Estrella Correa - Bésame, por favor

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Bésame, por favor: краткое содержание, описание и аннотация

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Dani se siente perdida, confió de nuevo en el amor y nada era lo que creía. Ahora, decepcionada y rota por el dolor, decide dar una oportunidad al pasado. Piensa que acercándose a él puede conseguir las respuestas que lleva tanto tiempo esperando, pero tal vez, y sólo tal vez, lo que encuentre vuelva a romperle todos los esquemas y tenga que replantearse que las cosas no siempre ocurren como nosotros deseamos.
En «Bésame, por favor», Dani vive inmersa en un mundo de pasiones peligrosas.
Las probables salidas puede que la llenen de felicidad, pero sus pliegues ocultan no pocas frustraciones y desdichas.

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—¿Me puedes explicar por qué hemos dormido juntas, con Roberto agarrando mi cintura, y tú en pelota picada? —me estoy desesperando.

Se encoge de hombros mientras se pone el tanga que descansa sobre el suelo.

—No me gusta dormir con ropa.

La idea de que hemos follado los tres no desaparece por completo de mi mente. La situación no deja de ser rara y por muchas explicaciones que le busco, ninguna tiene sentido.

—Oye, no ha pasado nada. Deja de comerte el coco —se acerca a mí, me da un beso en la mejilla y me deja sola en la habitación.

Está bien. No voy a darle más vueltas. Voy a aceptar que nos emborrachamos, nos desnudamos y, por alguna extraña razón, nos acostamos los tres en la misma cama. No es tan raro, ¿no? Se acepta que no pasó nada como animal de compañía.

«Si así te quedas más tranquila…».

Siempre le puedo echar la culpa al alcohol.

Argg.

Me doy una ducha rápida, abro varias cajas y preparo una pequeña maleta con rapidez. No puedo entretenerme demasiado. Me pongo cómoda. Unos vaqueros Levi's azules desgastados, una camiseta blanca casual con un paraguas negro dibujado y un cárdigan de lana negro, conjunto con mis zapatillas de deporte con doble suela Stan Smith de Adidas Originals . El pelo suelto, levemente ondulado. Decido maquillarme lo suficiente para esconder las ojeras y la palidez de mi rostro. Presiento que la resaca durará varios días.

Camino hasta la cocina en busca de un café que me reactive. En media hora Álvaro llamará al portero y no estoy preparada. Y no me refiero a que me falte algo por recoger, la maleta la tengo hecha y sólo me queda esperar, pero algo me dice que este viaje no es buena idea. Me vendría bien irme lejos de Madrid durante una temporada, sin embargo, es otro pensamiento el que cruza mi mente. Una hamaca… en las Islas Phi Phi… El sol dorándome la piel… Un cóctel en la mano…Me detengo bajo el vano de la puerta y dejo la maleta junto a la vitrina de cristal. Sara y Roberto hablan entre ellos.

—Te ha dolido, reconócelo —le dice mi alocada amiga antes de darle un sorbo al café.

—Olvídame —responde éste molesto.

Entro y me dirijo directamente a la cafetera. Me sirvo y me siento en uno de los taburetes, leyendo la prensa en el móvil. Somos amigos, nos acabamos de despertar desnudos los tres sobre la misma cama, hay suficiente confianza como para no tener que dar ni los buenos días. Levanto la mirada y me encuentro a dos pares de ojos fijos en mí.

—¿Qué pasa?—¿qué miran?

—¿A dónde vas? —Sara deja el café sobre la mesa, se cruza de brazos, mira mi maleta y después a mí.

—A París. Creí que te lo había dicho —doy otro sorbo.

—Sí, me lo has dicho. Varias veces. La última fue ayer, borracha y entre sollozos. Creo que tus palabras exactas fueron: «No me dejes ir, átame a la cama si es necesario, no dejes que vuelva a acercarme a ninguno de los dos. Los odio…» —gime varias veces, imitando lo que debí hacer anoche.

—Estaba borracha. No cuenta —me encojo de hombros y vuelvo la atención al móvil. Sara me lo quita de las manos, respiro hondo, cuento hasta tres y la miro inquisitiva.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer?

Asiento con la cabeza mientras levanto las cejas.

Claro que no.

Después de lo que me parece una eternidad, vuelve a hablar.

—Está bien. Es tu vida. Pero no digas que no te lo advertí —me pone el teléfono delante.

—No va a pasar nada. Se trata de trabajo —aseguro, pretendiendo convencerla. A ella y a mí.

—No quiero que te hagan daño. Es su hermano, Dani.

No tiene que recordármelo.

—No le debo nada, tú misma lo dijiste ayer.

Alejandro…

—Por supuesto que no le debes nada. No me refiero a eso. Sólo… no te metas donde no puedas salir. Tú… no sirves para eso —me da un beso en la mejilla—. Ten cuidado. Tengo que ir a trabajar—y sale de la cocina.

Roberto se levanta y la sigue.

—Te estás equivocando —me advierte enfadado y sin mirarme cuando pasa por mi lado.

Me armo de valor y me acerco a la calle con paso decidido. Mientras bajaba en el ascensor, me he hecho una promesa. No me permitiré pensar en Alejandro. Jamás me han hecho nada tan ruin como utilizarme para extorsionar a Fernando. Bueno, concursa al primer puesto de la lista junto a la traición de Álvaro. Aún me cuesta creer que fuera capaz de hacerlo.

«¿Quién?».

Los dos. Le contesto a mi subconsciente al que le falta tiempo para clavarme una puya.

Antes de salir de mi edificio veo a Álvaro a través de la puerta de hierro y cristal del portal. Su figura alta y esbelta tiene un efecto directo en mí. Agarro fuerte el mango de la maleta para no tropezar con el escalón y caer de rodillas al suelo. No lo puedo evitar, su presencia no me pasa desapercibida. Mi cuerpo reacciona. Es una onda que golpea enérgica mi pecho, dejándolo sin respiración. Unas gafas de sol Ray-Ban esconden sus espectaculares ojos negros. El pelo castaño con reflejos naturales cae sobre su frente. Está relajado, sólo delata algo de nerviosismo cómo se muerde el labio inferior con los dientes. Su planta, reflejo de un hombre seguro de sí mismo. Emana masculinidad y fuerza a la vez que desgana y desvergüenza. Algunas cosas no han cambiado. Tengo que reconocer que Sara dio en el clavo al compararlo con Theo James. Tienen un cierto parecido.

Salgo a la calle y el ruido de la puerta al cerrarse le avisa de mi presencia. Me mira y me sonríe. Le devuelvo el gesto. La forma en la que camina hacia mí me descoloca. Decidido, siempre ha sido así. Sólo lo he visto perdido una vez, al volver de su viaje sorpresa a Barcelona. Se perdió y yo lo perdí a él. Así de simple y complicado a la vez. Verle me recuerda, sin remedio, a Alejandro. Tienen un cierto parecido. Ahora que lo sé, imposible negar que son hermanos. La misma profundidad en la mirada. El mismo tono de piel. El mismo cuerpo de dios griego. El sexo…, diferente.

«Deja de comparar. Por ahí no vas bien».

Sí, es lo mejor.

Nos encontramos a medio camino y me quita la maleta de las manos.

—Estás preciosa —sonríe.

—Tú pareces salido de la revista Men's Health .

«¿En serio? ¿Sólo se te ocurre decir eso?».

Ya sabéis, cuando estoy nerviosa, no coordino cerebro-boca. No filtro.

Suelta una carcajada.

Me alegra divertirle. Uno más al que añadir a mi lista. Debí dedicarme a la comedia. Habría tenido mucho éxito. Subimos al todoterreno negro y Álvaro le dice al conductor que estamos preparados. En lo que a mí respecta, yo no lo aseguraría.

El camino lo hacemos en silencio y lo agradezco. Tengo una resaca considerable y Álvaro, por lo visto, muchas cosas en las que pensar. Me parece raro que vaya tan callado. Entramos en el aeropuerto y me extraña el hecho de no estacionar en los aparcamientos y entrar en una terminal. El chófer detiene el coche junto a una de las pistas desde donde diviso varios aviones. Impresionan desde tan cerca. Álvaro me abre la puerta desde fuera, ha salido mientras yo viajaba sumida en mis pensamientos, y me tiende la mano para ayudarme a salir. Varias personas bajan nuestras maletas, casi todas de Álvaro. El coche desaparece de nuestra vista descubriéndome lo que hay detrás.

Tengo que tragar varias veces.

Un avión no muy grande, pero de dimensiones considerables, con las siglas MKD ocupando la mitad del fuselaje, se encuentra esperando ante nosotros.

Maldito Alejandro.

Álvaro lee mi mente.

—No me dejó rechazarlo —mete las manos en los bolsillos de su pantalón y se encoje de hombros.

Le miro, pidiendo una explicación un poco más larga, aunque no tiene por qué dármela. Es su hermano y ya no tiene nada que ver conmigo.

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