El andar de sus tacos se hacía cada vez más intenso, un pasillo blanco y alumbrado por la cálida luz de varias arañas era transitado por esa mujer, llevaba gafas de sol, guantes y una capa negra, estos formaban parte de su delicado atuendo... Una puerta doble de color blanca aguardaba ser abierta al final de aquel recorrido, la delicada dama se detuvo a no menos de dos pasos, la puerta se abrió, y dejó ver a un hombre que se encontraba en medio de una plataforma elevada sobre un espejo de agua.
Con sus manos manipulaba aquel elemento y generaba formas que se remontaban hasta el techo…
—Admirable manejo de la sustancia, Esteban. Supongo que tu llamado se debe a una urgencia, ¿no?
—Ignacia… Es serio… Parece que algo se coló al plano terrenal.
—Ajá… O sea a nuestra dimensión… –Ignacia se acariciaba el mentón y miraba de reojo el arte de Esteban.
—Inquietante… ¿Sería posible encontrar la fuente de energía que lo ocasionó?
—Podría, pero tardaría días. –Esteban se paró y caminó sobre el agua como una deidad.
—¿Creés que tiene que ver con el cierre de las cúpulas? –consultó Ignacia mientras observaba parte de la decoración de aquel salón Esteban la seguía con la mirada mientras ella recorría el perímetro
—Puede ser… deberíamos contactarnos con Andrómeda –dijo Esteban preocupado. Ignacia lo miró fijo y advirtió:
—Okey, voy a dar aviso a los demás integrantes del consejo. Mantengamos esto en secreto, ya sabes cómo son las cosas... Ah, y deberías cambiar los cálices, estamos en la Legislatura porteña, no en cualquier edificio. Si querés te puedo pasar un contacto que tiene cosas únicas e interesantes, soy diseñadora y decoradora de interiores, corazón, no puedo con mi genio, te quiero.
Esteban se rio e Ignacia abandonó aquel salón envolviéndose en llamas. Él se quedó sentado en el desnivel de entrada observando los antiguos cálices, pero lejos de pensar en el consejo de Ignacia, su mente estaba inquieta tratando de descifrar cómo había sucedido aquel pase interdimensional…
Era temprano y el calor se comenzaba a sentir, una fresca brisa apaciguaba las altas temperaturas, las hojas de los árboles se sacudían con delicadeza y el ruido ambiente se iba acrecentando. Una sensación de dolor y punzante presión se extendía por el cuello de Casiopea. La templada brisa golpeaba su nuca y de a poco ella abrió los ojos. Al momento de intentar ponerse recta un dolor espantoso invadió la parte trasera de su cuello. Con un delicado movimiento fue irguiendo de a poco su columna, por su posición contraria a la ventana sus oídos podían captar los sonidos que venían de la calle y se percató de uno en particular, un ronroneo constante sonaba detrás de ella, sus cejas se arquearon y la sensación de sorpresa y miedo se mezclaron, con cautela se giró y ahí estaba… Oscuro como la noche y con unos hermosos ojos, un gato negro estaba sentado en la cama mirándola fijamente con un aire muy sereno, se lamió su patita y maulló tiernamente, parecía que le daba los buenos días. El gato comenzó a acercarse y a Casiopea casi le dio un ataque, era muy temprano para visitas Él comenzó a caminar sigilosamente en su dirección y ella con cautela se alejaba para no asustarlo, de pronto él se detuvo y ella también, parecía un baile en espejo, Casio ya se había arrastrado a un metro de distancia de la cama.
El gato agachó su cabeza se giró y con su boca agarró un collar con una piedra extraña, esa fue la primera señal que él le dio.
—¡Salvador! ¿Sos vos? –El animal asintió con un movimiento de cabeza y un suave parpadeo–… ¡Sos un gato! ¿Cómo es que pasó? ¿Qué fue de la vida de Mina, Jo y Claudio? –Casio estaba eufórica, iba y venía–. Es un sueño, es un sueño, le estoy hablando a un gato… Los gatos no hablan, tengo que parar…
De izquierda a derecha Salvador la seguía con sus profundos ojos hasta que un maullido le puso fin a esa frenética caminata y llamó su atención.
—Sí. ¿Me hablaste? –preguntó ella, pero él no dijo ni miau, solo se movió de donde estaba sentado dejando al descubierto algo que dejaría a Casiopea completamente desconcertada… Un haz de luz le pegó de lleno a la cama y un dorado resplandor se reflejó en las paredes de su habitación, era la famosa brújula de Claudio, el talismán de los océanos.
—¡NO! ¡Esa es La brújula, la brújula de Claudio!
De pronto una voz fuerte y con eco sonó en su cabeza:
—Hola, Casiopea.
Los vellos de los brazos de Casio se erizaron y ella pegó un grito.
—¿Quién es? ¿Quién habla?
—Yo, Salvador…
—¡No hagas nunca más eso!
—Bueno, perdón, no me quedó más remedio
—¿Cómo hacés para que nos comuniquemos?
—Yo no hago nada, solo te hablo, creo que hay algo que tenés que saber… –Casiopea lo miró desconcertada–. ¿Qué tengo que saber, Salva?
—Lo que tenés que saber es que sos especial, sos mágica. –Los ojos de Casiopea se abrieron y se puso colorada.
—Desde que abrí la caja de mis abuelos, mi vida cambió mucho, no entiendo por qué nunca dijeron nada Salvador, decime que esto no es un sueño
—Tranquila, de a poco vas a ir despertando y yo también, solo sé que me encomendaron la misión de cuidarte y guiarte, tengo recuerdos borrosos… Creo que los dos buscamos respuestas.
—¿Quién te dijo que me tenías que cuidar? ¿Fueron mis abuelos? –De repente la puerta se abrió
—Casio, ¿con quién hablás? –Era Marcelo.
—Con el… (el gato desapareció) –pensó–. Con Micaela… –completó.
—Bueno, bajá a desayunar que ya son más de las diez… –Con un gesto de okey Casio despachó a su padre de la habitación y se dio cuenta de que estaba sola…
—Fue un sueño
—No, no desaparecí –Otra vez la voz con eco.
—¿Me querés matar de un susto? ¿Dónde estás? –Salvador se había escondido detrás de la cama y de a poco asomaba su cabeza–. Te vas a tener que acostumbrar ¿Por qué no te fijás en lo que tenés atrás de la cama?, quizá te sorprenda –Casiopea lo miró y con su mano le hizo un gesto para que se corra, cuando se acercó extendió el brazo y se sintió como Elena revolviendo el estanque, para su sorpresa su mano había palpado un frío elemento que parecía un hilo metálico, lo tomó y cuando lo sacó vio que la cadena del estanque de la estancia de Elena estaba entre sus manos… La voz de Salvador volvió a sentirse.
—¿Encontraste lo que buscabas? –Casiopea lo miró y le dijo:
—Necesito que me cuentes lo que está pasando, pero ahora te vas a quedar acá hasta que vuelva de desayunar.
—Por el momento no tengo opción, me quedo. –Salva se subió a la silla de escritorio y se recostó. Mientras Casio se calzaba agarró una campera de verano del ropero, se miró en el espejo y detrás de ella se reflejaba Salvador observando atentamente todo lo que ella hacía. Una mirada y una expresión de silencio bastaron, para que Salva se quedara en el molde. Casio agarró su celular y salió del cuarto, un estornudo la detuvo a metros de la escalera, se frotó la nariz y recordó que olvidaba algo, volvió sobre sus pasos y abrió la puerta nuevamente, asomó la cabeza y le preguntó a Salvador:
—Me olvidaba. ¿Querés algo?
—Muero por comer pescado... –Casiopea se rio y le dijo:
—Qué original, ¿pescado ahora? Es temprano, más tarde quizá consiga algo, ahora te puedo traer… –El grito de una madre alterada recorrió las escaleras de la casa
—CASIOPEA, A DESAYUNAR. –Marina había comprado facturas para el desayuno y había preparado una exquisita mesa con jugos frescos y una linda vajilla. Una taza de té a medio enfriar aguardaba a Casiopea.
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