Pero, a la luz de las constancias del expediente y debido al vínculo que tenía el abogado con la persona involucrada, se aviene una gran crisis personal que lo lleva a cuestionarse respecto a los valores atesorados durante tantos años, pero que a la vez desencadenan una trama que echa luz sobre oscuros secretos y comportamientos cuasi patológicos que –de darlos a conocer– pondrían en crisis a la organización en el plano local e internacional, por lo cual decide guardar silencio, creándose un vínculo mucho más confuso, enigmático y de absurda desconfianza entre él y los principales directivos de la organización, lo que lentamente trasciende a la generalidad de la membresía de la comunidad, hasta tornarse hacia un punto sin retorno.
A la vez, en su condición de abogado, pero también como creyente, comienza a experimentar una total desconfianza hacia ese líder y hacia sus principales allegados, generando diversas reacciones de los involucrados que, directa o indirectamente ligados a la Bukkyo Kai y al propio protagonista, le suscitan las conversaciones más paradójicas y negacionistas.
Ello va generando las más diversas y complejas derivaciones y mucha confusión al pretender dilucidar la naturaleza real del conflicto, hasta que Hamilton toma conciencia de intereses inconfesables y de que un plan bastante subrepticio de su defendido y de directivos de la entidad había sido puesto en marcha, reeditando interminables luchas con el mecanismo de crear enemigos disidentes para encubrir la propia situación interna, como si ello fuera el fruto de un comportamiento compulsivo.
Todo lo vivenciado por Hamilton durante esos años le permite al lector indagar y sacar sus propias conclusiones sobre temas religiosos y acerca del funcionamiento de muchas entidades que pregonan dichos valores, tanto en los aspectos de las más profundas y trascendentes vivencias como en aquellos factores en donde se pone en evidencia lo más oscuro de lo que es mostrado como un camino espiritual.
La trama es narrada del modo más próximo a como el protagonista fue elaborando los sucesos desde su convulsionado mundo interior, sin seguir una cronología exacta de los sucesos, sino más bien en una confrontación entre los hechos de un presente ligados al pasado y hasta los inicios de su existencia y su ingreso al mundo de la fe.
Es decir, lejos de presentar un relato biográfico o una crónica lineal, los acontecimientos van reflejando en su propio estado el caos emocional, espiritual y psicológico en el que se vio inmerso al afrontar diversas contingencias, debiendo –a la vez– cumplir con sus obligaciones y mandatos profesionales con la mejor de las actitudes.
Hamilton cree profundamente en que la pertenencia a grupos religiosos puede ser sin duda una experiencia positiva en las ansias de encontrar un significado a la vida y la muerte, las preguntas existenciales y de vivir –en definitiva– una verdadera experiencia espiritual de plenitud en la propia existencia.
Pero, también, esa cosmovisión puede estar sesgada por cuestiones institucionales y comportamientos humanos de aquellos que integran esos grupos, que posiblemente distorsionen ese anhelado bienestar individual, hasta el punto de confrontarlos y verificar que la coherencia entre los valores pregonados y las realidades cotidianas empiezan a tornarse difusas, justamente por no coincidir en absoluto.
Desde la perspectiva del budismo del Buda Nanjo y del Sutra del Loto, cuyo basamento es el que la Bukkyo Kai Internacional pregona, no hay nada en la experiencia de un individuo que transite por fuera de su propio estado interior y ese es el punto de partida esencial para comprender las disquisiciones internas del abogado.
Haciendo carne en ese principio resuena esa analogía de la flor de loto, que emerge de los pantanos más inhóspitos para resplandecer de color o como bien se escuchó decir cierta vez a un artista y compositor argentino: “no existe ninguna flor que no provenga de sustancias podridas”1.
Por eso, tal vez nos toque afrontar la tarea de describir algunas podredumbres –incluso y principalmente las del propio protagonista– para florecer a una realidad que no sabríamos si calificar como nueva, pero sí al menos más visible o por qué no “más real”, valga la redundancia, más allá del fenómeno de las instituciones religiosas y su influencia en la vida de las personas, más allá de cualquier deseo de trascendencia, y con la absoluta certeza de conocerse a sí mismo.
Con este relato, no se quiere espantar a nadie que desee ingresar a un grupo religioso, pero sí me parece sano saber bien de qué se trata, al menos desde la perspectiva de lo vivenciado por Hamilton.
Por cierto que tampoco sirve cuestionar muchas experiencias positivas que se pueden extraer de diversas prácticas, aun de las involucradas en esta trama y que los maestros de estas pregonaron.
Pero también es seguro que eso podrá darse solamente si estamos ante una ciudadanía lo suficientemente esclarecida acerca del potencial y las debilidades propias del ser humano y que ello se plasma tanto en lo individual como en su actuar en el colectivo de los grupos humanos y las instituciones que –de manera indefectible– y para eso es vital comenzar por esclarecerse uno mismo acerca de la naturaleza de su propia existencia.
Eso que el propio Carl Gustav Jung (1875–1961) describía como un proceso en el que todo ser humano debe ser consciente de la propia oscuridad para dar luz a su propia vida; muy semejante –por cierto– a la concepción de la “iluminación” que pregona el budismo2.
Por eso, se describen una serie de vivencias que fueron afrontadas por el protagonista como un verdadero atentado a su propia escala de valores, los que paradójica y supuestamente estaban bien afianzados, pero veremos que, tan pronto como despierta a su realidad, toma conciencia de que en verdad no era así, sin que ello lo prive de ir rescatando un sinnúmero de experiencias valiosas que bien pudieron ser un tesoro para su existencia.
Por cierto que en el proceso de “toma de conciencia” Hamilton se da cuenta de que todas esas vivencias no se desencadenaron de un suceso o un hecho externo, sino que fueron constantes, permanentes y reiteradas. Solo que ahora había cambiado su percepción interior, plasmada en la decisión de poner a prueba esos valores como una propia necesidad de supervivencia, tanto dentro como fuera de la organización y aun en medio de una campaña de desprestigio en su contra e impulsada por quienes él mismo había defendido, respetado y valorado, además de haber sentido en el pasado un gran afecto por esas personas.
A medida que esa maniobra comienza a manifestarse, percibe que esos valores ni estaban tan afianzados, ni era su intención afianzarlos a cualquier costo, generándole ello una gran contradicción, que lo lleva hacia una especie de toma de conciencia mucho más profunda que con el devenir de diversos acontecimientos, que lo confrontan ante el valor de la coherencia y que en esa búsqueda ha sido expuesto a una prueba difícil de superar.
El autor
1La frase pertenece al autor y compositor Gustavo Cordera, en uno de sus videos publicados en la plataforma YouTube al presentar una canción llamada “Agua de río” (https:// www. youtube. com/watch?v=ojx–xSzIuPs).
2Jung, Carl Gustav, Introducción a la psicología analítica. Cita textual: “Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”.
Basada en hechos reales, aunque los nombres de los protagonistas, instituciones y algunas referencias han sido modificados.
I PARTE
«Jamás aceptaría pertenecer a un club que aceptara como miembro a alguien como yo».
Groucho Marx
Noviembre de 2019. Es un mediodía más en la ciudad de Buenos Aires, un día de la semana común y corriente, en donde luego de hacer una recorrida por los tribunales del centro de la ciudad, Hamilton Garciarena duda entre almorzar en donde lo hace habitualmente cuando va por el centro de esa ciudad devenida en jungla o en picar algo al llegar a casa y luego cenar de forma más contundente.
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