Lautaro Mazza - Casiopea y la bóveda celeste
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—Atentos, buscad en todos lados, parece que tenemos intrusos. –Pero no todo terminaba allí, cuando le acercaron la brújula a Claudio este la miró desencajado y enfurecido gritó:
—Ostras, esta no es mi brújula, ¡encontrad a los intrusos y mi brújula!
Claudio se dirigió a paso firme al interior de la embarcación y comenzó a buscar la brújula desesperado, su valor era incalculable y era vital para poder navegar, esa brújula lo acompañó desde que él tuvo uso de razón. Entre tanto alboroto y descontrol por no poder encontrar la brújula, una voz muy tierna y particular se hizo presente
—¿Has encontrado aquello que buscabas? –Era su hija y entre sus manos traía la bendita brújula, sus ojos no podían creer lo que veía, felicidad, enojo y emoción se mezclaban en su corazón, en ese momento se escucha con voz temerosa otra conocida voz.
—Perdón, señor, ha sido mi culpa. –Johari entraba en escena, muy afligida por el accionar de ambas. Claudio no podía enojarse con su hija, al fin y al cabo de él había heredado esa alma aventurera.
—Hija, lo que habéis hecho es una locura… –Una vez aclarado el embrollo, Claudio dio aviso a la tripulación que todo había sido un mal entendido y que los intrusos no eran intrusos sino su hija y su “guardiana”.
Las estrellas brillaban y sobre la cubierta Claudio estaba posado contra un mástil, de repente llamó a uno de los tripulantes de abordo.
—Eh, tú, ¿cómo te llamas? –El muchacho le contestó que su nombre era Salvador–. ¡Venga, Salvador, traed tragos para todos, mi hija y Jo están aquí! Vamos a festejar. –Mina lo miró y se sonrió, parece que había encontrado un amigo, el barco siguió su rumbo, rebosante de alegría, luego de una noche de jarana, se dispusieron a dormir, pero antes, Mina buscó a Salvador, y le agradeció por guardar el secreto.
—Gracias por no decir nada, parece que eres de confiar…
—De nada, no os preocupéis, todo va de lujo, estoy para ayudarte, chavala.
Estrecharon manos y se despidieron.
Al otro día el sol brillaba en plena cubierta, Jo dibujaba un barco con velas en forma de mariposas y un gritó llamo su atención, de pronto corridas provinieron desde la cubierta e interrumpieron el calmo sonido del océano: ¡Tierra a la vista! Todos salieron apresurados para contemplar el descubrimiento. Mina estaba deslumbrada por la intensidad de aquel momento y le contaba a Jo todo lo que haría cuando lleguen.
—Voy a anotar todo, el color del agua, la arena, las plantas, ah, y me voy a llevar un par de conchillas…
La isla cada vez se veía más cerca, y todos ansiaban desembarcar en ella. El sol se fue apagando, unas nubes grises comenzaron a borrar ese celeste y pacífico cielo, una tormenta se estaba formando arriba de ellos, las nubes se arremolinaban y amenazaban a la tripulación, la inactividad del viento sobre la superficie alertó un poco a todos , hasta que uno de ellos gritó:
—¡El agua, mirad el agua!
—¿Qué demonios es eso? –dijo Claudio.
Casi todos observaron que debajo del agua unas pequeñas luces se desplazaban como delfines en dirección a la isla.
Claudio sabía que había comenzado la acción, junto al capitán Veech comenzaron a dirigir la nave hacia la isla, a unos cien metros, observaron cómo dos columnas de “cristal” se elevaron desde las profundidades del mar hasta el cielo, este fenómeno es conocido como tromba marina. La escena era perfecta y aterradora, los rayos bordeaban aquellos torbellinos y más luces se veían trasladarse a gran velocidad, siempre con dirección a la isla. El cielo estaba tan oscuro que parecía de noche.
—Jo, observa cómo esos torbellinos forman un arco, ¡parece que caminan! –Jo se tapaba la cara y miraba aterrada.
Para algunos las columnas descendían de los cielos y para otros ascendían desde las profundidades. Los intentos por desviar el barco fueron inútiles, este no respondía y cada vez se acercaban más al peligro, el miedo se sentía en toda la cubierta.
El viento soplaba cada vez más fuerte y el barco se desestabilizaba, todos en la nave iban de un lado al otro, se mecían como una cuna, el agua ya entraba por todas partes. Mina estaba fascinada con la idea de una tormenta en alta mar, parecía que no le tenía miedo a nada, en cambio Jo estaba a punto de lanzar todo el desayuno, no le alcanzaban las manos para sostenerse, al cabo de unos minutos la tormenta, había comenzado a perder fuerza hasta que perdió fuerza y desapareció .Los rayos del sol asomaron tímidamente y el viento se entibió, parecía que la calma había llegado, si no fuese porque un ruido bastante extraño atrajo la atención de algunos hombres, todos miraron a su alrededor y no encontraron nada, pero luego un fuerte y constante repique sonaba por todos lados, estaban lloviendo peces. ¡Todos adentro! La tripulación se resguardó y observó cómo caían los pescados del cielo, un pescado a esas alturas podía ser mortal. Luego de aquella loca secuencia la densa neblina que escondía la isla se esfumó y todos observaron aquellas tierras desconocidas. Una cadena montañosa verde con un morro en forma de pico les daba la bienvenida, para Mina se asemejaba a una mano cerrada apuntando con su dedo índice al cielo, era un paraíso, una obra de la naturaleza o de algún creador. El sol embriagaba de luz las playas de arena blanca y la verde vegetación, habían llegado a la mítica isla de San Brandán…
Una vez en tierra firme, con cautela, descargaron las herramientas necesarias para su trabajo, decidieron entre todos acampar cerca del barco por si acaso, se dice que muchos exploradores debieron abandonar la isla de un momento para el otro. La leyenda contaba que, si uno hacía fuego allí, la isla temblaría y se movería. Claudio y el resto del equipo sabían que no tenían que generar fuego, ya que arruinaría por completo aquel viaje.
Mina y Jo contemplaban los peces de colores que nadaban cerca de la orilla, en un área rocosa y con profundidad brillaban en el fondo unos seres con tentáculos, transparentes, estos emitían una bonita y tenue luz azul.
—Hasta los animales son extraños aquí. ¿No te parece, Jo? ¿Jo?
Jo se encontraba observando aquel gris y oscuro morro.
Claudio observó su brújula, y se percató de que estaba descalibrada, giraba como loca, no podía hallar su norte, sorprendido les mostró a sus otros colegas, y ellos descubrieron que con sus brújulas pasaba exactamente lo mismo. ¿Qué misterio escondía esa isla que volvía locas las brújulas? La noche iba ganando terreno y las muchachas antes de irse a dormir observaron el peculiar color del cielo y las estrellas, parecía que algo o alguien habían cambiado las constelaciones de lugar. Algunos astros se veían rojos y grandes, todos tenían la sensación de haber entrado en otro mundo. La noche transcurrió normal, hasta que sintieron unos temblores extraños, desde las carpas se comunicaban en voz baja, el sonido parecía que viajaba, se acercaba y se alejaba. Esa noche nadie había podido dormir.
Al otro día, Claudio preocupado les preguntó a todos.
—Muchachos, ¿vosotros habéis prendido fuego ayer por la noche?
—No, de ninguna manera, eso arruinaría nuestra expedición –dijo Manu–. De hecho el barco sigue donde lo dejamos, según las investigaciones, si la isla se hubiese movido, el barco ya no estaría
—Vale, vale –dijo Claudio preocupado.
Otro de los cartógrafos aseveró que esos sonidos podrían ser producto de algún volcán que se encontraba bajo de la isla, pero esa teoría quedaría descartada luego de que un curioso tripulante había ido a investigar. La sorpresa era enorme, había descubierto huellas que medían tres metros de largo, algo había estado caminando por su zona la noche anterior. Claudio incluyó en su bitácora de viaje similitudes que le recordaban a las disparatadas anécdotas de los antiguos exploradores. Con el correr de las horas planificaron la expedición al valle de la isla, según los mapas, este se encontraba en un área donde cuatro ríos desembocaban sus aguas en un gran lago turquesa, así que Claudio y parte de su equipo penetraron la abundante vegetación de la zona y vieron cómo árboles inmensos se elevaban por encima de ellos, flores silvestres, de variados e intensos colores y mariposas extrañas formaban parte de un paisaje natural paradisíaco, habían pasado treinta minutos desde que comenzaron la caminata, la vegetación de a poco permitía ver parte de lo que pensaban que era un morro. Un gran cañadón de tierras naranjas y amarillentas se hacía presente, un accidente geográfico que según se podía apreciar había tenido lugar en el período cretácico, sus paredes estaban llenas de minerales preciosos, magnetitas, amatistas, piedra de la luna, entre otras. Claudio por momentos se sentía observado, pero decidió poner la atención en lo que tenía por delante, los caminos eran increíbles paredones de cien metros que se elevaban a sus costados, pequeños arroyos de agua cristalina recorrían aquel trayecto, un microclima se podía sentir, la selva volvía a emerger esta vez habían llegado a un mirador. Lo que observaban era majestuoso, aves de distintos tamaño surcaban los cielos, la selva se multiplicaba por todas partes, y un espejo de aguas turquesas yacía en el medio del valle.
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