—Lo sé, por eso el trato será la brújula por dos pases
para acompañarlos. No la tiraré pero lo convenceré de que, si no nos deja viajar, la dejaré caer al agua. –Jo trató de convencer a Mina de que lo que iba a hacer su padre era peligroso.
—Oye, pequeña, he oído historias aterradoras sobre esa isla, además las fuertes borrascas podrían dañar la nave.
—Suficiente, Jo… No funciona, sabés que a mí nada me da miedo…
Jo la miró con cara rara y le dijo:
—Hay algo que sí… –Y con su mano simuló el movimiento de una araña
—Diug, las odio, me dan miedo, terminad que me dará algo.
Sin más remedio, terminó de escuchar el plan de Mina. Infantil pero con sentido; le había propuesto meterse dentro de una caja y luego salir de ella antes de que el barco zarpara, mostrándole al padre que ella tenía la brújula, Jo pensaba en que, si algo salía mal, su padre las mataría, bueno, no tanto, pero sí se enfadaría.
Algunas cajas quedaron dentro de la mansión y serían retiradas al día siguiente luego del mediodía, Mina y Jo observaron por última vez las cajas desde la planta alta.
—Será perfecto… –Jo cerró los ojos y pensó: Que sea lo que Dios quiera…
Por la mañana los tres compartieron el último desayuno en tierra de Claudio, refinadas piezas de porcelana y tartaletas de frutos rojos copaban aquella mesa redonda, las miradas cómplices entre Jo y Mina eran evidentes, su padre se reía y les preguntó:
—¿Qué estáis tramando vosotras? –Desde aquella terraza natural se podía ver el océano, y esquivando la mirada de su padre Mina le dijo que no era nada.
—Hemos planeado recoger algunas frutos silvestres, haremos mermelada…
—Ah, ¿alquimia, no? –Claudio se echó a reír y le dio a Mina un gran abrazo antes de irse y le pidió que sea buena con Jo.
—Cariño, estaré siete días fuera, cuando llegue espero no encontrar la casa en llamas.
—Sí, padre, no te preocupes la casa no arderá. –Johari abrazó a Claudio y entre lágrimas atinó a decir:
—Cuídese, señor, lo vamos a estar esperando. –Mina pensó: Qué buena actriz… Su padre se retiró de la mansión. Mina la tomó de la mano a Jo y juntas fueron corriendo a buscar los mapas, la brújula y algo de ropa que habían preparado, a último momento Jo, se arrepintió.
—Nos quedamos… No puedo, creo que esto es demasiado, tu padre no nos perdonará jamás… Mina, desafiante, se escapó del lado de Jo e ingresó en la caja.
—¡Es ahora o nunca, venga, entra conmigo!
En segundos los compañeros de viaje del padre irían por esa caja de madera, Mina desde adentro invitaba fervientemente a Jo, para que se meta con ella, sin opción y con un sentimiento de culpa, entró en la caja, se camuflaron y aguardaron a que se la lleven. Fuertes golpes retumbaban dentro, la estaban sellando para que no se abra en el camino. Los muchachos tomaron los últimos objetos que quedaban en la mansión y se fueron directo al puerto.
La caja a diferencia de las otras se sentía pesada, los marineros se preguntaban qué llevarían allí.
Por un trozo de madera agrietada, Mina podía ver todo el trayecto hasta el viejo puerto, la vegetación abundaba y los caminos se enredaban. No tardaron en percibir el aroma característico del mar, era la señal de que habían llegado. Un viejo y enorme navío se erguía imponente con sus tres enormes velas, un prominente carajo asomaba de aquella embarcación de color verde con franjas color madera, parecían piratas en busca de un tesoro, pero no, solo querían explorar nuevas tierras y saber qué tan cierta era la historia de esa isla fantasma. El puente de carga se estaba por cerrar, los últimos tripulantes apresurados corrían por la pasarela llevando la caja donde se encontraban las chicas, esta se comenzó a mover para todos lados. Dentro las muchachas se mecían de acá para allá, parecía un lavarropas. Jo un poco desesperada le dijo en voz baja:
—Mina, no han abierto la caja y estamos subiendo al barco y encim ¡AY! –Jo se había golpeado tan fuerte la cabeza contra una esquina que su grito casi las delata, una vez en el compartimiento debajo de la cubierta ambas aguardaron a que las dejen solas, para poder abrir la puerta, pero cuando intentaron abrir la tapa de la caja, no pudieron.
—Maldición, estos tíos la cerraron por completo –Jo con sus manos buscaba alguna grieta como hacer presión pero no pudo encontrar nada. Mina buscaba la manera de agujerear la madera con un abre cartas, pero este terminó partido a la mitad.
Mina y Johari se pusieron de acuerdo:
—Vale, Jo, las dos juntas patearemos fuerte, tan fuerte que la madera se romperá. –Jo la miró toda transpirada y le dijo–: ¿Tú crees que funcionará?
—Por supuesto, somos fuertes. Las dos se apartaron y con un envión partieron una parte de la caja, ambas salieron con cautela, Jo pegó dos saltos y enérgicamente aplaudió.
—Lo hemos logrado, estamos fuera… Un momento…
Mina la interrumpió y con una sonrisa le dijo:
—Sí, estamos navegando, no ha hecho falta chantajear a nadie, ¡seremos la sorpresa! –El plan de Mina había salido a la perfección
Al cabo de unas largas horas, en la proa se encontraba Claudio con sus tripulantes observando el horizonte, aquel periplo acababa de iniciar, un rojizo cielo se expandía por encima de ellos. Las primeras estrellas iban apareciendo, y la noche se hacía sentir, la temperatura descendía y la luna llena alumbraba las aguas. La bóveda celeste resplandecía y su mapa se proyectaba en las alturas.
Las chicas no encontraban la salida de la bodega, buscaron por horas, hasta que Mina reparó en una diminuta puerta que se encontraba en el techo, Jo la ayudó alzándola.
—Venga, ayúdame a levantarme, necesito abrir esa puerta. –Abrieron aquella compuerta y una escalera se extendió, subieron de nivel, recorrieron parte de aquel navío hasta casi llegar a cubierta.
Claudio, junto al capitán, comentaba qué sería lo primero que harían al llegar a la isla.
—Muchachos, lo primero que haremos es contemplar la naturaleza y observar su geografía, Miguel, quiero que te encargues de los retratos de la flora.
—¡Sí, señor!
Canarias habían quedado muy atrás y casi no se veían, era la señal de que ya debían estar cerca de su destino, pero nadie divisaba ni un ápice de tierra.
Mina y Jo continuaban fugitivas en aquellos compartimientos, engañaron al estómago con unas frutas que habían llevado y bebieron agua de una vieja cantimplora. Pero tenían apetito, esto las llevó a buscar en la cocina del barco más provisiones.
Un joven cocinero de unos 16 años se encontraba preparando sopa para la cena. Sigilosamente Mina ingresó agazapada a la cocina y a tientas tomó unas frutas que estaban a mano, pero ella calculó mal y tiró el plato al piso, provocando que el muchacho la descubra. En ese momento el chico le dijo sorprendido: “Mina“, ambos se miraron y ella salió corriendo tomando bruscamente a Jo de la mano, juntas se escondieron nuevamente. Johari no sabía cuánto más iba a esperar Mina para aparecer y contarle al padre que estaba allí, cada minuto que pasaba bastaba para agregar más peso al castigo que les impartirían a las dos, cada vez que ella pensaba en eso, se persignaba y pedía que el señor Claudio no se enoje tanto. El joven cocinero no podía sacarse de la cabeza su peculiar color de ojos, solo esperaba volver a verla, él sabía de quién se trataba. Claudio había solicitado a un tripulante unos mapas y su brújula.
—Joven, si es tan amable, estaría precisando las herramientas de navegación. –El muchacho fue en busca de los mapas, y descubrió que una de las cajas estaba abierta.
—José, esto está liao, que alguien se nos ha colado. –Este evento alarmó a la tripulación y dieron aviso de que alguien había irrumpido en la nave.
Читать дальше