1 ...7 8 9 11 12 13 ...16 (Carta a toda la Orden, II: FF 218-219)
29 de enero
Oídme, hermanos míos: Si se honra a la santísima Virgen tal y como se merece, porque lo llevó en su santísimo seno; si el Bautista bienaventurado se estremeció y no se atreve a tocar la cabeza santa de Dios; si el sepulcro, en el que yació por algún tiempo, es venerado, ¡qué santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, toma en su corazón y en su boca y da a los demás para que lo tomen, al que ya no ha de morir, sino que ha de vivir eternamente y ha sido glorificado, a quien los ángeles desean contemplar! (1Pe 1,12).
Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque él es santo (cf Lev 19,2). Y así como el Señor Dios os ha honrado a vosotros sobre todos por causa de este ministerio, así también vosotros, sobre todos, amadlo, reverenciadlo y honradlo. Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo.
¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn 11,27)!
¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan!
Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por Él. Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero.
(Carta a toda la Orden, II: FF 220-221)
30 de enero
San Francisco encontró una vez en Colle, condado de Perusa, a uno muy pobre, a quien había conocido estando todavía en el mundo. Y le preguntó: «¿Cómo te va, hermano?». El pobre, irritado, comenzó a maldecir contra su señor, que le había despojado de todos los bienes. «Por culpa de mi señor –dijo–, a quien el Señor todopoderoso maldiga, lo único que puedo es estar mal» (cf Gén 5,29).
Más compadecido del alma que del cuerpo del pobre, que persistía en su odio a muerte, el biena-venturado Francisco le dijo: «Hermano, perdona a tu señor por amor de Dios, para que libres a tu alma de la muerte eterna, y puede ser que te devuelva lo arrebatado. Si no, tú, que has perdido tus bienes, perderás también tu alma». «No puedo perdonar de ninguna manera –replicó el pobre–, si no me devuelve primero lo que se ha llevado».
El bienaventurado Francisco, que llevaba puesto un manto, le dijo: «Mira: te doy este manto y te pido que perdones a tu señor por amor del Señor Dios». Calmado y conmovido por el favor, el pobre, en cuanto recibió el regalo, perdonó los agravios.
(Tomás de Celano, Vida segunda, II, 56: FF 676)
31 de enero
El padre de los pobres, el pobrecillo Francisco, identificado con todos los pobres, no estaba tranquilo si veía otro más pobre que él; no era por deseo de vanagloria, sino por afecto de verdadera compasión. Y si es verdad que estaba contento con una túnica extremadamente mísera y áspera, con todo, muchas veces deseaba dividirla con otro pobre. Movido de un gran afecto de piedad y queriendo este pobre riquísimo socorrer de alguna manera a los pobres, en las noches más frías solicitaba de los ricos del mundo que le dieran capas o pellicos. Como estos lo hicieran devotamente y más a gusto de lo que él pedía de ellos, el bienaventurado Padre les decía: «Acepto recibirlo con esta condición: que no esperéis verlo más en vuestras manos». Y al primer pobre que encontraba en el camino lo vestía, gozoso y contento, con lo que había recibido.
No podía sufrir que algún pobre fuese despreciado, ni tampoco oír palabras de maldición contra las criaturas. Ocurrió en cierta ocasión que un hermano ofendió a un pobre que pedía limosna, diciéndole estas palabras injuriosas: «¡Ojo, que no seas un rico y te hagas pasar por pobre!». Habiéndolo oído el padre de los pobres, san Francisco, se dolió profundamente, y reprendió con severidad al hermano que así había hablado, y le mandó que se desnudase delante del pobre y, besándole los pies, le pidiera perdón. Pues solía decir: «Quien dice mal de un pobre, ofende a Cristo, de quien lleva la enseña de nobleza y que se hizo pobre por nosotros en este mundo» (cf 2Cor 8,9). Por eso, si se encontraba con pobres que llevaban leña u otro peso, por ayudarlos lo cargaba con frecuencia sobre sus hombros, en extremo débiles.
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 28: FF 453-454)
Febrero
1 de febrero
El siervo de Dios Francisco, pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión, estando en el mundo, escogió para sí y para los suyos una pequeña porción del mundo, ya que no pudo servir de otro modo a Cristo sin tener algo del mundo. Pues no sin presagio divino se había llamado desde la antigüedad Porciúncula este lugar que debía caberles en suerte a los que nada querían tener del mundo.
Es de saber que había en el lugar una iglesia levantada en honor de la Virgen Madre, que por su singular humildad mereció ser, después de su Hijo, cabeza de todos los santos. La Orden de los Menores tuvo su origen en ella, y en ella, creciendo el número, se alzó, como sobre cimiento estable, su noble edificio. El Santo amó este lugar sobre todos los demás, y mandó que los hermanos tuviesen veneración especial por él, y quiso que se conservase siempre como espejo de la Religión en humildad y pobreza altísima, reservada a otros su propiedad, teniendo el Santo y los suyos el simple uso.
Se observaba en él la más estrecha disciplina en todo, tanto en el silencio y en el trabajo como en las demás prescripciones regulares. No se admitían en él sino hermanos especialmente escogidos, llamados de diversas partes, a quienes el Santo quería devotos de veras para con Dios y del todo perfectos. Estaba también absolutamente prohibida la entrada de seglares. No quería el Santo que los hermanos que moraban en él, y cuyo número era limitado, buscasen, por ansia de novedades, el trato con los seglares, no fuera que, abandonando la contemplación de las cosas del cielo, vinieran, por influencia de charlatanes, a aficionarse a las de aquí abajo. A nadie se le permitía decir palabras ociosas ni contar las que había oído. Y si alguna vez ocurría esto por culpa de algún hermano, aprendiendo en el castigo, bien se precavía en adelante para que no volviera a suceder lo mismo. Los moradores de aquel lugar estaban entregados sin cesar a las alabanzas divinas día y noche y llevaban vida de ángeles, que difundía en torno maravillosa fragancia.
Y con toda razón. Porque, según atestiguan antiguos moradores, el lugar se llamaba también Santa María de los Ángeles. El dichoso padre solía decir que por revelación de Dios sabía que la Virgen Santísima amaba con especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en su honor a lo ancho del mundo, y por eso el Santo la amaba más que a todas.
(Tomás de Celano, Vida segunda, I, 12: FF 604-605)
2 de febrero
Lugar santo, en verdad, entre los lugares santos. Con razón es considerado digno de grandes honores.
Dichoso en su sobrenombre; más dichoso en su nombre; su tercer nombre es ahora augurio de favores.
Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan.
Después de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las tres que reparó el mismo padre.
La eligió el Padre cuando vistió el sayo. Fue aquí donde domó su cuerpo y lo obligó a someterse al alma.
Dentro de este templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones se puso a imitar el ejemplo del Padre.
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