Non abbiamo bisogno (1931): críticas a la estadolatría pagana del fascismo
El conflicto siguió profundizándose. Hacia principios de 1931, las autoridades del Partido Nacional Fascista consideraban que la Acción Católica estaba reagrupando a los simpatizantes del tradicional partido católico, el Partito Popolare Italiano (Partido Popular Italiano), que había sido proscripto por el régimen fascista en 1926. Asimismo, Pío XI reivindicó en Quadragesimo anno (1931b) el papel que debían tener los sindicatos católicos en la vida política. Esto fue considerado inadmisible y una intromisión intolerable en las facultades del Estado y del partido, por el totalitarismo fascista (García de Cortázar y Lorenzo, 2005: 85).
Alarmado por la presencia católica en la vida política, educativa y sindical del país, el gobierno de Mussolini disolvió las organizaciones juveniles y universitarias católicas en mayo de 1931 (García de Cortázar y Lorenzo, 2005: 85). El papa protestó y solicitó el fin de las prohibiciones. Toda vez que no fueron atendidas sus peticiones, el 29 de junio de 1931, Pío XI (1931c) publicó la encíclica Non abbiamo bisogno 12(“No tenemos necesidad”), donde exclamó críticas a los fundamentos ideológicos del fascismo y cuestionó las persecuciones de todo tipo dirigidas contra la Acción Católica de Italia. Las actividades de esta organización provocaron fuertes rispideces entre la Santa Sede y las autoridades fascistas. Tal fue la gravedad que alcanzó el asunto, que la encíclica publicada tuvo como finalidad específica aclarar “la necesidad y los caracteres de la Acción Católica”. El papa Pío XI estimuló con vigor (Maritain, 1967: 238) a esta organización durante todo su pontificado. Ha pasado a la historia su repetida declaración sobre que la Acción Católica era “la pupila de sus ojos” y estaba convencido de que en ella radicaba la clave para la solución de los problemas con que la Iglesia se enfrentaba en el mundo contemporáneo (Escudero Imbert, 1997: 80). Recordó que la tarea de la Acción Católica consistía en la participación y colaboración del laicado en el apostolado jerárquico.
A las aspiraciones totalitarias del Estado fascista no le agradaban las acciones del grupo católico. Las autoridades fascistas le atribuían carácter político y servir de refugio a los adversarios del régimen. El papa defendió la labor de la Acción Católica y calificó de falsas e injustas las acusaciones. Asimismo, denunció persecuciones, hostilidades, hechos violentos y actos netamente antirreligiosos sufridos por los miembros de la organización.
El papa Pío XI se mostraba indignado porque se lo considerase un “poder extranjero” y porque se calificara a la Acción Católica de peligro para el Estado italiano. Justamente “la defensa del Estado” era el argumento que esgrimía el gobierno fascista para justificar los ataques y la pretensión de destruir a la Juventud Católica. Dicho esto, no es difícil deducir que el centro del reproche católico al fascismo apuntaba a la estadolatría practicada por el régimen. A la Iglesia católica, en la voz de Pío XI, le repugnaba la vocación fascista de monopolizar la formación educativa de los niños y los jóvenes. Se caracterizaba a la ideología fascista como una “estadolatría pagana”, que contradecía los derechos naturales de la familia y los derechos sobrenaturales de la Iglesia.
Hacia el final de la encíclica el papa reivindicó –en la misma línea que había expuesto en Divini illius Magistris – el derecho de la Iglesia a ofrecer educación y formación cristiana a la juventud. El Estado fascista mostró su costado totalitario al no tolerar algunas acciones de la Iglesia en materia educativa y juvenil. Estas disputas tuvieron cierta entidad, pero los mismos asuntos iban a generar enfrentamientos de muchísima mayor envergadura del otro lado de los Alpes.
Mit brennender Sorge (1937): la Iglesia católica condena al nazismo
Nazismo versus Iglesia católica. A pesar de haber firmado un concordato en 1933, las relaciones entre la Iglesia católica y el régimen nacionalsocialista nunca fueron buenas. Es más, fueron muy malas y esta situación se fue agravando conforme fueron pasando los años. En las negociaciones, la Iglesia había conseguido mantener, bajo su órbita, el derecho a la educación católica. De la misma manera, se le permitía realizar sus actividades a la Acción Católica Alemana y a otras asociaciones afines a la Iglesia (García de Cortázar y Lorenzo, 2005: 89). La realidad iba a diferenciarse mucho de la letra acordada.
Una anécdota ayudará a comprender este clima. Un niño se criaba en esos tiempos en Alemania. Vivía junto con su familia, en la región de Baviera –una zona predominantemente católica–, cerca de la frontera con Austria. El padre del niño, muy católico él, era policía rural y le repugnaba el nazismo. En varias oportunidades había tenido que intervenir contra la violencia del gobierno nacionalsocialista. Estas acciones lo llevaron a tener que mudar a toda su familia hacia otra ciudad, por temor a represalias. Se vivía un clima de violencia. En los recuerdos del niño (Urdaci, 2005: 103-105) aparecen las persecuciones hacia los católicos por parte de los nazis en esos años de mediados de la década de 1930:
Por lo que puedo recordar, el nuevo régimen tan solo se dedicó a espiar y a tener bajo control a los sacerdotes que tenían una conducta hostil al Reich. Se comprende fácilmente que mi padre no solo no colaborara con este sino que (por el contrario) protegió y ayudó a los sacerdotes que sabía que corrían peligro.
Se ha señalado que el concordato de 1933 permitía a diferentes asociaciones católicas realizar algunas actividades, pero el gobierno alemán no soportó la existencia de los sindicatos católicos. Se inició un período de acoso, prohibiciones y encarcelamiento de los militantes católicos, incluyendo a diputados y sacerdotes del partido católico centrista 13(García de Cortázar y Lorenzo, 2005: 90). El gobierno nazi tampoco aceptó que se hiciera efectivo lo firmado con respecto a la educación confesional católica.
Volvamos a nuestro niño. En su relato autobiográfico contó acerca de las animosidades y hostilidades que sufrían sus maestros por parte de las autoridades nazis y las airadas protestas de los obispos alemanes ante esta situación. También recordó que algunos de sus profesores evitaban las alusiones ofensivas hacia los judíos, que eran tan comunes en las canciones de moda de la época (Urdaci, 2005: 105-106). Más tarde, se retomará la historia del pequeño.
La persecución contra la educación católica era asfixiante. Se hostigaba a los padres que optaban por una educación confesional para sus hijos y se acusó de conspiración política contraria al régimen nazi a las asociaciones de padres de estudiantes. Para colmo, durante 1936 e inicios de 1937 fueron reiteradas las oportunidades en que diferentes autoridades insultaron públicamente a los miembros de la jerarquía católica. Ante este clima de opresión sofocante, un grupo de obispos alemanes viajó a Roma y se entrevistó con el papa Pío XI (García de Cortázar y Lorenzo, 2005: 90 y 92).
Mit brennender Sorge : la encíclica de condena al nazismo
El 14 de marzo de 1937, en el Domingo de Pasión, el papa Pío XI (1937a) publicó la encíclica Mit brennender Sorge (“Con viva preocupación”), que fue redactada en alemán y que trataba sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich. En el documento se manifestó una fuerte condena al régimen nazi. Con valentía y firmeza, la Iglesia católica expresó su más profundo repudio a las acciones y a la prédica fanáticamente anticatólica del nazismo. La encíclica tuvo una enorme repercusión en todo el mundo y, particularmente, en Alemania, donde se leyó en todas las iglesias católicas. Desde el inicio se mostraba preocupación y estupor por la opresión que estaban sufriendo los fieles católicos alemanes, a causa de innumerables sucesos tristes y reprobables.
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