Tanto en Rerum novarum como en Quadragesimo anno se cuestiona la concepción liberal del Estado que se desentiende de la cuestión social. En contraposición, el catolicismo propugna una organización estatal comprometida con la prosperidad de la comunidad y de las personas, teniendo como prioridad a los más necesitados y débiles. Para la Iglesia, el Estado debe propender hacia el bien común y tutelar a los más humildes. Mientras que la clase social de mayor riqueza material se puede defender por sus propios medios, el pueblo precisa de la defensa del Estado, que debe abrazar con cuidado y providencia peculiares a los asalariados que forman parte de la clase pobre.
En Quadragesimo anno se recuerda que –a través de Rerum novarum – la voz del catolicismo se levantó para contrarrestar la perniciosa política del liberalismo que había impedido que se realizara una obra justa de gobierno. La Iglesia empezó a promover una política social más activa. Pero no se quedó en el ámbito de la propuesta, sino que actuó para hacerla efectiva. Los miembros de la Iglesia –laicos y religiosos– trabajaron arduamente para implementar una nueva legislación social y hacerla realidad. La encíclica Rerum novarum contribuyó considerablemente a mejorar la condición de los obreros. Explícita y categóricamente se reclamaba en ese documento que se los protegiera especialmente ( Rerum novarum , N.º 27). Las nuevas normativas impulsadas por la Iglesia aseguraron los sagrados derechos de los obreros que les corresponden por su dignidad humana. Esas leyes protegían el alma, la salud, la familia, la vivienda, los salarios, las consecuencias de los accidentes de trabajo de los asalariados.
Asimismo, en Rerum novarum León XIII señaló que el liberalismo estimulaba y favorecía a las asociaciones de las clases privilegiadas y, al mismo tiempo, combatía a las asociaciones de trabajadores que se iban formando para defenderse de los atropellos de los poderosos. El catolicismo, en sentido contrario, defendía el derecho natural de los obreros de formar sus propias asociaciones y mantenerlas. La sabia encíclica de León XIII exhortó a los obreros cristianos a formarlas y les enseñó el modo de hacerlas. Esta actitud alejó a muchos de las opciones socialistas que se presentaban, falsamente, como el único refugio de los humildes y oprimidos. La finalidad de estas asociaciones de obreros era conseguir la perfección moral y religiosa de cada uno de los asociados y obtener el mayor aumento posible de los bienes del cuerpo, del espíritu y de la fortuna. Para alcanzar la paz y la prosperidad de la sociedad, era indispensable que se establecieran relaciones mutuas entre los miembros. Las asociaciones cristianas de obreros debían defender sus intereses temporales sin olvidar los preceptos religiosos. A través de su misión contribuyeron a la justicia y colaboraron con las demás clases sociales a la restauración cristiana de toda la vida social. Como nota fundamental para cumplir fielmente su tarea, los sindicatos debían contar con autonomía e independencia del poder estatal. 8
Las asociaciones de obreros y de patrones cumplen un rol fundamental en esta tarea de conciliación de clases. En la encíclica Rerum novarum –el concepto es ratificado en Quadragesimo anno – se promueve la conciliación entre el capital y el trabajo. “No puede existir capital sin trabajo, ni trabajo sin capital”, sentenció León XIII en Rerum novarum (N.º 15), pero la defensa principal debe ser dirigida hacia pobres y débiles. A ese fin, la doctrina social católica propone que se eleve la condición material de los obreros, sin descuidar el cultivo del espíritu cristiano. La urgencia de lo material debe ser atendida con celeridad, pero sin olvidar la primacía de lo religioso y moral.
Del mismo modo, en la encíclica Quadragesimo anno se denunciaba que el sistema capitalista no solamente generaba concentración de riqueza, sino que esos potentados acumulaban inmenso poder. Se creaba, de ese modo, una dictadura económica, consecuencia de “la libertad infinita de los competidores que solo dejó supervivientes a los más poderosos”. El espíritu individualista en el campo económico trajo consecuencias funestas: la libre competencia se destruyó y el mercado libre fue suplantado por la prepotencia económica. El peor efecto de esta situación era la aparición del imperialismo internacional, es decir, el internacionalismo del capital.
Escapa a los fines de este apartado hacer un estudio exhaustivo de tan profundo documento, pero valga el breve resumen aquí expuesto para tener una noción sobre los principales lineamientos de un texto que ejerció –como se analizará en los capítulos posteriores– una inmensa influencia sobre los acontecimientos políticos de la década siguiente.
Tercera posición de la Iglesia
Se ha detallado que la Iglesia, tanto en Rerum novarum como en Quadragesimo anno , desarrolló diferentes críticas al liberalismo y al socialismo. En rigor de verdad, el pontífice León XIII –que dio nacimiento a la Doctrina Social de la Iglesia– ya había efectuado condenas a estas doctrinas políticas consideradas erróneas. Sobre el particular, se debe recordar la encíclica Quod apostolici muneris , publicada el 28 de diciembre de 1878, en la que se denuncian (León XIII, 1878) los errores del socialismo y otras corrientes vinculadas con ese sistema. Asimismo, se condenó al liberalismo en la encíclica Libertas , anunciada el 20 de junio de 1888 (León XIII, 1888). Con posterioridad, en las primeras décadas del siglo XX aparecieron nuevas doctrinas políticas que también recibieron reparos y reprobaciones de la Iglesia.
Iglesia católica-Estado fascista: concordancia y tensión
Concordato de 1929
La relación de la Iglesia católica con el fascismo tuvo momentos de concordancia y otros de tensión. Hacia fines de la década de 1920 el gobierno fascista y la Iglesia lograron celebrar un concordato 9en los llamados Pactos de Letrán. 10A través de estos tratados, la Ciudad del Vaticano e Italia se otorgaron reconocimiento mutuo como Estados luego de casi cinco décadas de disputas. Al mismo tiempo, el catolicismo se proclamó como única religión en Italia.
Divini illius Magistris (1929)
Sin perjuicio del importante acuerdo, ese mismo año se verificaron tensiones entre los dos Estados. En el día final de 1929, el papa Pío XI (1929) publicó la encíclica Divini illius Magistris , 11donde la Iglesia reivindicó sus derechos en materia educativa y que pudo ser interpretada como un dique a las pretensiones totalitarias del Estado fascista. La Iglesia católica reafirmó su derecho a educar sobre la fe y sobre toda otra disciplina y enseñanza humana, que fuera considerada provechosa para la formación cristiana.
En el mismo texto se desarrolló una fuerte oposición al concepto de monopolio estatal educativo que era calificado de injusto e ilícito. El papa aseveraba que no podía obligarse que asistan a escuelas estatales a las familias cristianas y recordaba que la escuela había nacido por iniciativa de la familia y de la Iglesia mucho tiempo antes que por obra del Estado. Hasta llegaba a manifestar que estaba prohibido a los niños católicos asistir a colegios acatólicos, neutros o mixtos (abiertos indiferentemente a católicos y acatólicos sin distinción).
Asimismo, hubo un apartado referido a la Acción Católica. El pontífice resaltó su tarea de promoción y defensa de la escuela católica. La obra de este grupo pasó a ser –apenas unos meses después– el principal punto de conflicto entre la Iglesia y el gobierno liderado por Mussolini. En este documento de 1929 –como previendo el diferendo que se avecinaba– Pío XI aclaraba que la Acción Católica no hacía obra de partido, ni pretendía separar a sus miembros de la comunidad nacional italiana, ni de ninguna otra en la que el grupo tuviera actividad. Al contrario, el buen católico –manifestaba el Papa– era el mejor ciudadano y amante de su patria.
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