Giró el pomo con suavidad. Andrea estaba muy delicada, por lo que no esperaba resistencia de ella, pero no pensaba cometer el error de subestimarla.
Le hubiera gustado traer puesta su máscara de la Alegría. Ver sus ojos al reconocer a la sombra de la muerte reclamar lo que era suyo.
En fin, no todo podía ser perfecto. C’est la vie.
***
⎯Amor ⎯dijo la voz de Dana desde las escaleras⎯. ¿Qué haces despierto?
Mauricio presionó el botón de pausa y colocó el mando a distancia sobre sus rodillas.
⎯Pensaba un poco. Eso es todo.
Dana estudió la pantalla del televisor y sonrió a pesar de la hora. La escena de una carretera bajo el sol de un dorado atardecer. Un auto de color rojo vino rodeado de dos autos más, en negro y amarillo. Una curva a lo lejos que se perdía en un bosque de verdes pinos.
⎯Eres el único hombre ⎯dijo acercándose a él⎯que para pensar tiene que conducir un auto virtual.
⎯Eso no es cierto ⎯dijo él girando la vista de vuelta hacia el televisor⎯. No soy el único. Es la adrenalina. Simple fisiología.
Dana se sentó a su lado, sobre el brazo del sofá. Mauricio no la engañaba ni un segundo. Se veía cansado y preocupado a la vez. Su esposo era de los que se llevaban el trabajo a casa oculto en el cerebro. Podía no tener la intención de trabajar una vez llegaba a casa, pero su espíritu tenía una forma muy masoquista de ver el mundo.
Le pasó la mano por el cabello para luego deslizarlo por el cuello. Sintió como si dos cables de acero atravesaran su espalda.
⎯Estás tenso a otro nivel ⎯dijo ella levantándose. Se paró a sus espaldas y empezó a masajear con suavidad sus hombros⎯. ¿Algo en lo que pueda ayudar?
Mauricio no respondió. Colocó el control de la consola de videojuegos en el espacio que hacía poco había ocupado su esposa sobre el brazo del sofá y agachó la cabeza. Se lo podía imaginar con los ojos cerrados y, poco a poco, la tensión fue desvaneciéndose.
⎯¿Te he dicho alguna vez ⎯dijo con una voz apagada⎯que eres una experta dando masajes?
⎯Sí, pero puedes decírmelo una vez más. Yo no me pongo brava.
Mauricio giró la cabeza para verla a los ojos. Una sonrisa cansada temblaba en sus labios.
⎯Te conozco demasiado bien ⎯dijo Dana soltando sus hombros y sentándose en sus piernas⎯. Algo te está comiendo. ¿Qué?
⎯Es el caso en que estoy trabajando. Eso es todo.
⎯¿Seguro? ¿No hay nada más?
Estas palabras las acompañó tomando su mano y llevando la punta de sus dedos a un punto por debajo del ombligo. Mauricio sintió la esfera que Dana quería que palpara.
El útero. Donde crecía su hijo.
⎯No es lo que piensas… ⎯empezó a decir, pero ella le puso un dedo sobre los labios para silenciarlo.
⎯Lo sé. Ves cosas terribles todos los días. Tienes miedo y casos como el que estás trabajando solo sirven para recordártelo, ¿verdad?
Mauricio no respondió. Solo bajó la cabeza y la apoyó sobre su pecho. Tras unos segundos de silencio, Dana dijo ⎯¿Quieres mi opinión? Creo que vas a ser el mejor papá del mundo.
Le plantó un beso en la frente y susurró con los labios apoyados sobre su piel ⎯Porque conoces la cara del mal y de ninguna forma dejarás que la sorprenda.
Mauricio se alejó un poco y la miró con cuidado.
⎯¿La? ¿Ella?
⎯Aún no lo sé ⎯le respondió quitándole el flequillo de cabellos que le caía sobre los ojos⎯. Tal vez se deje ver en el próximo ultrasonido. Veremos.
Se levantó y extendió la mano.
⎯¿Vienes?
Mauricio se la tomó, pero no hizo ademán de levantarse.
⎯En un segundo. Tengo que pensar un poco.
Dana solo asintió, se agachó y le dio un nuevo beso en la frente.
⎯No te demores.
Cuando iba llegando al umbral de la escalera, la voz de su esposo la hizo detenerse.
⎯Si te pido que hables con ella, ¿lo harías?
No necesitó especificar a quién se refería.
⎯Depende. Si me pides que le brinde apoyo psicológico, por supuesto. Si quieres que la ayude a recordar, tendrás que convencerme.
⎯Estoy tratando de atrapar a un asesino ⎯dijo Mauricio y su voz tomó un tono metálico que era muy poco frecuente en sus conversaciones. Dana no se dejó alterar por el mismo.
⎯Y yo pienso en su salud mental. Si su cerebro no quiere recordar, por algo será. No quiero abrir una puerta que luego deje entrar toda una horda de demonios. Encuentra otra forma o un muy buen motivo.
⎯Pero…
⎯Pero nada ⎯dijo⎯. Eres inteligente. Ya encontrarás la forma. Por ahora, estoy dispuesta a hablar con ella. Solo eso.
Empezaba a darse la vuelta para empezar a subir la escalera, cuando recordó la llamada de su compañero.
⎯Ah, por cierto. Te llamó Omar. Me dio un mensaje bastante críptico para ti.
Mauricio, que ya había vuelto a tomar el control del videojuego, y se disponía a acelerar a toda velocidad por las carreteras virtuales, la miró con curiosidad.
⎯Me dijo que te recordara que no te preocuparas tanto. Que al morir todo lo que dejamos en este mundo es la… prosapia. ¿Sabes qué quiere decir?
Mauricio pareció dispuesto a ignorar la pregunta, pero la curiosidad lo venció al final. Se levantó de su sofá y se acercó a un librero de madera oscura que ocupaba una pared a su derecha. Sacó un grueso volumen de color blanco y lo abrió en las últimas páginas.
⎯Prosapia ⎯dijo en voz alta⎯. Significa… linaje, generación.
Cerró el diccionario de la Real Academia Española y lo volvió a colocar en su lugar.
⎯Maldito Omar ⎯masculló⎯. Entre sus estadísticas y sus palabras rebuscadas me volverá loco.
⎯¿Más de lo que ya estás? ⎯dijo su esposa subiendo la escalera hacia su habitación y dejándolo con las ganas de responder de una forma adecuada al comentario.
***
La enfermera Murillo aceleró el paso. Sus suelas de goma chirriaron con tal estruendo que por momentos temió despertar a todos los pacientes del hospital. El eco rebotó contra las paredes, prolongando el agudo sonido como un quejido en la soledad de las horas de la madrugada.
Apretó el folder que llevaba en las manos contra el pecho. Ya había terminado la ronda de medicamentos y por fin tenía unas horas para ponerse al día en las tareas de la maestría. Si no aprovechaba esos segundos de liberación, el trabajo se acumulaba y lo pagaría con creces en las semanas siguientes.
La sinfonía de chillidos la acompañó hasta dar la vuelta en el pasillo. La escena que apareció delante de sus ojos era esperada, pero algo en su interior la hizo detenerse a pesar de la prisa que llevaba.
El policía que vigilaba la habitación de la pobre Andrea se encontraba durmiendo. La cabeza apoyada sobre el pecho, la espalda contra la pared a un lado de la puerta. Por un segundo sintió envidia del joven policía, que podía darse el lujo de echarse una siesta en medio del trabajo. Luego recordó los rumores que circulaban sobre el calvario que había vivido la joven rescatada de un agujero en la playa y su natural calma se desvaneció. Si ella había sufrido tanto, y seguía luchando, lo menos que se merecía era la completa atención de todos los que debían velar por su seguridad. Eso incluía al joven oficial de policía que roncaba con suavidad.
Con la determinación de no hacer un espectáculo y dispuesta a poner todo en su esperado curso se acercó a la silla. Sus zapatos resonaron con aún más fuerza, cual sinfónica de grillos histéricos, pero ni siquiera esa cacofonía logró que la inmóvil figura se despertara.
⎯Disculpe, oficial ⎯dijo acercándose con cautela. Algo seguía gritando en lo más profundo de su ser que tuviera cuidado⎯. ¿Se siente bien?
Tres pasos más la colocaron a la par de la silla, pero el cuarto la hizo perder el equilibrio. Su suela se deslizó y cayó sentada a los pies del hombre. Apoyó su mano al caer sobre su rodilla y se disponía a pedir disculpas por la invasión de espacio personal, cuando la figura se desplomó hacia su izquierda como un árbol talado. El golpe contra el piso debió doler considerando la altura, pero no hizo el más mínimo intento de frenar su caída ni se quejó después. Su mano terminó sobre un charco, lo que explicaba por qué se había resbalado.
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