La razón por la que estamos tan ocupados siempre y mantiene la preferencia de las sociedades contemporáneas de vivir con alta velocidad sobre actividades que requieren tiempo, es la interdependencia que el individuo adquiere como parte de un sistema donde detenerse a meditar, reflexionar o tomarse un tiempo no es posible si se quiere conservar un statu quo. Ya hemos apuntado la importancia que tiene la normalización y atención de nuestras actividades cotidianas en la conciencia que cada persona puede generar sobre su particular forma de alienación con el sistema: “La medida en que el tiempo se convierte en un problema en este plano también depende del grado de rutinización y habituación”,[18] comenta Rosa en otro de sus libros.
Se vuelve necesario indagar sobre la temporalidad en el mundo contemporáneo, ya que gran parte de su problemática radica en comprender cómo se emplea el tiempo en el siglo xxi. De acuerdo con Hartmut Rosa, una forma de estudiar las estructuras sociales contemporáneas y la calidad de la vida es centrando las investigaciones en los patrones de la temporalidad humana: ‘Sostengo que las sociedades modernas están reguladas, coordinadas y dominadas por un preciso y estricto régimen temporal que no está articulado en términos éticos’.[19]
Por este motivo, dicho autor insiste en la necesidad de incorporar a los estudios sobre la modernidad la variable de la temporalidad, pero precisamos, hay que hacerlo tanto en el ámbito sociológico como en el filosófico para abarcar un espectro más amplio de complejidad, pues la falta de comprensión de la complejidad de estos estudios dificulta la elaboración de una teoría. Siguiendo al sociólogo Werner Bergmann, respecto a la necesidad de conexiones entre los fenómenos de los diferentes ámbitos de la vida cotidiana, Rosa comenta:
[Werner] Bergmann afirma que el principal obstáculo para la sociología del tiempo consiste en la falta de una conexión sistémica bien fundada con la formación de la teoría sociológica general. Como regla general, los estudios sociocientíficos existentes sobre el tiempo se basan en modelos de tiempo pre-teóricos y seleccionados arbitrariamente que en su mayor parte se basan libremente en conceptos filosóficos, antropológicos o incluso cotidianos. Como consecuencia, la literatura sociológica sobre el tiempo se compone de una variedad de estudios no relacionados, no acumulativos, que son virtualmente ‘solipsistas’, ya que carecen de una conexión suficiente con los enfoques generales en la teoría social.[20]
Debemos admitir también que, así como no hay conexiones entre las diferentes teorías sociales, tampoco las hay en el ámbito filosófico. Muchos autores han hablado sobre la temporalidad, algunos de ellos conectan entre sí de manera interdependiente, pero cada uno busca explicar la temporalidad en sus propios términos, es decir, ajustando los conceptos en beneficio de sus propios sistemas de pensamiento.
Los conceptos filosóficos del tiempo, formulados por san Agustín, Immanuel Kant, Henri-Louis Bergson, John Ellis McTaggart, Martin Heidegger o Margaret Mead y debatidos en su contexto, no son menos heterogéneos, inconmensurables e incompatibles. Estos pensadores no están de acuerdo con las preguntas más elementales sobre la realidad del tiempo, ya sea una categoría natural, una que pertenece a la intuición o la comprensión, o más bien una construcción social.[21]
Como se puede leer en la cita anterior, la conexión más elemental de la temporalidad es la dicotomía entre el tiempo del mundo y el tiempo de la vida, y es en esta dicotomía donde juzga Rosa que no se ha conseguido una conceptualización más eficiente. Por lo anterior, resulta indispensable estudiar ambos parámetros, objetivos y subjetivos, para abarcar la complejidad del mundo a partir de la viable temporal, y hacerlo desde los ámbitos filosófico y sociológico. Para ahondar más al respecto, haremos un breve análisis.
Objetivamente hablando, podemos encontrar cuatro maneras de medir la velocidad de las acciones cotidianas:
1 La aceleración de las acciones mismas; por ejemplo, caminar, comer o leer más rápido, etcétera.
2 La reducción o eliminación de actividades cotidianas; por ejemplo, comer en la oficina, eliminar la siesta, solicitar informes ejecutivos, etcétera.
3 Acciones que se realizan de modo simultáneo (multitasking), como trabajar y escuchar música, ver televisión y hablar por teléfono, cocinar y usar aplicaciones móviles, etcétera.
4 El cambio de actividades que requerían tiempo por actividades que lo ahorran; por ejemplo, en lugar de cocinar pedir una pizza, en lugar de caminar “pedir un Uber”, en lugar de pasear al perro pagar a un paseador, etcétera.
Todos estos cambios son observables y medibles en la vida cotidiana, son causa de aceleración social y producen, a su vez, consecuencias observables y medibles. Comenta Hartmut Rosa: “La duración promedio del sueño ha caído alrededor de 30 minutos desde la década de 1970 y 2 horas desde el siglo anterior”.[22]
Otra de las consecuencias de estas actividades objetivamente medibles es la afección subjetiva que produce; siguiendo al sociólogo Gerhard Schulze, “el ritmo de la vida, en particular en la sociedad tardomoderna, está determinado no sólo por el número de episodios de acción sino también por la cantidad de episodios de experiencias […] no todas las experiencias pueden calificarse como acciones”;[23] por ello, resulta necesario revisar también los parámetros subjetivos de la experiencia del tiempo.
Subjetivamente hablando, el tiempo se mide como experiencia del tiempo y, aunque su medición es más compleja, no deja de ofrecer datos útiles y medibles objetivamente:
La cantidad de personas de dieciocho a sesenta y cuatro años de edad que indica que siempre sienten prisa o una presión por debajo del tiempo, aumentó en etapas entre 1965 y 1992 del 24 por ciento al 38 por ciento, mientras que la cantidad de quienes casi nunca se sintieron bajo la presión del tiempo es la misma en el mismo periodo y cayó del 27 por ciento al 18 por ciento.[24]
La conclusión del dato expuesto anteriormente muestra que hay una sensación generalizada de que el tiempo escasea, a pesar de la evidencia del incremento del tiempo libre. En ese sentido, afirmamos que la paradoja de la temporalidad tiene un matiz subjetivo con base en una evidencia objetiva.
Esta paradoja de la temporalidad produce el temor por “perder el tiempo” y/o “no aprovechar el tiempo”; la gente desea naturalmente una vida llena de experiencias, pero se frustra al no poder alcanzarla en lo que coloquialmente llamamos círculo vicioso, o bien, en términos de Hartmut Rosa, como en la rueda de un hámster (hamster wheel).
La inercia cultural, a la que haremos referencia más adelante, fuerza al ser humano a acelerar el ritmo de su vida para alcanzar la plenitud que ha imaginado, pero el mundo tardomoderno, en su complejidad, impide que los individuos logren su objetivo y los lleva a incrementar sus frustraciones. Esto es lo que Rosa ha denominado como slipping slope syndrome.
El miedo a perder cosas (valiosas) y, por lo tanto, el deseo de aumentar el ritmo de la vida son el resultado de un programa cultural que comenzó a desarrollarse en la modernidad temprana y consiste en hacer que la propia vida sea más plena y más rica en experiencia a través de un proceso acelerado ‘saborear las opciones mundanas’, es decir, aumentando la tasa de experiencia, y por lo tanto realizando una ‘buena vida’. La promesa cultural de la aceleración reside en esta idea. Como resultado, los sujetos quieren vivir más rápido [...] La compulsión por adaptarse es una consecuencia de la dinámica estructural de las sociedades modernas tardías, más específicamente de la aceleración del cambio social.[25]
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