Gran Canarias, La Palma, 1589
Luego de salir de un período de incertidumbre y muerte por una epidemia de peste bubónica contraída por el comercio marítimo, las islas de a poco volvían a la normalidad, un excéntrico geógrafo y navegante se encontraba junto a su equipo de investigadores en su casa preparando una expedición por misteriosas aguas que al parecer escondían celosamente una isla fantasma.
Impulsado por otros cartógrafos e importantes figuras de la época, Claudio, un bon vivant, contaba con un grupo de aficionados como él.
—Muchachos, como sabéis debemos trazar esta noche la ruta marítima hacia aquella misteriosa isla. Un señor de pelo blanquecino y una tupida barba –dijo con un acento francés
—Pues sí, es necesario, llevamos varias reuniones pero ninguna ha ido más allá de la idea, esta noche debéis trazar la ruta, de lo contrario me iré La disputa llevaba lugar en la sala de la mansión de Claudio que se había convertido en la base de operaciones para gestionar aquella travesía. La sala se hallaba repleta de globos terráqueos, mapas, tinteros por doquier y una réplica de su navío, el talismán de los océanos III, ellos recopilaban y confeccionaban mapas de navegación. Una vez finalizado el encuentro, Claudio despidió a sus compañeros acompañándolos hasta la entrada de su casa por lo cual Mina, su hija, sigilosamente había ingresado a escondidas al estar y como siempre se deslumbró con aquellos mapas trazados y anotaciones en tintas rojas sobre los mapas.
Su aventurera alma se asemejaba mucho a la de su padre, una brújula dorada brillaba en la esquina del escritorio de su padre, era increíble cómo ese brillo resaltaba entre tanto desorden. Su diseño era extraordinario, la prolijidad y dedicación se observaban a simple vista. Heredada por tradición esta vez le tocaba a su padre y seguramente a Mina más adelante, aunque una mujer al mando de un barco era muy difícil de ver en esos tiempos, pero para Mina soñar no costaba nada. Su padre siempre le decía que nunca se rindiera y siga sus sueños.
Siendo joven ya tenía muchísimo carácter, de mente abierta y aventurera, siempre mostró valentía. Aceptó la muerte de su madre de una manera tan madura que a su padre le llamaba la atención.
Se dice que aquella brújula había sido diseñada especialmente para la familia por un misterioso alquimista, claro estaba que la tradición familiar era la navegación, la pasión por los océanos y por el descubrimiento. La brújula fue considerada como un talismán desde el día que fue concebida, de ahí el nombre de la nave. Una vez despachado el equipo de científicos Claudio se dirigió a la sala de estar, abrió las puertas y ahí estaba Mina con sus manos metidas dentro de todo el papelerío y sosteniendo la brújula con la mano izquierda
—¿Habéis encontrado lo que buscabas?
Faltaba esa pregunta para que Casiopea se dé cuenta de que estaba “soñando” nuevamente, se miró en el reflejo de una caja de cristal y vio a una chica de su edad, pero muy distinta a ella. De pelo negro, con una piel tostada por el sol y pecas, una vez más encarnaba en la vida un personaje nuevo. De a poco se dejaría llevar por esta nueva aventura.
Esa noche Mina cenó con su mejor amiga, una mujer africana de 40 años llamada Johari, su nombre significa joya o diamante en lengua africana, y su historia era un poco triste ya que unos franceses la habían “rescatado” de un naufragio, y le prometieron que tendría una vida, libre y tranquila, pero todo resultaría ser una mentira, la esclavizaron y terminó perdiendo su amada libertad truncando su cofre de sueños.
Después de unos años el padre de Mina junto con los vecinos del pueblo exigieron liberar a la muchacha y otros más que estaban en su misma situación. Sorprendidos por la petición tuvieron que acceder, mucha alternativa no tenían, era un pueblo contra ellos. Ese era un peculiar comportamiento para la época, ya que se estilaba tener esclavos. La visión de Claudio era tan interesante que los lugareños habían adoptado otra forma de pensar y así ellos decidieron que no era ético esclavizar a las personas. Siempre que Johari contaba esta historia, Mina se emocionaba.
Johari le había pedido a Claudio si podía ir con él ya que no tenía dónde ir, fiel a su estilo Claudio no pudo decir que no y le dio un techo, Jo se había ofrecido para cuidar de la pequeña y así fue como forjaron su magnífica amistad.
Mientras las chicas cenaban, Claudio se encontraba en su estar y paseaba con una pluma de tinta en su mano izquierda de acá para allá, mientras que con su mano derecha mecía intensamente una copa de vino, como un mar embravecido las olas de esa sustancia bordó rebasaban los bordes de la copa, manchando todo lo que había en el camino. Claudio marcaba los mapas y murmuraba hasta que eufórico gritó: ¡Eureka! Atolondrado como él solo, sin querer rompió aquella copa de vino contra el escritorio y esta empapó unos mapas que tenía allí. Johari y Mina se asustaron y al oír tanto lío se dirigieron a la sala:
—¿Estás bien, padre? –Claudio jocosamente le dijo:
—Pues sí, hija mía, he terminado de confeccionar el mapa que os llevará a la famosa, ¡Aprositus! ¡La inaccesible, la isla de las siete ciudades!
Entusiasmado esa noche pondría fecha a la travesía, que marcaría sus vidas para siempre.
Los meses pasaron y el día de la expedición se acercaba, la casa de Mina parecía un centro de logística, maletas por doquier, mapas, prismáticos y sextantes decoraban todo. Conforme se acercaban los días, la preocupación de a poco invadía a Johari, ella había escuchado historias sobre algunos marineros que no habían vuelto de sus expediciones en busca de la isla y ella le expresó su inquietud a Claudio, pero el hizo caso omiso. La historia de que la isla aparecía y desaparecía era conocida por todos los habitantes de Canarias, fantásticos cuentos contaban que aquel lugar parecía encantado. Animales extraños, espectros y hasta gigantes rondaban esa porción de tierra misteriosa. Claudio le había pedido a Johari que, mientras él no este, ella cuidara de Mina como si fuera su hija. En ese momento Johari miró con ojos de madre a Claudio y con dolor aceptó su petición. Jo era 13 años mayor que él y siempre lo consideró como un hijo. Luego de que la salvara y le ofreciera su tan preciada libertad ella decidió quedarse a su lado, la esposa de Claudio había fallecido durante el brote de peste bubónica y al verlo que estaba solo con la pequeña Mina se sintió identificada
Ese sería el motivo por el cual su devoción hacia la familia era tan grande, ella ya había perdido a sus seres queridos y no le quedaba nada, en ellos dos pudo encontrar aquel afecto que había perdido hace tiempo, lejos de ser explotada por Claudio, Johari vivía en su casa como una más y entre todos se repartían las tareas, Claudio era un hombre de un inmenso corazón.
Escondida detrás de la puerta junto a un gran macetón, Mina había escuchado las conversaciones de su padre y el equipo de navegación.
Esa noche los compañeros de aventuras de su padre fueron de a poco vaciando la casa, las maletas eran recogidas cada 30 minutos y llevadas al antiguo puerto. Las lámparas de fuego alumbraban aquella escena, Mina se encontraba contra el barandal de la escalera observado cada movimiento.
—Mina, ven aquí, cariño, deja a los hombres hacer su trabajo, es hora de dormir. –Desganada Mina subió las escaleras y juntas se dirigieron a su cuarto, en un tono muy serio ella le dijo a Jo.
—Tenemos que hablar. –Siempre que ella decía eso era porque alguna idea loca o descabellada se le iba a ocurrir.
Mina sacó de su bolsillo una brújula:
—Sin esto no podrán navegar. –En ese momento Jo le aclaró a Mina que debía devolver eso de inmediato, que era peligroso que su padre salga de expedición sin su herramienta principal.
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