Una elección concreta ha sido la de textos particulares del principio y del fin del año, una «apertura» y un «cierre» significativos: la primera, una exhortación a ponerse en camino, seguida de una «cadena» de textos sobre las virtudes cristianas, fundamento de la misma existencia cristiana; la última, una serie del intensísimo testamento espiritual, que recalca la gratitud en las relaciones con Dios por la gracia multiforme derramada abundantemente en la existencia entera.
Cada texto va acompañado de la indicación de la carta, de la fecha y de la persona a la que va dirigida, y de la referencia al Epistolario completo, aparecido en cuatro volúmenes entre 1973 y 1984, con la indicación del volumen, seguido del número de la página:
Padre Pío de Pietrelcina, Epistolario, bajo la supervisión de Melchiorre da Pobladura y Alessandro da Ripabottoni, Ediciones Padre Pío de Pietrelcina, Convento Santa María de las Gracias, San Giovanni Rotondo (FG) 1973-1984, 4 volúmenes:
I. Correspondencia con los directores espirituales (1910-1922), 1973, pp. 1387.
II. Correspondencia con la noble señora Raffaelina Cerase (1914-1915), 1975, pp. 583.
III. Correspondencia con las hijas espirituales (1915-1923), 1977, pp. LXXX-1173.
IV. Correspondencia con diferentes categorías de personas, 1984, pp. 1039.
Enero
1 de enero
Os recomiendo vivamente: preocupaos de hacer vuestros pobres corazones cada día más gratos a nuestro Maestro y de actuar de modo que el presente año sea más fértil en obras buenas que el pasado; ya que, conforme pasan los años y la eternidad se nos acerca, es necesario redoblar el entusiasmo y elevar nuestro espíritu a Dios, sirviéndole con mayor diligencia en todo aquello a lo que nos obligan nuestra vocación y la profesión cristiana. Sólo esto nos puede hacer gratos a Dios; sólo esto nos puede hacer salir libres del gran mundo que no es de Dios y de todos nuestros enemigos; sólo esto, por tanto, nos puede hacer llegar al puerto de la salvación eterna.
Afrontemos también las pruebas de la vida presente, a las que la divina providencia nos irá sometiendo; pero no nos desanimemos ni nos angustiemos; combatamos como valientes y recibiremos el premio que Dios ha reservado a las almas fuertes. Recordad, hijas, las palabras que el divino Maestro dirigió un día a sus discípulos y que hoy os dice a vosotras: «No se turbe vuestro corazón». Sí, hijas, no se turben vuestros corazones en el momento de la prueba, porque Jesús ha prometido su real asistencia a quien le sigue. (…)
Jesús haga que vuestros corazones sean cada vez más suyos.
(2 de enero de 1918, a
Antonietta Vona, Ep. III, 832)
2 de enero
Para vivir continuamente en una vida devota, no te hace falta más que aceptar en tu espíritu algunas máximas excelentes y generosas.
La primera que yo deseo que tengas es esta de san Pablo: «Todo redunda en bien de los que aman a Dios». Y, por cierto, ya que Dios puede y sabe sacar el bien incluso del mal, ¿con quién hará esto sino con aquellos que, sin reserva alguna, se entregan a Él? Incluso los mismos pecados, de los que Dios, por su bondad, nos tiene alejados, son ordenados por su divina providencia al bien de los que le sirven. Si el santo rey David no hubiera pecado, nunca habría adquirido una humildad tan profunda; ni la Magdalena habría amado tan ardientemente a Jesús si él no le hubiera perdonado tantos pecados; y Jesús no habría podido perdonárselos si ella no los hubiera cometido.
Considera, mi queridísima hijita, esta gran obra de la misericordia divina: él convierte nuestras miserias en favores y, con el veneno de nuestras iniquidades, realiza cambios saludables en nuestras almas. Dime, pues, ¿qué no hará con su gracia de nuestras aflicciones, nuestros sufrimientos y las persecuciones que nos angustian? Y, por eso, aunque te sucediera no sufrir aflicciones de ninguna clase, cree que, si amas a Dios con todo tu corazón, todo se convertirá en bien; y, aunque no logres comprender por dónde vendrá este bien, ten la certeza de que llegará. Si Dios pone ante tus ojos el lodo de la ignominia, no es sino para devolverte una mirada más clara y para hacerte admirable ante sus ángeles, como un espectáculo digno y amable. Y si Dios te hace caer, es para conseguir en ti lo que realizó en san Pablo al hacerle caer del caballo.
Por tanto, que las caídas no te hagan perder el valor; anímate a una confianza renovada y a una humildad más profunda. Descorazonarse e impacientarse después de que se ha caído en el error es una estratagema del enemigo, es cederle las armas, es darse por vencido. Por tanto, no debes hacerlo, ya que la gracia del Señor está siempre atenta para socorrerte.
(15 de noviembre de 1917,
a Antonietta Vona, Ep. III, 822)
3 de enero
La segunda máxima que deseo que lleves siempre gravada en tu espíritu es que Dios es nuestro padre; ¿y qué tienes que temer cuando se es hija de tal padre, sin cuya providencia no caerá nunca un cabello de tu cabeza? ¿No es en verdad muy extraño que, siendo nosotros hijos de tal padre, tengamos y podamos tener otro pensamiento que no sea el de amarlo y servirlo? Cuida y gobierna tu alma y tu familia como él quiere, y no te preocupes; porque, si haces esto, verás cómo Jesús cuida de ti. «Piensa en mí, que yo pensaré en ti», dijo Jesús en una ocasión a Sta. Catalina de Siena; y el Sabio dice: «Padre eterno, vuestra providencia lo gobierna todo».
(15 de noviembre de 1917,
a Antonietta Vona, Ep. III, 822)
4 de enero
La tercera máxima es que debes observar lo que el divino Maestro enseñó a sus discípulos: «¿Qué os ha faltado?».
Considera atentamente, mi buena hijita, este pasaje. Jesús había mandado a los apóstoles a todo el mundo, sin dinero, sin bastón, sin sandalias, sin alforjas, vestidos sólo con una túnica; y después les dijo: «Cuándo os mandé de este modo, ¿acaso os faltó algo?». Y ellos respondieron que nada les había faltado.
Ahora, yo te digo, hijita: cuando estuviste atormentada, aun en el tiempo en que, por desgracia, no sentías mucha confianza en Dios, dime: ¿en algún momento te encontraste oprimida por el sufrimiento? Me responderás que no. ¿Y por qué, pues –agregaré yo–, no tener confianza en superar todas las demás adversidades? Si Dios no te ha abandonado en el pasado, ¿cómo podrá abandonarte en el futuro, cuando ahora, más que en el pasado, quieres ser suya de aquí en adelante? No temas que te pueda ocurrir algo malo de este mundo, porque quizá no te sucederá nunca. Pero, en todo caso, si te sobreviniera, Dios te dará la fuerza para sobrellevarlo. El divino Maestro mandó a S. Pedro que caminara sobre las aguas. S. Pedro, al soplar el viento y ante el peligro de la tempestad, tuvo miedo y esto le hizo casi sumergirse; pidió ayuda al Maestro y este le reprendió, diciendo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»; y, extendiéndole la mano, lo agarró. Si Dios te hace caminar sobre las aguas tempestuosas de la adversidad, no dudes, hijita mía, no temas; Dios está contigo; ten valor y serás liberada.
(15 de noviembre de 1917,
a Antonietta Vona, Ep. III, 822)
5 de enero
La cuarta máxima es aquella de la eternidad. Poco debe importar a los hijos de Dios vivir estos brevísimos momentos que pasan, con tal de que vivan en la gloria eternamente con Dios. Hijita, considera que ya vas encaminada hacia la eternidad, que ya has puesto allí un pie. Con tal de que ella sea feliz por tu causa, ¿qué importa que estos momentos transitorios sean de sufrimiento para ti?
La quinta máxima que yo te suplico que tengas siempre fija en la mente es aquella del apóstol S. Pablo: «Mira que yo no me glorío en otra cosa sino en la cruz de mi Jesús».
Ten en tu corazón, hijita, a Jesucristo crucificado, y todas las cruces del mundo te parecerán rosas. Los que han sentido las punzadas de la corona de espinas del Salvador, que es nuestra cabeza, en modo alguno sienten las otras heridas.
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