“De mis sencillos padres, Dios antiguo Dios de mi madre, en quien yo siendo niño,inocente, creí!”
Con todo, pobre, no tuvo la fuerza suficiente como para romper con el mundo. Y, ¿qué pasó? Escuchen lo que escribió un amigo en el prefacio a sus poesías: “La profunda desesperación de esa alma era indescriptible: Su agonía fue terrible, desgarradora”.
Murió en la desesperación.
¿Para qué sirve, entonces, hijos míos, abandonar a Jesucristo y seguir al mundo?
3
EN EL TRABAJO, BUSCAR SÓLO A DIOS
Página con resonancias autobiográficas y de gran valor poético y espiritual, publicada el 3 de septiembre de 1899.
Estaba ayer en la habitación de un buen sacerdote y mi mirada cayó sobre estas palabras: ¡Sólo Dios!
En ese momento tenía yo la vista cansada y dolorida, y por mi cabeza desfilaban infinidad de días agobiantes como el de ayer; pero, por sobre el torbellino de todas mis angustias y el confuso resonar de mis suspiros, me parecía escuchar la voz afable y bondadosa de mi ángel que decía: ¡Sólo Dios!, alma desolada, ¡sólo Dios!
En una ventana había una planta de ciclamino, luego un corredor y algunos sacerdotes en meditación; más allá un crucifijo, un querido y venerado crucifijo que me recordaba hermosos e inolvidables años; y mis ojos cargados de lágrimas, descansaron a los pies del Señor. Y me parecía que mi alma se elevaba, y que una voz de paz y consuelo salía de aquel corazón traspasado y me invitaba a elevarme a las alturas, a ofrecer a Dios mis sufrimientos y a rezar.
¡Qué dulce y lleno de paz, ese silencio...! y en el silencio ¡sólo Dios! repetía dentro de mí, ¡sólo Dios!
¡Y una atmósfera calma y bienhechora parecía envolverme el alma!... Y entonces pude ver en mi pasado la razón de los sufrimientos presentes: y vi que en lugar de buscar ¡sólo a Dios! en mi trabajo, hacía años que andaba mendigando la alabanza de los hombres; y que buscaba y deseaba constantemente que me vieran, me apreciaran, me aplaudieran; y llegué a esta conclusión: también en esto hay que empezar una vida nueva: en el trabajo, buscar ¡sólo a Dios!
Trabajar bajo la mirada de Dios, ¡sólo de Dios! Sí, en estas palabras se encierra toda la nueva regla de vida, todo lo necesario y suficiente para la Obra de la Divina Providencia: ¡la mirada de Dios!
Hay que comenzar una vida nueva, y empeza desde aquí: en el trabajo, buscar ¡sólo a Dios! ¡Trabajar bajo la mirada de Dios! ¡Sólo de Dios!
La mirada de Dios es como rocío que revitaliza, como rayo de luz que fecunda y ensancha el horizonte: trabajemos, pues, sin ruido y sin tregua, bajo la mirada de Dios, ¡sólo de Dios!
La mirada del hombre es un rayo que quema y empalidece aún los colores más resistentes: en nuestro caso sería como el viento helado que dobla, quiebra y destruye el tierno tallo de nuestro pobre arbolito.
Todo lo que se hace para hacer ruido y ser vistos pierde frescura a los ojos de Dios: así como una flor, ajada al pasar por muchas manos, deja de ser presentable.
Pobre Obra de la Divina Providencia, sé la flor del desierto que crece, se abre y florece porque Dios se lo ha dicho, y que no se altera por la mirada del pájaro que pasa, o porque el soplo del viento desparrama sus hojas apenas formadas.
Por nuestra alma y para toda la vida: ¡sólo Dios! ¡sólo Dios! La soledad sin Dios podrá aportar descanso al espíritu pero endurece el corazón: es una planicie florecida y perfumada, pero de sol pálido y muerto.
¡En cambio la soledad con Dios, es una cálida y dulce atmósfera que por sí sola puede curar las angustias del corazón!
¡Sólo Dios! ¡Qué provechoso y consolador es querer sólo a Dios como testigo! ¡Dios solo, es la santidad en su grado más alto! Dios solo, es la seguridad mejor fundada de entrar un día en el cielo.
¡Sólo Dios, hijos míos, sólo Dios!
4
ESA VOZ QUE INVITA A REZAR Y AMAR
Texto tomado de un artículo escrito por Don Orione en mayo de 1903 para una revista diocesana; en él el Santo indica los caminos seguros de la oración y de la Divina Providencia.
En toda Italia, y en el mundo, por otra parte hay una fatal mescla de principios, de la que depende el futuro de esta querida tierra nuestra, tan hermosa y tantas veces tan desafortunada.
La Iglesia tiene la victoria asegurada porque así se lo ha prometido el Señor; pero es voluntad de Dios que sus hijos todos, se ganen esa victoria. La mejor arma que todos podemos usar, sigue siendo siempre la oración. Queridos hermanos, que el ruido de los hombres que no comprenden las cosas del espíritu, no sofoque nunca la suave melodía de nuestras almas. Más aún, a la gritería de los insensatos que pretenden sembrar odio en el corazón del pueblo, opongámosle la armonía y la caridad de nuestras oraciones.
Recemos, pues, hermanos; acudamos a los pies de la Virgen desde donde se derraman sobre la tierra entera las aguas vivificantes de la piedad y del dulce amor de Dios. Corran a los pies de la Santísima Virgen, almas oprimidas por el dolor y acosadas por las adversidades. ¡Vayan hacia Ella, que es bondad, mansedumbre, gracia, que es la Madre de la divina misericordia!
Hay una voz que, como una oleada de bálsamo, nos invita constantemente a elevar los corazones, a rezar y amar a la Santísima Virgen... Esa voz es la voz de la civilización, que se nutre de amor y vive de conductas benévolas; es la voz de la caridad, voz que anuncia que la llama encendida por Jesús entre los hombres, no se ha apagado. Más aún, es la auténtica voz de la humanidad, dado que al hombre le resulta intolerable una vida en medio del odio, la violencia de las pasiones, en medio de crueldades de destrucción y muerte.
¡Ánimo, pues, invoquemos a la Santísima Virgen! Cerremos filas en torno a los altares de nuestra santísima y querida Madre del cielo, y recemos!
Es María, en los planes de Dios, la encargada especial de la obra de la paz universal en el mundo. Nadie mejor que Ella. Invoquémosla con todo el impulso del alma; invoquémosla, sin cesar, llenos de confianza filial; pidámosle que nos ayude a ser mejores, más fervorosos en la oración y en las obras buenas en favor de los humildes.
Y así el Señor estará con nosotros, sin ninguna duda, y la victoria no será para la prepotencia de la fuerza o la impiedad, sino para la fe activa y laboriosa, como el Señor nos lo prometió.
5
NO PARA LOS JUSTOS, SINO PARA LOS PECADORES
Este texto está tomado de apuntes espirituales de 1917; en él se manifiestan los vigorosos rasgos del amplio espíritu pastoral de Don Orione.
El sacerdocio tiene por finalidad la salvación de las almas; y muy especialmente, debe buscar a las que se alejan de Dios y se pierden. A ellas les debo una actitud preferencial, no de ternura sino de paternal consuelo y ayuda para su regreso dejando de lado, si es preciso, las otras almas menos necesitadas de asistencia.
Jesús no vino para los justos sino para los pecadores. [cf. Mt 9, 13; Mc 2, 17; Lc 5, 32]
Por tanto, presérvame, Dios mío, de la funesta ilusión, del engaño diabólico de creer que como sacerdote tengo que ocuparme solamente de los que concurren a la iglesia y a los sacramentos, de las almas fieles y las mujeres piadosas.
Mi ministerio sería seguramente más fácil y agradable, pero yo no viviría del espíritu de caridad pastoral hacia las ovejas perdidas que brilla en todo el Evangelio.
Sólo después de correr tras los pecadores hasta quedar agotado -y muerto tres veces-, sólo entonces podré permitirme descansar con los justos.
Que nunca olvide que el ministerio que se me ha confiado es ministerio de misericordia, y sepa tener yo para con mis hermanos pecadores un poco de esa caridad infatigable que tantas veces tuviste para con mi alma, Dios grande en misericordia.[cf. Ef 2,4]
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