Barbara E. Mundy - El Códice mendocino - nuevas perspectivas

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El Códice mendocino: nuevas perspectivas: краткое содержание, описание и аннотация

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Conceptualizado como una contribución a la continua construcción de la identidad del Códice mendocino, el presente volumen está organizado en torno a tres ejes: el análisis material, la interpretación textual y estilística, y la recepción y transmisión del manuscrito. Los estudios de Barker Benfield y MOLAB abren una ventana hacia el entendimiento objetivo de la materialidad del manuscrito. El proceso de conservación y reencuadernamiento del Mendocino registrado por Barker Benfield ha disipado especulaciones en cuanto al método de construcción del manuscrito y sus posibles encuadernaciones previas, permitiendo que conexiones antes aceptadas, como la autoría de Francisco Gualpuyogualcal, sean reexaminadas. Asimismo, el análisis llevado a cabo por el equipo de MOLAB —liderado por Davide Domenici— ha sacado del ámbito de la especulación la naturaleza de los pigmentos del manuscrito, así como ha permitido que hipótesis interpretativas —previamente articuladas al respecto del significado de pigmentos específicos y lo estricto de su aplicación en el tlacuilolli— sean refinadas y contenidas. Si bien el color tiene significado para el tlacuilo, este no está directa y necesariamente ligado a su materialidad. A partir de estas observaciones se puede desarrollar una nueva generación de estudios interpretativos cuyas propuestas se basen en datos cada vez más certeros acerca de la naturaleza material del Mendocino.
Los estudios interpretativos del manuscrito que ocupan el presente volumen representan una línea de investigación que, al considerar al manuscrito desde la perspectiva compleja de la obra de arte, bibliográfica y literaria, complementa las lecturas antropológicas e históricas que se han hecho del Mendocino en estudios anteriores. Así, los ensayos de Diana Magaloni, Daniela Bleichmar y Jorge Gómez Tejada, editor del libro, reconsideran el número y estilo de los artistas que crearon el manuscrito para entender tanto el proceso de creación del mismo como el lugar que este ocupa en el contexto artístico del virreinato temprano. Las decisiones que estos artistas e intelectuales toman en el Mendocino, lejos de insertarse en una relación binaria dominante-dominado, se presentan como una manifestación de los modos de pensar y ver el espacio y el tiempo en el mundo mesoamericano. Las pinturas del Mendocino —ejecutadas a manera de taller en donde uno, dos o más individuos intervienen en una misma página para crear de manera sincronizada una sola composición, tal como demuestra quien escribe— toman visos de ritualidad y funcionan como «instrumento para re-crear, reactualizar y hacer coherente el devenir histórico ligado al territorio y los patrones cósmicos» (ver Capítulo 4). Esta última observación complementa y refuerza la lectura de la tercera sección del manuscrito propuesta por Joanne Harwood, para quien, independientemente de lo original de las soluciones visuales utilizadas para componer esta sección del manuscrito, su modelo prehispánico se encuentra en un género de resonancia religiosa mesoamericana: el teoamoxtli.

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En 1831, Edward King vizconde de Kingsborough sacaba el manuscrito original de nuevo a la luz en un contexto de aspiraciones aun más elevadas. Su inclusión en Las antigüedades de México hizo eco de una de las hipótesis que guiaron el proceso evangelizador del siglo XVI, la idea de que los pueblos del Nuevo Mundo descendían de las tribus perdidas de Israel e inició una nueva etapa de reproducciones del Mendocino. Así, en el sexto libro de las Las antigüedades de México —basado en una serie de analogías visuales y de extrapolaciones textuales— Kingsborough encontraba una y otra razón para afirmar que los pueblos del México antiguo eran descendientes de las tribus perdidas de Israel. Si el gesto de Clavijero debe ser entendido dentro del contexto de los movimientos independentistas americanos que se empezaron a fraguar hacia finales del siglo XVIII, el momento en el que aparece Las antigüedades de México pide considerarlo dentro del contexto de la emancipación de católicos, judíos y africanos en el Imperio británico.6

A lo largo del siglo XIX e inicios del XX, inspirados por la reproducción de Kingsborough y probablemente por el rol fundacional que le otorgó Clavijero al manuscrito, algunos académicos mexicanos utilizaron el Mendocino como eje de una serie de publicaciones de corte político e histórico dentro del proyecto nacionalista mexicano que buscaba tomar forma a lo largo del siglo XIX, en lo que fue una secuencia de momentos de imperialismo criollo, soberanía democrática, colonialismo europeo y despotismo.7 Es durante este último periodo —conocido como el porfiriato— que en 1877, Manuel Orozco y Berra (1877, 1:185) —en ese entonces director del Museo Nacional de México— inauguraba los Anales del Museo Nacional de México, publicando el Códice mendocino con base en la reproducción de Kingsborough. En 1885, Antonio Peñafiel —encargado de la Dirección Nacional de Estadística de México y con patrocinio del secretario de fomento mexicano— publicaba una vez más los contenidos del manuscrito en su obra Nombres geográficos de México. En este manuscrito, por medio de la reproducción de los topónimos de las ciudades y pueblos contenidos en la segunda sección del Mendocino —a los cuales se refiere como “municipios de la República”— y combinando con una serie de estudios lingüísticos, Peñafiel (1885, cap. 1) buscaba configurar la geografía política y económica de la nación mexicana moderna basándose en un proyecto de reconstrucción y rescate de los nombres de ciudades y pueblos del México prehispánico.8

En 1925, Jesús Galindo y Villa publica el primer facsímil moderno del Mendocino. Creada a partir de las fotografías que había encargado Francisco del Paso y Troncoso —también director del Museo Nacional de México— esta edición formaba parte del proyecto de recuperación documental que Paso y Troncoso había iniciado en 1893, con el patrocinio de Porfirio Díaz por ser considerada “de valor público”.9 En la preeminencia de la que goza el Mendocino en la obra de Orozco y Berra como documento inaugural de una publicación serial académica, en el rol que cumple en la de Peñafiel como instrumento y vehículo para la reconstrucción de la geografía política y económica de la nación moderna a partir de un modelo geográfico prehispánico, y en el protagonismo que le da Galindo y Villa como una obra de valor para el gobierno mexicano inclusive después del porfiriato, vemos al Mendocino en la primera línea del proyecto nacionalista mexicano del XIX e inicios del XX.

Una nueva etapa de estudios de corte historicista, cuya agenda era fundamentar la historia del Mendocino en evidencia material y documental, inicia con el facsímil del Mendocino publicado por James Cooper Clark en 1938. En este, Cooper Clark se enfoca en dos áreas principales. Primero, en la materialidad del manuscrito; segundo, en la identificación de un posible autor para sus textos. Para su análisis del papel del Mendocino, Cooper Clark (1938) se apoya en el catálogo de Briquet de 1909. La evidencia encontrada permitió, desde ese momento, datar el manuscrito de manera segura a mediados del siglo XVI, dándole una primera ancla histórica basada en soporte material. Asimismo, su análisis de los pigmentos del Mendocino —basado en un listado de pigmentos nativos contenidos en el Libro 11 del Códice florentino de Sahagún ([1578] 1979)— constituyó el primer estudio del manuscrito como producto del ingenio artístico indígena. Por lo demás, Clark se basa en la interpretación de un gesto caligráfico, aquel con que el autor de los textos del manuscrito cierra su obra en el folio 71v, para la identificación de un posible autor para los textos del Mendocino. De acuerdo a Clark, el mencionado gesto era una letra “J” que como tal identifica a Martín Jacobita —uno de los colaboradores de Sahagún en Tlatelolco— como posible autor de los textos del manuscrito.

El mismo año dos académicos mexicanos publicaron estudios que, al igual que Clark, se enfocaron en la autoría tanto de los textos como de las pinturas del Mendocino. Primero vino aquel de Silvio Zavala (1938), quien a partir de una carta enviada por el encomendero Jerónimo López al virrey Antonio de Mendoza en 1547 —previamente publicada por Francisco Fernández del Castillo en 1927— identificó al tlacuilo Francisco Gualpuyogualcal como autor de las pinturas del Mendocino. La aparente conexión que surgió entre el manuscrito y el virrey en este estudio brindó apoyo a lo que antes era una hipótesis sin fundamento documental. Esta, sin embargo, ha sido ya cuestionada, inicialmente por Nicholson en 1992 y luego por quien escribe en 2012 con base a evidencia física y contextual. El texto al que Zavala (1938, 59) hizo referencia para conectar el manuscrito con el virrey y mencionar tanto su contribución como consecuencias para la construcción de la historia del Mendocino reza así:

Puede haber seis años poco más o menos que entrando un día en casa de un indio que se decía Francisco Gualpuyogualcal maestro de los pintores vide en su poder un libro con cubiertas de pergamino e preguntándole qué era, en secreto me lo mostró e me dijo que lo hacía por mandato de Vuestra Señoría, en el cual había de poner toda la tierra desde la fundación desta cibdad de México y los señores que la oviesen gobernado e señoredo hasta la venida de los españoles y las batallas y reencuentros que ovieron y la toma desta gran cibdad y todas las provincias que señoreó y lo a ellas sujeto y el repartymiento que destos pueblos e provincias se hizo por Motecuhzoma en los señores principales desta cibdad y del feudo que le daban cada uno de los encomendados de los tributos de los pueblos que tenia y la traza que llevó en el dicho repartimiento e cómo trazó los pueblos e provincias para ello y de aquí vinieron estos servicios personales e domésticos y no fué cosa que los españoles nuevamente pusieron y suscesive a esto el repartimiento que el Marqués del Valle hizo de los dichos pueblos e provincias e los que demás gobernaron.

Es evidente que el manuscrito referido no comparte en varios elementos con el Mendocino. Sabemos, a partir de los estudios que Bruce Barker-Benfield ha llevado a cabo sobre el papel y la encuadernación del manuscrito y que ocupan el capítulo 3 de este volumen (2020, 56) que el manuscrito muestra evidencia de no haber sido empastado sino hasta el siglo XVII. Asimismo, los contenidos del manuscrito descrito por López —como las batallas entre españoles y mexicas, las trazas (planificación) de pueblos y provincias, o el repartimiento de estas y sus contribuciones a la nobleza tenochca— no reflejan aquellos del Mendocino. Finalmente, si bien sabemos por medio de varias fuentes —como las cartas que Mendoza envía a su hermano don Diego y que son publicadas por Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia natural y general de las Indias— que el virrey Mendoza deseaba compilar información sobre Nueva España, estas mismas fuentes indicarían que el virrey no estaba simplemente encargando textos para enviarlos a España, sino que esperaba ser el autor de algo cuyo alcance y envergadura serían más amplios de lo que ofrece el Mendocino. Fernández de Oviedo ([1532] 1959) cita el tema de la historia de México a partir de escritos de Mendoza en dos ocasiones:

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