Luis Bonilla García - Historia de la hechicería y de las brujas
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La impronta de académicos como Thorndrike en Estados Unidos o Warburg en Europa, y de la nueva vía de los estudios culturales demostraba que, en efecto, la práctica mágica y las creencias sobrenaturales no habían sido únicamente un espacio de pensamiento irracional de pueblos primitivos o sociedades supersticiosas, sino que habían constituido un vehículo de conocimiento esencial para comprender la filosofía o la ciencia. Más aún, desde la perspectiva de la « mentalidad » se comprueba que lo sobrenatural y la práctica mágica, que el hecho « mágico » , no se reducen únicamente a estadios sociales y culturales menos avanzados, sino que en casi todos los períodos históricos han sido recibidos y elaborados por las élites, si bien a través de distintos mecanismos.
2. MAGOS, BRUJAS Y CAZA DE BRUJAS
Si echamos la vista atrás, magia, religión y conocimiento estuvieron íntimamente unidos desde la Antigüedad clásica. Los primeros relatos míticos sobre el origen del mundo y sus procesos naturales respondieron al pensamiento mágico, pero también, en el devenir de la civilización grecorromana, intelectuales y hombres de estado se preocuparon por el mundo oculto, aun cuando ya se reconocía y condenaba el hecho supersticioso. Solo así comprendemos cómo el romano Marco Anneo Lucano, 5 en su poema historicista Farsalia sobre la guerra civil entre Julio César y Pompeyo Magno, colocó como elemento central de la acción una consulta nigromántica operada por una bruja. En el episodio, descrito con el mismo rigor con el que el poeta canta las incursiones militares, el general Pompeyo quiere conocer qué le depara el futuro en el conflicto, y, para ello, acude a la bruja Ericto de Tesalia, retratada como una anciana terrible y casi monstruosa, capaz de invocar con sus ensalmos a las almas del Más Allá. Incluso un político y erudito como Plinio el Joven planteaba en una carta a su amigo, el poderoso Licinio Sura, si este creía en las brujas y en los fantasmas regresados, en lo sobrenatural en definitiva, para, a continuación, describir una serie de lo que hoy llamaríamos experiencias «paranormales » extraídas de cuentos populares. Un siglo después aproximadamente, Apuleyo de Madaura, orador y jurista del norte de África, tuvo que defenderse de la acusación de ser un « mago » y de practicar magia negra. De este modo, Apuleyo nos legó un magnifico discurso donde, en su defensa, reveló algunas de las prácticas y rituales mágicos más extendidos en el mundo romano. 6 Testimonios como el de Lucano, Plinio o Apuleyo atravesaron el tiempo, y el impacto de sus escritos quedarían en el poso común occidental en torno a lo sobrenatural, tanto en narrativas cultas como en los cuentos populares. Dicho de otro modo: las vías de transmisión y de recepción de creencias y narrativas sobre lo sobrenatural se establecen como vasos comunicantes entre la creencia vulgar y la interpretación más culta.
La Edad Media proporciona ejemplos suficientemente ilustrativos de lo anterior. La religión oficial y omnipresente nunca pudo combatir del todo el acervo de creencias paganas, ni tampoco la búsqueda del conocimiento a través de las artes ocultas y esotéricas. Estas últimas bebían, en parte, de épocas anteriores. Por un lado, la ciencia experimental abrazó a la magia a través de tradiciones como el hermetismo, que recibía su nombre del dios griego Hermes Trismegisto ( « Tres veces grande » ). También la alquimia o la astrología gozaron de un gran desarrollo entre los eruditos medievales, y no faltan alusiones a las artes ocultas en las obras de Ramón Llull o Roger Bacon. Incluso el santo Tomás de Aquino se interesó por esclarecer algunas de las operaciones mágicas y no descartó la existencia de demonios en determinados procesos. Esta evolución de lo « mágico » alcanzaría su esplendor en el Renacimiento con personajes como el filósofo Marsilio Ficino, Cornelio Agrippa, médico, ocultista y nigromante, o Paracelso, de quien se dice fue capaz de hacer efectiva la conversión del plomo en oro. Ahora bien, si en las esferas cultas y en las filas de la propia Iglesia las prácticas afines a la magia se integraban en la búsqueda del conocimiento, en la cultura popular las creencias y ritualidades, la relación con lo sobrenatural al margen de la ortodoxia religiosa, seguían enraizadas tan fuertemente que desembocaron en un fenómeno que marcó a Europa (y luego a la América colonial) a nivel social, intelectual y político durante casi tres siglos: la llamada « caza de brujas » .
Seguramente, cuando pensamos en « brujería » , acudimos casi de inmediato al periodo histórico europeo de persecuciones y hogueras inquisitoriales, de aquelarres y de brujas sobrevolando las aldeas montadas en escobas. Es también posible que en nuestra imaginación del fenómeno prevalezca un mundo principalmente « medieval » . Sin embargo, hay que recordar que, en España, la última «hereje » ejecutada en la hoguera fue María Dolores López, una monja carmelita acusada de crear « ilusiones » –acusación muy común en los procesos de brujería–, en una fecha tan reciente como 1781. Por situar al lector, en ese mismo año Immanuel Kant publicaba la Crítica de la razón pura , libro que marcaría la filosofía contemporánea, si bien fue prohibido por la Iglesia bajo amenaza de excomunión. Un año después de la ejecución de la monja española, sería decapitada en Suiza Anna Göldi, considerada « la última bruja » .
Ciertamente, la confrontación de las élites capitaneadas por la Iglesia con las supersticiones y las prácticas brujescas comenzó en los albores de la Edad Media. Por un lado, el rechazo a la religiosidad pagana que persistía por todo el antiguo Imperio, sobre todo en las zonas rurales, provocó que ciertas divinidades fueran identificadas con entidades sobrenaturales particularmente malignas. En paralelo, emergió la figura del Diablo como hacedor del Mal, por lo que el análisis demonológico concentró la preocupación de los teólogos. La demonología se había iniciado en época romana tardía, con autoridades como Tertuliano, Agustín de Hipona o Lactancio; sin embargo, hacia el siglo v, surgió una corriente mitográfica que «transformaba» a los personajes mitológicos en demonios. Un buen ejemplo de dicha corriente es la obra de Marciano Capella, Las nupcias de Mercurio con Filología . Capella fue un erudito enciclopedista que vivió entre la institucionalización definitiva del cristianismo y los estertores del mundo romano y que describió en su libro la serie de demonios celestes, acuáticos y terrestres bajo los nombres de antiguos faunos, centauros, ninfas, sirenas y tritones procedentes de la Antigüedad. No obstante, las divinidades clásicas no solo seguían vigentes en la mitografía de carácter erudito, sino que se insertaron en el discurso demonológico y antisupersticioso que iba emergiendo en Europa, tan solo hay que recordar a la figura del dios Pan, el fauno cornudo que marcaría la imagen del Diablo mismo, pero también a otros dioses que habían ocupado el panteón olímpico. Las diosas Hécate, Proserpina o Diana eran divinidades que pertenecían desde la propia Antigüedad al ámbito de la mujer y también de la magia. 7 En particular, el culto a Diana prevalecía en muchas zonas de Europa, como puede verse todavía hoy en la variedad de «janas» leonesas, «xanas» galaicas o «anjanas» cántabras, criaturas femeninas habitantes de los bosques hispanos. Diana y sus cultos paganos cobraron un protagonismo mayor cuando fueron incluidos en el discurso de las primeras actuaciones contra la brujería. De alguna manera, la Iglesia sirvió de catalizador de las creencias supersticiosas y a la vez contribuyó a su «globalización»: en los folclores germánicos y célticos, el culto a Diana fue identificado con cultos locales hasta tal punto de que lo reivindicaron como propio. Las figuras femeninas de las tradiciones centro y norte europeas como Holda (o Hulda), Bertha, Habonde –diosa esta última que deriva de la romana Abundia , dadora de fertilidad y venerada particularmente en la Galia romana–, o Bensozia se emplearon indistintamente como variantes de Diana. Del mismo modo, se añadieron otras creencias sobrenaturales, como las germánicas «cabalgatas nocturnas» de fantasmas y demonios, las cuales se ajustaban a la actividad brujesca de las antiguas diosas romanas. Evidentemente, también fue necesaria la integración de «brujas» bíblicas, como la potente bruja de Endor, quien realizó –como la Ericto del romano Lucano–, un acto de necromancia con Samuel; o Herodías, esposa de Herodes Antipas y madre de Salomé, quien orquestó la ejecución de san Juan Bautista, nada menos. El primer testimonio de asimilación de Diana y otras entidades míticas locales a las actividades de las brujas se encuentra en un documento del siglo X, que lleva el título Canon Episcopi ( Canon del obispo ). Lo redactó el monje benedictino francés Regino de Prüm para la instrucción de los obispos en la correcta aplicación de la doctrina católica y la lucha contra las supersticiones. El Canon prestaba especial atención a las operaciones del Diablo y, más importante aún, relacionaba íntimamente a este último con la actividad de las brujas. En el texto del Canon se pone en evidencia la fusión del paganismo con los supuestos rituales «mágicos» y las supersticiones de la época, así como la adaptación de todo ello a una nueva retórica represiva. En primer lugar, se describen –y condenan– las asociaciones brujeriles donde tienen lugar los vuelos nocturnos en compañía de Diana, teniendo muy presente que Diana es una diosa pagana y que recibe otras advocaciones. En segundo lugar, se proclama que el Diablo puede crear ilusiones en la mente de las mujeres, haciéndolas creer que tales vuelos fantásticos son verdaderos. La recopilación de los escritos de Prüm incluye un pasaje que ilustra bien estas primeras ideas:
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