El repudio de esta elevación sobrenatural a la gracia por una pretendida peculiaridad del carácter alemán es un error, una abierta declaración de guerra a una verdad fundamental del cristianismo. Equiparar la gracia sobrenatural a los dones de la naturaleza equivale a violentar el lenguaje creado y santificado por la religión.
El nazismo proyectaba una sociedad basada en una raza pretendidamente pura y denostaba los sentimientos considerados débiles, como la bondad, la caridad, el amor, la esperanza (García de Cortázar y Lorenzo, 2005: 91). La humildad cristiana también había sido víctima del desprecio de las autoridades nazis. Al querer contraponerla al heroísmo, esto valió la respuesta encendida del sucesor de Pedro:
La Iglesia de Cristo, que en todo tiempo, hasta en los más cercanos a nosotros, cuenta más confesores y heroicos mártires que cualquier otra sociedad moral, no necesita, ciertamente, recibir de ciertos medios enseñanzas sobre el sentido y la acción del heroísmo. Al mostrar neciamente la humildad cristiana como vileza y mezquindad, la repugnante soberbia de estos innovadores no consigue más que hacerse ella misma ridícula […] Os hablan mucho de grandeza heroica, contraponiéndola osada y falsamente a la humildad y a la paciencia evangélica; pero ¿por qué os ocultan que se da también un heroísmo en la lucha moral, y que la conservación de la pureza bautismal representa una acción heroica, que debería ser apreciada como merece, tanto en el campo religioso como en el natural?
Aquí se hará una breve digresión en lo que respecta al comentario acerca de la encíclica, necesaria para que se comprenda el capítulo que Pío XI le dedicó a la situación de los jóvenes en Alemania. La juventud fue un tema central del régimen conducido por Hitler. El totalitarismo del Estado nazi también se verificó en este asunto. La juventud de la Acción Católica de Alemania sufrió persecuciones desde el inicio del gobierno nazi. A los jóvenes católicos se les negó la posibilidad de tener bandas musicales y de exhibir uniformes y banderas. Además, no pudieron organizar desfiles. Del mismo modo, se les prohibió realizar prácticas deportivas ya que la juventud hitleriana tenía el monopolio de estas actividades. Existía una fuerte rivalidad entre ambos grupos juveniles. Eran habituales los enfrentamientos entre los adolescentes de las organizaciones y se tomaban a trompadas en las calles. En 1935 se prohibieron totalmente las actividades juveniles católicas en diversas regiones de Alemania, luego de diferentes incidentes (García de Cortázar y Lorenzo, 2005: 90). La actividad central de la juventud nacionalsocialista era el deporte. En este punto se regresará a la historia del niño que se venía relatando, previamente al inicio del análisis de la encíclica. El pequeño sufría muchísimo la fascinación del régimen por las actividades físicas, por no tener apego a ellas. Contaba nuestro niño lo dificultoso que le era cumplir la obligación de hacer ejercicios físicos dos horas diarias. Sin embargo, esta obsesión por las actividades deportivas –más allá de ser forzosas– no era algo de suma gravedad. Hasta tenían componentes valiosos. Sin embargo, estas actividades recibieron cierta amonestación por parte del papa en la encíclica. 15Preocupante era el desprecio del nazismo por quienes no podían cumplir cabalmente los entrenamientos. A la exaltación del vigor atlético y desarrollo físico, le era concomitante el desdén por quienes no estuvieran a la altura del nivel anhelado. Al respecto, nuestro niño recordaba que las autoridades nazis trasladaron en aquel tiempo a su primo con síndrome de Down para otorgarle, supuestamente, una mejor asistencia sanitaria. Un tiempo después, el gobierno informó que había muerto de pulmonía y que se había incinerado su cuerpo. Nuestro niño comprendería, con el paso de los años, que su primo había sido víctima de la campaña de eliminación de aquellos a quienes el nazismo consideraba disminuidos mentales. En esos tiempos, el niño fue obligado a formar parte de la juventud del partido nazi, pero la abandonó rápidamente (Urdaci, 2005: 108-110). La obligatoriedad de formar parte de la juventud del régimen fue criticada en la Mit brennender Sorge . El papa exigió que se abstuviera de hostilizar a la fe cristiana y a la Iglesia.
La penúltima sección del documento estuvo dedicada a los sacerdotes y religiosos. El papa relató las duras circunstancias y los tiempos difíciles que vivían los clérigos católicos en la Alemania nazi. Describió los dolores y las persecuciones que estaban padeciendo y denunció que algunos de ellos habían sido encarcelados o mandados a campos de concentración. 16
A los fieles laicos estuvo consagrado el último apartado e hizo referencias a los sufrimientos que estaban padeciendo. Repudió las medidas violentas y la opresión que se cernía sobre ellos. Pío XI concluyó el escrito rebatiendo las ansias de los que imaginaban y deseaban la desaparición de la Iglesia. El sucesor de Pedro preanunciaba una nueva victoria:
Entonces los enemigos de Cristo –estamos seguros de ello–, que se vanaglorian de la desaparición de la Iglesia, reconocerán que se han alegrado demasiado pronto y que han querido sepultarla demasiado aprisa.
Ese triunfo llevará al pueblo alemán, seguía el pontífice, a encontrar el camino del retorno a la religión. Así, esperanzadamente, terminaba Mit brennender Sorge .
Aunque exceda la finalidad de este estudio, no queremos dejar esta historia sin darle un punto final. La encíclica circuló por todo el país, pese a que la prensa nazi se negó a publicarla y la policía del régimen confiscó todos los ejemplares que pudo. El tirano nazi, enfurecido, emprendió una campaña de difamación contra el catolicismo y la persecución a los católicos se intensificó.
Años después –más allá de las intimidaciones y las intenciones destructivas que podía tener el nazismo hacia la Iglesia católica romana–, los oficiales de Hitler ocuparon la península italiana, pero no pudieron hacer efectivas sus amenazas. Las tropas nazis se pasearon triunfales, soberbias y prepotentes por toda Roma, pero no se atrevieron, nunca, a cruzar los límites del Estado Vaticano. La Iglesia no necesitaba tener divisiones militares para que se la respetara. 17
Ya en el presente siglo, el niñito alemán criado a orillas del río Inn –que no era otro que Joseph Ratzinger– se convirtió en el papa Benedicto XVI, la máxima autoridad de la Iglesia católica, cuya presencia sigue firme y vigente en todo el orbe. El nazismo y su delirante y estrafalario Tercer Reich se han perdido en el fondo de la historia, dejando tras de sí el recuerdo de sus horrendos crímenes.
Divini Redemptoris (1937): el peligro del comunismo
Casi en simultáneo a la reprobación del régimen nazi, la Iglesia publicó una carta encíclica, titulada Divini Redemptoris (Pío XI, 1937b), destinada a condenar los errores del comunismo ateo y alertar sobre su peligro.
El comunismo ateo era calificado como una amenaza para la civilización cristiana. En el abuso contra los trabajadores perpetrados por el liberalismo, que era calificado como irreligioso y amoral, se encontraba el fundamento que permitió la proliferación de las ideas comunistas. El liberalismo era la causa y el comunismo su consecuencia. 18Ante el ateísmo promovido por las ideas comunistas, el papa Pío XI recordaba el elemento espiritual de cada ser humano y de Dios. A los fines del presente estudio, tienen particular interés las proposiciones que el documento hizo acerca del orden económico-social. Se evocaban los principios establecidos en la Rerum novarum y en la Quadragesimo anno . Se insistía sobre la naturaleza individual y social de la propiedad privada 19y la dignidad del trabajo.
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