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365 días con el Padre Pío
Gianluigi Pasquale
Presentación de la edición española
Al libro 365 días con el Padre Pío lo podríamos llamar «hermano mayor» del tan conocido y leído librito de bolsillo Buenos días.
Buenos días, traducción española del italiano Buona giornata, nos ofrece, igual que 365 días con el Padre Pío, un «Pensamiento para cada día del año». En Buenos días, esos pensamientos están tomados o de los escritos del Padre Pío o de palabras pronunciadas por el Santo. En 365 días con el Padre Pío, en cambio, todos los pensamientos se han sacado del Epistolario; es decir, de las cartas escritas por el Santo capuchino a sus directores espirituales, los padres Benedetto y Agostino da San Marco in Lamis, y a sus dirigidos espirituales.
En el primero, Buenos días, los pensamientos son muy breves, a veces de una o dos líneas, aunque no por eso menos ricos de contenido. Fijándome en esta brevedad, lo he llamado «hermano menor» de 365 días con el Padre Pío. En este, los textos son mucho más amplios, a veces cartas enteras, como la dirigida al papa Pablo VI en 1968. Por este motivo, le he dado el rango de «hermano mayor» de Buenos días. Y al «hermano mayor» le deseo la misma amplia acogida que sigue teniendo, en italiano y en las versiones a otros muchos idiomas, su «hermano menor».
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He de confesar que la traducción española no ha sido, al menos en bastantes casos, nada fácil. Quizá porque en este estilo epistolar, sobre todo cuando el autor, como en este caso, piensa que las cartas nunca llegarán a personas distintas del destinatario, la redacción se suele cuidar menos. Posiblemente también –el Fraile capuchino lo dice expresamente en algunos casos–, porque el Padre Pío escribió muchas de estas cartas robando horas al sueño y muy cansado después de haber pasado casi todas las horas del día atendiendo a la gente, sobre todo en el confesonario. Y, sin duda, porque el «Crucificado del Gárgano», especialmente cuando tenía que manifestar a sus directores espirituales sus profundas experiencias místicas, no encontraba palabras adecuadas para hacerlo y recurría a colocar, uno tras otro, sustantivos, verbos, adverbios... Si el texto italiano lo hallamos entre «densas nubes» –expresión tantas veces usada por el Padre Pío en sus cartas–, ¿cómo conseguir que sea clara su traducción española?
Al traducir los textos italianos, se ha buscado, como es lógico, la fidelidad: fidelidad, ante todo, al contenido; fidelidad, en lo posible, al estilo usado por el autor; y fidelidad también a la grafía empleada, que, al tratarse de cartas escritas en el arco de 13 años, alterna en el uso de mayúsculas y minúsculas, en la puntuación… La fidelidad al estilo hace que, en muchos casos, la lectura no resulte ni fluida ni agradable.
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El Padre Pío –lo podrá comprobar el lector– aconseja repetidas veces la lectura de buenos libros. El libro que el lector tiene en sus manos es, sin duda alguna, excelente.
Al acercarnos al pensamiento de cada día, cabe seguir –y es muy aconsejable hacerlo– el consejo que el Padre Pío da a Raffaelina Cerase en carta del 14 de julio de 1914: «Antes de ponerte a leer esos libros eleva tu mente al Señor y suplícale que Él mismo se haga guía de tu mente, se digne a hablarte al corazón y mueva Él mismo tu voluntad». Si actuamos de ese modo, no hay duda de que nos ayudará eficazmente a progresar en los tres objetivos que el Santo de Pietrelcina propone a Assunta di Tomaso en carta del 24 de septiembre de 1916: «Daremos gloria a nuestro Padre del cielo, nos santificaremos a nosotros mismos y daremos buen ejemplo a los demás».
12 de octubre de 2010
Elías Cabodevilla Garde, OFMCap.
Prólogo
Conozco a muchísimas personas, sobre todo jóvenes, que cada día rezan a Dios a través del Padre Pío y con el Padre Pío. Lo hacen considerándolo todavía como «Padre», aunque él ya es, desde hace algunos años, «san Pío» de Pietrelcina. Y estas personas –decía que muchas en Italia, pero otras muchas también en el extranjero– se dirigen al «Estigmatizado del Gárgano» en los momentos y situaciones más normales de su jornada, mostrando una devoción que se manifiesta de múltiples formas: guardando una estampa en la cartera, que muestran al primero que les pregunta por su fe; exponiendo su fotografía bien visible en su trabajo y hasta en los carteles de las autopistas; leyendo fragmentos de sus incomparables Cartas, que hoy están recogidas en un verdadero Epistolario. Estas Cartas son una riquísima mina, todavía no explotada en su totalidad, de espiritualidad cristiana, que muestran un profundo amor por la humanidad humilde y pobre, sobre todo por aquella que cada día trabaja y sufre, haciendo posible tanto la historia del mundo como la historia de la salvación. Las Cartas del Padre Pío hablan directamente al corazón de quien las lee y le hablan de Dios. Se trata de una correspondencia dirigida a hombres y mujeres, a los que el Padre Pío escuchó a lo largo de decenas de años en su confesionario, deseosos y nunca saciados –como lo estamos nosotros– de poder intuir el rostro maravilloso de Jesús, que nos prometió estar con nosotros cada día, todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,20), también hoy. Y precisamente a esos hombres y mujeres el Padre Pío les escribía muchas cartas, llenas, entre otras cosas, de imágenes inéditas y de metáforas extraídas de nuestra realidad más cotidiana, y con referencias frecuentes a sucesos de la naturaleza, a representaciones del paisaje, al calor de los afectos familiares y de la amistad; en suma, a la manera de ser de la gente típicamente italiana, en la que laten todavía un carácter firme y una religiosidad profunda.
Convencido de que Jesús mantiene, también para este año nuevo, la promesa de «estar con nosotros» todos los días, pensé que, a través de un pensamiento diario extraído de las Cartas del Padre Pío, esta promesa resultaría todavía más tangible. Un pensamiento de cada día del Padre Pío –no creo que sea una osadía afirmarlo– es para nosotros un pensamiento de cada día de Jesús, el único que nos ama y nos cura plenamente: porque ambos han sido perforados por los «clavos de la historia», los estigmas. Jesús realmente y el Padre Pío por gracia, pero ambos físicamente. Los «clavos de la historia» son, en efecto, los del soplo del espíritu de Dios sobre el hombre, que, día tras día, nos impulsa a la conversión, haciendo madurar en nosotros las líneas maravillosas de la imagen de Cristo (Ef 4,13). Gracias a este enfoque trinitario del tiempo tiene lugar para todos, antes o después, un día de conversión.
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