Gianluigi Pasquale - 365 días con el Padre Pío

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365 días con el Padre Pío: краткое содержание, описание и аннотация

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365 días con el Padre Pío ofrece un pensamiento para cada día del año del Padre capuchino, uno de los santos más conocidos y queridos del siglo XX. Todos los pensamientos del Padre Pío que aparecen en este libro se han obtenido del Epistolario; es decir, de las cartas escritas por el Santo capuchino a sus directores espirituales, los padres Benedetto y Agostino da San Marco in Lamis, y a las personas a las que él dirigía espiritualmente. En estos pensamientos el Padre Pío ofrece consejos eficaces sobre cómo poder creer en Dios, esperar en medio de las tribulaciones, amar y perdonar al prójimo, gozar en cualquier circunstancia de la existencia. Además, también se puede encontrar en ellos toda la experiencia pastor al que él maduró en los años de su vida franciscana.

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(15 de noviembre de 1917,

a Antonieta Vona, Ep. III, 822)

6 de enero

Tengo los ojos siempre fijos en oriente, en medio de la noche que lo rodea, para distinguir aquella estrella milagrosa que guió a nuestros padres a la gruta de Belén. Pero en vano fijo mis ojos para ver surgir este astro luminoso. Cuanto más busco, menos logro ver; cuanto más me esfuerzo y más ardientemente lo busco, más me veo envuelto en mayores tinieblas. Estoy solo de día, estoy solo de noche, y ningún rayo de luz viene a iluminarme; nunca una gota de refrigerio viene a avivar una llama que me devora continuamente, sin jamás consumirme.

Una sola vez he sentido, en la parte más íntima y secreta de mi espíritu, algo muy delicado que no sé cómo explicar. El alma comenzó a sentir su presencia, sin poder verla; y, enseguida, lo diré así, él se acercó tan íntimamente a mi alma que esta advirtió claramente su roce; exactamente –para dar una pálida figura– como suele suceder cuando nuestro cuerpo toca estrechamente otro cuerpo.

No sé decir otra cosa sobre esto; sólo le confieso que, al principio, fui presa de un gran pánico; pero que este pánico, poco a poco, se fue transformando en una celestial euforia. Me pareció que ya no me hallaba en estado de viandante; y no sabría decirle si, cuando sucedió esto, me di cuenta o no de que estaba todavía en mi propio cuerpo. Sólo Dios lo sabe; y yo no sabría decirle nada más para darle a entender mejor este acontecimiento.

(8 de marzo de 1916, al P. Benedetto

da San Marco in Lamis, Ep. I, 756)

7 de enero

Nuestro Señor te ama, hijita mía, y te ama tiernamente; y si Él, a veces, no te hace sentir la dulzura de este amor, lo hace para llevarte a una humildad mayor y para que te des más cuenta de lo despreciable que eres. Pero no dejes por eso de recurrir a su santa benignidad con toda confianza, particularmente en el tiempo en que lo representamos como pequeño niño en Belén. Porque, hijita mía, ¿para qué se aferra Él a esta dulce y amable condición sino para llevarnos a amarlo confiadamente y a entregarnos amorosamente a Él?

Permanece muy cerca de la cuna de este gracioso niño, especialmente en estos días santos de su nacimiento. Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los Reyes magos le dejaron; si amas el humo de los honores, aquí encontrarás aquel incienso; y si amas las delicadezas de los sentidos, sentirás la olorosa mirra, que perfuma toda la gruta. Sé rica de amor hacia este niño celestial; respetuosa en la familiaridad que tendrás con él mediante la oración; y toda delicada en la alegría de sentir en ti las santas inspiraciones y los afectos de ser solamente suya.

Mantén el buen ánimo en lo que se refiere a tus pequeños resentimientos y defectos; pasarán, sin duda; y, si no pasan, serán para ti un ejercicio de humildad y de mortificación. Vive tranquila, hijita mía, y no temas, porque Jesús está contigo. Sigue en el camino que has emprendido y no reduzcas jamás la marcha.

(30 de diciembre de 1918,

a Maria Gargani, Ep. III, 346)

8 de enero

Mantente siempre fuerte en la fe y estate siempre vigilante, que de ese modo serán ahuyentadas todas las malas artes del enemigo. Esta es precisamente la exhortación que nos da el príncipe de los apóstoles, san Pedro: «Sed sobrios y estad vigilantes. Vuestro enemigo, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe»; y, para estimularnos más, añade también: «Sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan estas mismas cosas».

Sí, amada hija de Jesús, especialmente en las horas de la lucha reaviva tu fe en la verdad de la doctrina cristiana y, de manera particular, reaviva la fe en las promesas de vida eterna que nuestro dulcísimo Señor hace a quienes combaten con fuerza y coraje. Sirva para infundirte ánimo y para consolarte saber que no estás sola en el sufrir, que todos los seguidores del Nazareno esparcidos por el mundo padecen las mismas cosas: también ellos están todavía expuestos a las tribulaciones.

(26 de noviembre de 1914,

a Raffaelina Cerase, Ep. II, 245)

9 de enero

El conocimiento de los designios divinos sobre ti debe servirte, por una parte, para ejercitar tu alma en la gratitud hacia tan buen Padre, prodigando tu alma en continuas acciones de gracias al benefactor celestial, uniendo a este fin tus bendiciones a las de María santísima Inmaculada, de los ángeles y de todos los bienaventurados moradores de la Jerusalén celestial. Por otra parte, debe servirte como empuje, para no asustarte y no detenerte a mitad de trayecto por las penas y los dolores que es necesario soportar para llegar a la meta de este largo camino.

El Señor me ha permitido manifestarte todas estas cosas, sobre todo para que no estés insegura en tu carrera. Corre, pues, y no te canses; el Señor te guía y dirige tus pasos para que no caigas en este camino. Corre, te digo, porque el camino es largo y el tiempo es bastante breve. Corre, corramos todos, de modo que, al final de nuestro viaje, podamos decir con el santo Apóstol: «Porque yo estoy a punto de ser inmolado, y el momento de mi partida es inminente. Yo he combatido mi combate, yo he terminado mi carrera, yo me he mantenido fiel».

(9 de enero de 1915, a

Raffaelina Cerase, Ep. II, 291)

10 de enero

Las tinieblas que rodean el cielo de vuestras almas son luz; y hacéis bien en decir que no veis nada y que os encontráis en medio de una zarza ardiendo. La zarza arde, el aire se llena de densas nubes, y el espíritu no ve ni comprende nada. Pero Dios habla y está presente en el alma que siente, comprende, ama y tiembla.

Hijitas mías, animaos; no esperéis al Tabor para ver a Dios; ya lo contempláis en el Sinaí. Pienso que el vuestro no es el estómago interior revuelto e incapaz de gustar el bien; él ya no puede apetecer más que el Bien Sumo en sí mismo y no ya en sus dones. De aquí nace el que no quede satisfecho con lo que no es Dios.

El conocimiento de vuestra indignidad y deformidad interior es una luz purísima de la divinidad, que pone a vuestra consideración tanto vuestro ser como vuestra capacidad de cometer, sin su gracia, cualquier delito.

Esta luz es una gran misericordia de Dios, y fue concedida a los más grandes santos, porque pone el alma al abrigo de todo sentimiento de vanidad y de orgullo; y aumenta la humildad, que es el fundamento de la verdadera virtud y de la perfección cristiana. Santa Teresa también tuvo este conocimiento y dice que, en ciertos momentos, es tan penoso y horrible que podría causar la muerte si el Señor no sostuviera el corazón.

(7 de diciembre de 1916, a las

hermanas Ventrella, Ep. III, 541)

11 de enero

El conocimiento de la indignidad potencial, que consiste en saber qué seríamos o qué podríamos hacer sin la asistencia de la gracia, y del que hemos hablado hasta ahora, no debe confundirse con la indignidad actual.

La primera hace a la criatura aceptable y grata a los ojos del Altísimo; la segunda la hace detestable, porque es el reflejo de la iniquidad presente en el alma, en la conciencia.

Vosotras, en las tinieblas en que os encontráis la mayor parte de las veces, confundís una con otra; y, del conocimiento de lo que podríais ser, teméis que ya sois aquello que es sólo posible en vosotras.

El ignorar si ante Dios sois dignas de amor o de odio es un sufrimiento y no un castigo, porque nadie teme ser indigno cuando verdaderamente lo quiere ser o lo es. Tal incertidumbre es permitida por Dios para todos los seres humanos, para que no presuman y para que caminen con cautela en la consecución de la salvación eterna.

(7 de diciembre de 1916, a las

hermanas Ventrella, Ep. III, 541)

12 de enero

Recordad esto: si el demonio hace ruido, es señal de que todavía está afuera y no dentro. Lo que debe aterrorizarnos es su paz y su sintonía con el alma humana. Creedme, ya que os hablo como hermano y con la autoridad de sacerdote y en calidad de vuestro director: desechad estos vanos temores; alejad estas sombras que el demonio va poniendo en vuestras almas para atormentarlas y para alejarlas, si fuera posible, también de la comunión diaria.

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