El frío que sintió al sentarse en uno de ellos no la tranquilizó, aunque sí lo hizo mirar a los profundos ojos azules de Efrén. Fue como dejarse llevar por un conjuro de sinceridad sin que ninguna barrera hubiera podido hacer nada.
—Tengo que volver a mi aldea. Mi familia no sabe que estoy aquí, y menos con un hominum —le explicó Antia.
—¿Un qué?
—Un humano. Nunca había visto a uno. Me hicieron creer que erais monstruos. —Antia se sinceró intentando dejar el miedo a un lado.
—Por lo que estás diciéndome, ¿he de suponer que tú no eres humana? ¿Eres un extraterrestre? —Efrén sonrió, creyendo que estaba de broma.
—No, no lo soy.
—¿Y qué se supone que eres?
—Una bruja.
—Pues no lo aparentas —le dijo riéndose a carcajadas, como si fuera una broma lo que acababa de explicarle.
Antia no se sintió ofendida. Su reacción fue mejor de lo que había imaginado. Estaba convencida de que la única forma de que se lo creyera sería demostrándoselo y eso hizo sin titubear.
— Quod si non videt lumen et tarn trahat. Venite ad me, ego sum vocant. Veni serve tuus.
En cuanto dijo la última palabra, una pequeña llama apareció delante de él.
Efrén dio un salto hacia el otro lado del banco de piedra y se tropezó con sus pies, cayéndose al suelo. Se quedó allí, mirando a Antia y después a la pequeña llama anaranjada, que se alimentaba de la nada y que de la nada había surgido.
Estuvo a punto de salir corriendo, asustado al no entender lo que estaba pasando. Aquello no podía ser cierto.
Antia, que no se había movido, no apartó los ojos de él. Se agachó muy despacio, intentando no hacer ningún gesto que provocase que saliera corriendo, y sopló con suavidad hasta que la llama desapareció de la misma manera en la que había aparecido.
—¿Cómo has hecho eso? —le preguntó, señalando el lugar donde antes había fuego.
—Te lo he dicho, soy bruja y puedo hacer magia.
—Jamás vi un truco como ese. —Efrén no llegó a creerse que fuera real.
—¿Qué es un truco?
—Lo que tú has hecho, utilizar algo sin que lo haya visto y así hacerme creer que han sido tus palabras las que han creado eso —le explicó, pasando con rapidez la mirada del suelo a Antia mientras se ponía de pie.
—Yo no hago eso a lo que llamas truco. Tal vez los humanos como tú lo hagáis, pero los míos tenemos verdadera magia en la sangre.
—Es normal que te lo creas, eres muy joven.
—¡¿Joven?! Estoy a punto de cumplir dieciocho años.
—Cuando llegues a los veinte como yo, te darás cuenta de que la magia no existe —le explicó, acercándose a ella con una sonrisa que no le gustó.
Antia empezó a enfadarse. Le había mostrado quién era poniendo en riesgo su vida, y él pensaba que estaba mintiéndole.
Haría que la creyera, aunque con ello tuviera que salir corriendo delante de un montón de antorchas.
Decidió hacer algo que su madre le repetía que era mejor no manipular. Tan solo unos pocos eran capaces de manejar a las sombras y no habían acabado bien al hacerlo, pero pensó que, si con eso no lo lograba, no lo haría con nada.
—Si lo que dices es verdad, ¿qué explicación le das a esto?
La luz de las farolas que iluminaban el parque donde estaban dibujaba en el suelo la larga sombra de Efrén. Antia empezó a hacer movimientos rápidos con las manos mientras murmuraba palabras que él no fue capaz de entender. Tan solo hizo lo que ella, mirar fijamente su sombra sin tener claro qué debía esperar.
Poco a poco su silueta, dibujada por la oscuridad en el suelo, fue cambiando. Aquello dejó a Efrén con la boca abierta. ¿Qué narices estaba pasando? La sombra se despegó del suelo lentamente hasta que se colocó frente a él y lo miró sin cara.
—Por favor, no salgas corriendo. No te hará nada. Tan solo quiero que veas que no miento cuando te digo lo que soy. —Con otro movimiento de sus manos, aquel ser inanimado cobró vida propia. Empezó a estirar brazos y piernas, como si tuviera su ensombrecido cuerpo entumecido.
Antia se acercó a Efrén, deseando que no reaccionara de la manera en la que durante toda su vida le habían explicado. No estaba segura de si seguía allí quieto como una estatua por miedo o porque estaba alucinando.
—¿Eso es de verdad? —le preguntó señalando su sombra, que en ese momento se encontraba delante de ellos haciéndoles una reverencia.
—Tanto como que tú y yo estamos viéndolo.
—¿Y qué puede hacer? —le preguntó sin apartar la mirada de su sombra.
—Lo que quieras, es tuya. Yo solo la he sacado del mundo en el que vive. Son bastante útiles cuando necesitas que alguien te eche una mano y no tienes a nadie cerca. Aunque hay que tener cuidado con que no se traigan compañía —le explicó, entusiasmada por su interés.
—Entonces, si le digo que haga el pino, ¿lo hará? —En aquel mismo momento su sombra aplaudió sin que el sonido pudiera escucharse y, al instante, aquel ser se sostenía con las manos, como si fueran sus pies—. ¡No se lo he dicho!
—No lo necesitas. Tan solo con pensarlo tienes suficiente. —Durante unos segundos, Antia pensó que había salido bien.
—¡Esto tiene que verlo más gente! —le dijo Efrén, emocionado.
—¡No! —le gritó Antia, con mirada aterrorizada. Si eso sucedía, los hominum descubrirían que las brujas no se habían extinguido e intentarían acabar con todas ellas—. Si el resto de los que son como tú saben esto, querrán quemarme a mí y a los míos. Por favor —le suplicó.
—Antia, no estamos en la época de la Inquisición. Si lo hicieras delante de la gente, pensarían que eres la mejor ilusionista que existe.
—No lo harás, no se lo dirás a nadie, ¿verdad? —Antia apenas había escuchado su explicación, lo único que quería era que mantuviera su existencia en secreto. Su vida dependía de ello.
—Si me lo pides de esa manera, está claro que no lo haré, pero creo que la gente se preguntará qué es eso —le dijo señalando la sombra, que aún seguía haciendo el pino.
—Lo devolvemos a su lugar y ya. Por suerte, te ha salido obediente.
—¿Es que no son todas así? —El interés que mostraba le gustó a Antia.
—No todas. Ahora, será mejor que lo devolvamos con los suyos. Falta poco para que amanezca y tengo que regresar a casa antes de que sepan que no estoy.
—Serás traviesa… Resulta que te has escapado. —La diversión brilló en los ojos de Efrén.
—Mi vida cambiará en unos meses y antes quería averiguar si todas las historias que me habían explicado eran ciertas o no.
—¿Y qué piensas? ¿Son ciertas? ¿Qué te han explicado? ¿Cómo harás para que mi sombra vuelva a estar pegada al suelo? —Efrén la bombardeó a preguntas sin darle tiempo a responder.
—No creo que pueda contestarte todas las preguntas. Mi tiempo aquí ha llegado a su fin —le dijo Antia, mirando hacia la luna, como si con ella midiera el tiempo.
Empezó a hacer movimientos con las manos mientras murmuraba palabras incomprensibles para él, igual que unos minutos atrás. La sombra, que no se había movido ni un milímetro, empezó a fundirse como si fuera un helado bajo un ardiente sol.
—¡¿No querrás decirme con eso que tienes que irte ya?! Puedo llevarte hasta tu casa.
—¡No! Si supieran que estoy con uno de los tuyos, no sé qué podrían hacerte. —La voz de Antia se llenó de miedo.
—Entonces, ¿nos veremos mañana? —Efrén le cogió las manos en cuanto dejó de moverlas mientras ella se aseguraba con la mirada de que la perfilada sombra del chico volvía a estar en su lugar.
Antia no supo qué responderle. Tenía muy claro que no debía volver a verlo, por su bien y por el de él, pero su corazón no fue capaz de negarse. ¿Cómo decirle que, si los descubrían, nada bueno les pasaría? ¿Qué sucedería si volvía a arriesgarse y se escabullía en la oscuridad de la noche?
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