Jorge García Tanus - Los Hijos de Mil Budas

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Hamilton Garciarena Temis es un abogado medianamente próspero de la ciudad de Buenos Aires, que en su juventud había conocido las enseñanzas budistas del Sutra del Loto e ingresado a una de las organizaciones que las promueve, la Bukkyo Kai, un hecho que significó una gran contienda espiritual y la vida secular en el ámbito de la abogacía, lo que derivó en un profundo y dramático cambio de perspectiva hacia los valores religiosos en general, luego de veinticinco años de práctica y pertenencia a aquella membresía religiosa.

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Las representaciones de cambios dramáticos desde los estados de vida más deplorables de un individuo que, luego de invocar el mantra y leer una frase inspiradora del mentor, sucedía una transformación casi cuántica para ingresar al portal de la budeidad.

Hamilton sentía que evidentemente todavía no encajaba tanto o tal vez que era una organización religiosa por cierto poco tradicional, pero por fin pertenecía a alguna clase de grupo, ya que su padre lo ridiculizaba al llamarlo “el sociable”, justamente como sarcasmo ante la escasa sociabilidad de su hijo Hamilton.

En el contingente convivían todo tipo de muchachos de diversas condiciones sociales y provenientes de varias provincias argentinas y ese intercambio sí le parecía verdaderamente interesante, a pesar del escaso tiempo en que se sucedían una actividad y otra.

Muchos compañeros estaban muy emocionados. Hamilton no comprendía muy bien el motivo de tanta emoción, hasta sacramental, pero le sorprendía ver a tantas personas conmovidas y le hacía revivir aquel momento del año anterior en el que él mismo vio por primera vez al maestro Takeru Yamamoto en persona, luego de ser un asiduo lector de algunas de sus obras.

El encuentro culminó con la despedida de José Nakaki de las divisiones juveniles, las que dirigía desde hacía algunos años. Muchos lloraban y agradecían a un líder que los supo conducir en la vida y en la fe y en el encuentro con el “maestro de la vida” de un selecto número menor de los participantes.

Con algunos sucesos ocurridos luego, ya en su madurez, Hamilton comenzó a sospechar si esos sucesos no eran algo parecido a una especie de brote producido por algún revés emocional, ya que en su fuero interno –en verdad– mucho no sentía por aquel señor japonés que vivía en su Japón, al menos en sus comienzos no sentía lo mismo que todos esos numerosos jóvenes.

Aunque sí es cierto que al comenzar a leer sus obras tenía una gran identificación y empatía y lo adoptó como un verdadero mentor, al menos era para él algo más elevado en la tarea de comenzar a indagar en lo filosófico y espiritual y –por qué no admitir– que sus obras eran un paliativo para sus viejas decepciones en materia política, de las que las emocionales no se pueden divorciar, por supuesto.

Hamilton Garciarena seguía siendo un verdadero proyecto de militante, pero ahora lo sería en el budismo. Además, calzaba bien que el budismo de la Bukkyo sea conocido como el “budismo popular”, sobre todo a partir de la gran actividad de la organización en la reconstrucción del Japón de posguerra y en la asistencia al pueblo japonés, por parte de los tres sucesivos maestros de la Bukkyo.

Volviendo al episodio, Hamilton aun no sabía por qué la partida de la División de Jóvenes de Nakaki conmovía tanto a tantos compañeros.

Ya había conocido a Nakaki meses antes, en el servicio velatorio del padre de Magdalena, la compañera de trabajo que lo había acercado a la Bukkyo.

En medio de un clima distendido ante el fenómeno de la muerte, por cierto muy diferente al clima fúnebre que se experimenta en el cristianismo, ingresó a saludar a los deudos y a la propia Magdalena, un líder de la Bukkyo que le causó una primera impresión de lo más semejante a un diplomático japonés.

Lejos de prestar atención a los aconteceres relacionados con el evento de velar a su padre muerto, su amiga se preocupaba por presentarlos como si Hamilton fuera una apuesta a futuro y Nakaki una gran autoridad.

Su amiga le había hablado de que José era un contador público muy exitoso y que había hecho o estaba haciendo un posgrado que consistía en un máster en Ciencias Económicas.

—Uf… –pensaba Hamilton – y yo que apenas puedo encauzar mi carrera de Derecho mientras ayudo a mis viejos a mantenerse, qué interesante dialogar con alguien así, a la vez que se dedica a difundir ideales tan profundos como los que expresa el presidente Yamamoto en sus ensayos.

En ese nuevo mundo de la Bukkyo –que ya había comenzado a frecuentar– estaba ante un modelo por seguir, ya que hacer un máster y dedicarse tanto a las actividades por promover la “paz a través de la difusión del budismo”, denominado en forma abreviada Movimiento por la Paz, sin descuidar el progreso y desarrollo académico era algo que Hamilton envidiaba y sin dudas no sentía esa denominada “envidia sana”, porque era consciente de que eso de atribuirle sanidad a un sentimiento como la envida era una lisa y llana patraña.

Lo envidiaba porque todavía su estado de vida no estaba lo suficientemente pulido como para sentir admiración, sobre todo ante alguien que creía que vivía de un modo que para él –en ese entonces– era totalmente inalcanzable.

Por lo pronto se predispuso con una curiosidad –a veces un tanto cargosa– a indagar al respecto y buscar entablar alguna clase de diálogo.

Tiempo después, José Nakaki era un referente y hasta un hermano mayor para Hamilton, de hecho el propio Nakaki lo llamaba “hermano” y a muy pocos se lo escuchó denominarlos de ese modo.

En 1998 Hamilton se graduó de abogado y junto a otros jóvenes, y debido al impulso y aliento de Nakaki viajó al Japón en septiembre de ese mismo año.

“El correntino” Marcelo integraba ese contingente. Su amistad con el arquitecto se hizo más fuerte, aunque solo lo vería cada tanto en Buenos Aires, hasta que ya en 2012, Messina se instaló en el centro de la capital y venía a hacer la práctica y a tomar unos mates con Hamilton en el diminuto departamento que este alquilaba cerca.

Eso fue antes de comprar el PH a reciclar en su querido barrio de Villa Urquiza, lugar por el que sentía un entrañable afecto, y el lugar donde luego supo que nacieron y se casaron sus padres, antes que se mudaran a La Paternal.

Por Villa Urquiza Hamilton sentía algo muy especial, además era el lugar de la Sede Central de la Bukkyo Kai de la Argentina.

Las casualidades no existen, sino que todo encajaba en un meticuloso y exacto vínculo de causalidad.

Para él, Villa Urquiza no se terminó convirtiendo en su lugar en el mundo, sino que siempre lo fue, aun luego de vivir por más de catorce años en la zona del centro de Buenos Aires y mudarse allí recién a los 45 años de edad, tal vez persiguiendo a cierta estabilidad esquiva luego de años de un desarraigo crónico existencial.

También hizo una gran amistad en ese viaje a Japón con Leonardo Torreta, un referente y responsable titular de la denominada División Juvenil Masculina, con quien compartiría muchas actividades en Buenos Aires.

Fue el propio Torreta y otro joven de entonces, Walter Fassi, quienes lo convocaron a Hamilton a colaborar en la redacción del periódico de la institución, todo bajo la supervisión y aprobación de Nakaki, quien en verdad estaba en todo.

La organización dependía de él prácticamente o –mejor dicho– la mayoría de las decisiones pasaban por él. Era un profesional de ineludible consulta para los directivos.

Hamilton notaba –sin embargo– algunas rispideces de José con los antecesores más veteranos, pero en la generalidad de los casos, prevalecía la visión del Movimiento por la Paz que el joven y brillante Nakaki tenía.

A tal punto que comenzó a consultarle al antecesor sobre casi todos los ámbitos de su vida personal: parejas, trabajo, estudio, relación con los padres.

En particular le preocupaba mucho el vínculo con su padre, un comerciante gastronómico que había sufrido un ACV, afectándole en cierta medida su capacidad intelectual y cognitiva de manera prematura.

Su padre había quedado con el temperamento similar al de un niño, pero con la degradación física de un adulto en su ingreso a la tercera edad.

Antes de eso, su padre había tenido numerosos sucesos vinculados a la vida nocturna y había sido privado de la libertad en un par de ocasiones, ello por sendos procesos judiciales relacionados con estafas reiteradas, relacionadas con emprendimientos gastronómicos, fondos de comercio, venta de acciones, entre otros.

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