda. Mina y Salva discutían lo que deberían hacer, uno decía A y el otro decía B, no lograban ponerse de acuerdo, eran dos chicos peleando, Jo se hartó y se alejó unos centímetros de ellos y oyó un ruido extraño en la copa de los árboles, mientras discutían ella les pedía que bajen la voz, Salvador en un momento desvió sus ojos desacreditando lo que decía Mina y se detuvo en un punto fijo.
—Ay, no. –Mina lo miró y le dijo:
—¿Y ahora qué sucede, chaval?
Mina casi se infarta, desde la copa de los árboles se veía cómo descendían arañas enormes, negras y con tonalidades azuladas. Esos arácnidos no poseían vista pero eran capaces de oír hasta la caída de un alfiler, además mediante los movimientos de su exoesqueleto se podían comunicar. Los chicos estaban rodeados, parece que no tenían escapatoria. Las arañas en círculos aguardaban el primer movimiento de su cena. Parecía un tablero de ajedrez, de a poco se empezaron a comunicar entre ellas y una de las arañas escupió un hilo de seda al centro, este se desvaneció emitiendo un gas extraño y Salvador se tapó la boca, nariz y cerró los ojos, pero las chicas no. Mina y Jo comenzaron a reírse a los gritos, entonces las arañas hicieron vibrar sus cuerpos, el ruido se asemejaba a unas maracas, era una clara señal de ataque. Salvador tenía un haz bajo la manga, siempre llevaba consigo un pequeño tubo de pimienta con cilantro, así que lo sacó y se lo hizo oler a las chicas. Mina y Jo estornudaron y de esa manera expulsaron las esporas extrañas que tenían los hilos. Una vez en sí, Mina observó a su alrededor y vio las horripilantes fauces y colmillos con gotas de veneno, pegó un grito tan fuerte y agudo que los tímpanos de las arañas explotaron, provocando su inmediata retirada. Salva miró con cara de asombro a Jo y ella le dijo:
—Es normal, les tiene pánico Era la ocasión perfecta para escapar, una vez alejados de esos seres fueron en busca del Claudio.
La isla se estaba autodestruyendo, el agua del gran lago turquesa había entrado en estado de ebullición, un vapor cian comenzó a brotar del lago y a medida que se expandía todo se iba secando, aquel gas estaba acabando con la vida de toda la isla.
Los chicos se encontraron con una especie de caverna donde al final se veía una luz, Mina entró corriendo y los demás la siguieron, en un abrir y cerrar de ojos, desembocaron en una playa iluminada por el sol de mediodía, nadie entendía nada, bueno, quizá alguien sí entendía… No bien observaron el terreno Jo se percató de algo.
—¡Niños, huellas!
Salvador se puso en cuclillas y al cerrar sus ojos tocó las huellas.
—Son de Claudio. Pensó–. Vamos, chicas.
Los tres siguieron el camino de huellas y desconcertados, se dieron cuenta de que habían llegado al punto de partida, pero el barco ya no estaba.
—¡Se fueron sin nosotros! –gritó Jo, Salva trazó unas líneas que, si mal no recordaba, atravesaban la isla y estas poseían la suficiente energía para alterar el tiempo y el espacio. Mina asombrada le dijo:
—¿Qué cosa? –Salvador le explicó que existían unas arterias que corrían por debajo de la tierra y que la isla funcionaba en espejo, ellos deberían estar del otro lado de la isla pero en un tiempo en el cual ellos no habían llegado y debían salir de ahí antes de que sus otras versiones llegasen. Los tres observaban con temor el océano, aguardando que aparezca el barco. Mina sintió que Salvador conocía la isla
—¿Cómo es que sabes todas esas cosas? ¿Quién eres? –La mirada de Salva se apagó un poco y con una mueca de incomodidad le contó a Mina que la conocía de antes y que estaba para ayudarla, sus recuerdos eran muy vagos, por momentos recordaba quién era, pero por otros no. Sus tíos le dijeron que él era muy especial y que no todos podrían entenderlo, por esos sus padres se lo sacaron de encima, además Salvador le explicó que tenía habilidades muy peculiares, de vez en cuando podía adivinar cosas, otras veces podía conjurar hechizos y mover objetos con la mente, pero no siempre se manifestaban esos aspectos. Mina se quedó desencajada, no entendía, estaba muda, el silencio duró segundos, porque justo en ese momento un grito había interrumpido la revelación, era Claudio
—¡Mina!
—¡Padre! –Los dos corrieron al encuentro y se fundieron en un fuerte abrazo… Claudio los miró y les dijo:
—¡Se fueron sin nosotros! Maldigo al capitonto Veech… –Jo se acercó corriendo y le dio unas cálidas palmadas en su hombro.
—Claudio, qué bien que estás bi… ¡Eh… Eh! ¡Miren! ¡El barco está volviendo por nosotros!
Claudio cogió sus prismáticos y observó que en la cubierta de aquel barco había otra Jo, otra Mina, y un doble de él.
—Vale, oíd con atención, estamos en otra dimensión, debemos escapar antes de que ellos lleguen a la orilla. –Los tres miraron a Salvador y asintieron, no había más tiempo, debían abandonar ese lugar de inmediato, si no podrían generar un desastre temporal, los cuatro rápidamente se dirigieron al túnel, detrás de ellos se veía cómo aquellas columnas de cristal descargaban toda su furia, una vez en la entrada de aquel túnel, decidieron taparlo con ramas y arbustos, para no ser descubiertos, volvieron sobre sus pasos a las entrañas de la isla y todavía era de noche. Las plantas y los árboles se habían secado, una baja y densa niebla cubría todo el suelo.
Los cuatro emprendieron su regreso rumbo a la playa, a sus costados el silencio era mortal, todo lo que antes tuvo vida ahora había perecido, la isla estaba en su lecho de muerte… Por el panorama que los circundaba muchos de los seres habían muerto, arañas enormes y aves prehistóricas yacían sin vida colgando de los árboles, entre unas raíces la mitad del cuerpo de un gigante había quedado atrapado, su mano extendida hacia el cielo parecía que clamaba piedad o auxilio, las estrellas ya no brillaban. Una explosión liberó una cantidad de luz exorbitante, Claudio de inmediato pensó en que el cráter del volcán había explotado, pero el acontecimiento distaba mucho de un evento geológico Si bien la lava bajaba a gran velocidad de aquel morro lo que había explotado era otra cosa, de alguna manera un agujero negro se había formado sobre aquella isla a 300 metros de altura, la gravedad que este generaba comenzó a elevar enormes porciones de tierra, rocas y árboles, todos eran tragados por este fuerza descomunal, el fin estaba cerca. El río por el que habían viajado se encontraba casi seco. Caminaron por aquel difunto río y llegaron a toparse con el cañadón que atravesó Claudio al principio, una grieta vertical se abría paso.
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