Mina y Jo aguardaban a los muchachos en aquella bahía donde habían desembarcado. Habían encontrado moras silvestres y unas frutillas. Dentro de un coco se dispusieron a mezclar todo y bebieron aquel fresco brebaje.
La noche se acercaba, el capitán Veech las invitó a volver a la embarcación, las chicas fueron escoltadas hasta la nave en un pequeño bote y allí treparon por la escalera. Mina estaba un poco enojada ya que su padre no le había permitido ir con él, por lo tanto decidió ir a pasear sola por aquel viejo barco. En la cocina se encontraba Salvador preparando la cena, una sopa de pescado con vegetales era el menú de esa noche, Mina se acercó y le preguntó:
—Hola, Salvador. ¿Otra vez sopa?
Él la miró y se alegró de que estuviese allí:
—Mina ¿cómo estás?
—Un poco enojada, mi padre no me dejó acompañarlo. –Tomó una especiero y percibió un fresco aroma – ¿Qué es? –Salvador apuntó el recipiente con su cuchara de madera y le dijo:
—Eso es cilantro, lo amas o lo odias. –Mina lo miró y se sonrió.
—¿Qué hace un chico tan joven aquí, también has venido con tu padre?
—No, vine por mi cuenta… Estoy solo, bueno, solo conozco al capitán, es amigo de mis tíos…
Salva le contó que era de Italia y sus padres lo habían enviado a trabajar al puerto de Canarias con sus tíos y de ellos aprendió el arte de la cocina, tenían una pequeña taberna que ofrecía comida a los marineros del puerto, según su padre a los 16 uno ya era un hombre y tenía que valerse por sí solo, Mina lo miró y le dijo que ella solo veía a un chico:
—Deberías disfrutar más, quizá tengas dos años más o uno, pero no dejas de ser menor, no hagas caso a esos mandatos… ¡Sé libre! –Salvador la miró y quedó impresionado ante la visión de Mina, era notable que su padre y Jo la habían criado en un ambiente de libertad y comprensión. La suerte de tener un padre como Claudio y una guía como Jo no la tenían muchos. Jo se posó en el marco de la puerta de la cocina y saludó al joven cocinero.
—Hola, chef… Mina, ven conmigo, quiero que veas la luna. –Salva sin que las chicas se den cuenta se inquietó un poco y con una sonrisa le dijo a Mina que fuera a verla.
Mientras que una parte de la tripulación se encontraba mirando la hipnótica luna, Salvador servía la cena en la cubierta. Según el termómetro la temperatura rondaba los 26°C y la noche era perfecta para cenar afuera. La mesa era larga y todos disfrutaron de aquella sopa. La gran mayoría luego de haber cenado se fueron a descansar, al otro día debían confeccionar las bitácoras de viaje.
Mina se encontraba observando la luna que todavía brillaba pero había perdido un poco su color, Jo se acercó por detrás y le dijo:
—Qué magnífica aquella tonalidad, nunca en mi vida vi algo así…
Salvador observaba de lejos a Mina y Jo mientras charlaban y reían con la luna de fondo, por más que la noche parecía calma Salvador estaba inquieto Claudio y sus hombres habían encontrado un perfecto lugar para acampar, las estrellas brillaban tanto que la luna podría pasar desapercibida si no fuera por ese color rojo que emanaba. Durante la madrugada, la temperatura en aquella selva se mantenía calurosa, los mosquitos estaban insoportables, por suerte el equipo llevaba unas plantas de citronela para repeler un poco aquellos molestos zumbidos y poder descansar.
Un grito despertó a los acampantes, Claudio aturdido salió de su carpa y sus compañeros de viaje atormentados le dijeron que la carpa había salido volando y los temblores de la otra noche se volvieron a sentir, un sonido casi les rompe los tímpanos, los hizo estremecer, para cuando se quisieron dar cuenta, ninguna de las carpas estaba allí, sin aviso alguno había comenzado a diluviar, Claudio alcanzó a ver cómo un árbol se movía solo, en segundos un relámpago iluminó aquella escena, y se horrorizó, lo que se movía no era un árbol, era un gigante, dio aviso a sus hombre y corrieron a través de la maleza, unos seres oscuros emergieron del suelo como si fuesen un denso humo y comenzaron a perseguirlos, la caza había comenzado. Lo único que los alumbraba a los hombres eran las luces de los “relámpagos”, la tormenta era tan fuerte que los destellos hacían parecer que llovía de abajo hacia arriba, uno de los muchachos se quedó cautivado al ver que las estrellas eran las causantes de emitir aquellas estroboscópicas luces, en aquel lugar la naturaleza tenía otras reglas, llovía con un cielo totalmente despejado.
Mina se encontraba tranquila estudiando unos mapas de la isla, cuando se vio interrumpida abruptamente por Jo.
—¡Mina!, hay unas luces raras y la cascada de la isla parece fuego. –Los mapas volaron por el aire y ambas se acercaron a la baranda.
—Maldición, Jo, eso no es agua es lava, parece que mi padre está en peligro, debemos avisarle. –Mina tomó su mochila y las dos rápidamente comenzaron a bajar por la escalera de auxilio hasta el bote, Salvador salió a cubierta y observó un resplandor que brotaba de aquella cascada, se acercó a las escaleras y vio a las chicas a punto de subirse.
—¡Las acompaño!
Claudio y sus compañeros llegaron a un risco y allí los 6 usaron unas pistolas de bengalas, y pensaron que si alguien en el barco estaba despierto podrían llegar a ver su pedido de ayuda, luego de aquel despliegue en cubierta, el capitán y otros más se despertaron y observaron seis luces de bengala en el cielo desaparecer entre la altísima vegetación. Los muchachos ya habían encendido las alarmas y sin salida se lanzaron a un río que corría por debajo de ellos.
Mina y Jo planeaban cómo encontrar a su padre. Salvador les dijo que había un río, en el cual el mar inyectaba agua a las entrañas de la isla, utilizaron el bote del barco y se adentraron en aquellas aguas de color azul petróleo. Una antorcha era sostenida por Jo en la punta del bote y alumbraba el camino, mientras que Salvador y Mina remaban. En un instante el agua se iluminó y las luces los llevaron río adentro. Los tres estaban fascinados al ver tantas luces de colores alrededor del bote, era hermoso. Un inquietante ruido cautivó sus oídos y cuando miraron hacia atrás observaron cómo varios árboles se habían caído cerrándoles el camino, las luces parpadearon y tomaron profundidad, parecía que se habían asustado.
“Supongo que ya no podremos volver”, pensó Jo.
—Vale, vinimos a buscar a mi padre, prometo que saldremos rápido… –dijo Mina.
Alrededor del barco unas grotescas sirenas de aspecto físico tenebroso llamadas ondinas asomaron su cabeza a la superficie, sus ojos estaban en llamas.
Ellas comenzaron a nadar en círculo y esto produjo que el agua comenzara a girar violentamente en espiral generando que el talismán de los océanos III se alejara de la isla, ni siquiera las anclas habían funcionado. Todos se miraban con zozobra y una intensa neblina verde los tapó por completo, de a poco los tripulantes comenzaron a desmayarse, nadie pudo hacer nada, sus cuerpos yacían inmóviles en el piso Parecía que la isla rechazaba la visita de los mortales.
Las aguas en aquel río se volvieron turbulentas, Claudio y sus hombres cada vez perdían más fuerza ante su potencia. El bote de Mina se encontraba a la deriva y se dirigía a gran velocidad en dirección a unos rápidos, los tres se agarraron fuerte de donde pudieron y surcaron esas temibles corrientes revoltosas, el agua los había empapado y parecía que cada vez costaba más mantenerse estable. Una vez fuera de las furiosas corrientes, siguieron río adentro y desembocaron en un gran lago, habían llegado al núcleo de la isla, el fulguroso resplandor de la lava que caía del morro alumbraba un poco aquella orilla, por ende los tres alcanzaron a ver una cuantas huellas en la arena, Mina rogaba porque fueran de su padre. De su mochila sacó una prenda de ropa, tomó un palo y la envolvió en él.
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