Jorge García Tanus - Los Hijos de Mil Budas

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Hamilton Garciarena Temis es un abogado medianamente próspero de la ciudad de Buenos Aires, que en su juventud había conocido las enseñanzas budistas del Sutra del Loto e ingresado a una de las organizaciones que las promueve, la Bukkyo Kai, un hecho que significó una gran contienda espiritual y la vida secular en el ámbito de la abogacía, lo que derivó en un profundo y dramático cambio de perspectiva hacia los valores religiosos en general, luego de veinticinco años de práctica y pertenencia a aquella membresía religiosa.

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Luego vendría el dopaje positivo y la expresión “me cortaron las piernas” del “barrilete cósmico”5. Una conspiración o “la argentinidad al palo”6, o ambas cosas a la vez. Una proyección predictiva acaso. Ya que de una mezcla de conspiraciones y argentinidades vendría la cosa.

Carlos Saúl Menem (1930–2021) gobernaba el país. Un presidente elegido por mandato popular del partido más popular, pero que había aplicado una política de privatizaciones sin precedentes y que jamás había enunciado en su plataforma electoral.

Hamilton Garciarena no era muy conocedor del tema, pero se manifestaba en forma muy contraria y crítica de esa clase de políticas, no obstante reconocer que la llamada convertibilidad había frenado la inflación.

Pero de ahí a creer en el hecho de que un peso argentino equivalga a un dólar podría ser una ficción conspirativa producto de otra argentinidad, esta vez plagada de ingenuidades y de autopercibirnos poseedores de una superioridad que en verdad no tenemos, aunque sí otras tantísimas virtudes.

Antes de conocer el budismo Bukkyo (así se lo denominaba), el joven Hamilton había intentado cierta militancia –con varios intervalos– en la política de la Universidad de Buenos Aires y en algunos barrios de la Capital, aunque nunca asumió un protagonismo pleno, debido que su decepción llegaba muy pronto.

En 1989 había apoyado activamente la campaña electoral de Carlos Menem desde un grupo juvenil autodenominado “La Secretaría de la Juventud”, integrada por jóvenes peronistas y bajo la dirección de Cristian Ritondo, quien años después sería funcionario en la provincia de Buenos Aires de la agrupación política que llevó al empresario Mauricio Macri a la presidencia de la nación en 2015, año plagado de una sucesión de penurias personales para Hamilton para terminar coronándolo con semejante regalito.

Pero por aquellos “noventosos” tiempos y al asumir Menem, Hamilton había comenzado a notar que el riojano de peronista no tenía mucho y luego de plantearle a Ritondo que las designaciones de Menem eran un cocoliche liberal, abandonó la secretaría para seguir al denominado “grupo de los ocho”, integrado por ocho diputados peronistas disidentes de Menem y sus políticas.

En verdad buscaba esa excusa junto a uno de sus amigos para irse a tomar una cerveza por ahí y no tener el mínimo compromiso con ese ideal político.

Allí militó un corto tiempo en una oposición conducida por Germán Abdala (1955–1993) y Chacho Álvarez (1948- ), quien luego de formar lo que primero se denominó el “Acuerdo Popular”, pasó a denominarse “Encuentro Popular” y desembocó en el FREPASO7 para convertirse en vicepresidente de la nación al secundar a Fernando de la Rúa (1937–2019).

En la denominada Alianza, Chacho Álvarez renunció al año de su asunción, luego de conocer y exteriorizar un escándalo de sobornos que vinculaba a casi la totalidad del Senado de la Nación Argentina para aprobar una “flexibilización laboral”8.

Luego vendría la debacle de diciembre de 2001, que llamativamente tuvo coincidencias con una de las primeras situaciones paradójicas y dramáticas que vivió Hamilton como miembro de la Bukkyo y que fueron luego una constante, como si en ese momento el futuro ya hubiera llegado. No duró mucho el joven en el mundillo político, sobre todo porque su desencanto era tan grande que sentía que había que hacer una gran revolución y destituir a todos por “estafa electoral”.

Si bien el tipo penal no existía, Hamilton comenzaba a estudiar la carrera de Derecho y tenía una gran convicción en provocar que existiera al menos un mecanismo de revocatoria del poder en la Constitución. Aunque para demostrar la falsedad del abordaje objetivo de una profesora de Teoría del Estado, manipuló los argumentos acerca de la constitucionalidad de los indultos presidenciales del propio Menem, obteniendo la máxima nota, para reconocer luego que lo hizo por la nota misma y demostrarle a la docente su falta de objetividad en el análisis, ya que había puesto las mejores notas a los que se expresaban a favor de dicha medida, que a aquellos que lo hacían en contra, prescindiendo de objetivas valoraciones en torno a las fundamentaciones brindadas.

A sus cuarenta y pico largos ya era un abogado con cierta carrera y el tipo penal seguía sin existir. Asumió la presidencia Mauricio Macri, y tampoco existía ningún mecanismo constitucional que frenara a un presidente que hizo exactamente lo opuesto y contrario a lo que propuso en su plataforma que lo llevó al poder, no sin un despliegue mediático–judicial que no tenía precedentes, pero que desde el derrocamiento de Lugo en el Paraguay tenía el gustillo de plan sistemático en la región.

Volviendo a aquellos años noventa llenos de glamur y pesos convertibles, el joven Hamilton, solo para situarse bien lejos de la corriente, comenzaba a interiorizarse acerca de muchas disciplinas espirituales, hasta que se topó con el budismo, sobre todo gracias al material que le acercaba una compañera del trabajo que cumplía como cadete en una clínica exclusiva del coqueto barrio de Belgrano. Hamilton estaba a cargo de los trámites bancarios, cobranzas y fotocopias de historias clínicas, como auxiliar del área de facturación.

En simultáneo a esos tiempos, ese mismo presidente Menem, con un rejuvenecedor peinado posaba junto a The Rolling Stones, George Bush padre y al poco tiempo, lo haría con el presidente de la Bukkyo Kai Internacional, Takeru Yamamoto, en lo que sería su única visita a la Argentina.

Comenzaba 1993 y Hamilton era un aspirante al ingreso a la institución religiosa y a su nuevo camino espiritual.

El correntino Messina, junto a su hermano y otros compañeros –no menos correntinos– fueron los anfitriones de ese encuentro en Paso de la Patria y –a partir de ese viaje– Hamilton afianzó su vínculo con el campechano Marcelo, más que con su hermano Mario, un tanto más seco en el trato, pero no menos amable, educado y tremendamente respetuoso, tanto que a Hamilton lo incomodaba, o lo hacía sospechar. Es que él primero sospechaba, ya que ese era su patrón emocional aprendido y aprehendido.

En ese primer encuentro en el que participó de la denominada División Juvenil de la Bukkyo Kai de Argentina se despedía de dichas filas —para pasar a las de los miembros adultos– José Nakaki, al parecer luego de muchos años y aportes a esta a través de su “militancia” pero como budista.

El viaje hasta Corrientes había sido de casi veinte horas en micro y la estadía sería sábado y domingo, para regresar el mismo domingo a la noche a otras veinte horas de micro. Por suerte el lunes era feriado y Hamilton lo aprovecharía para descansar.

El ritmo de las actividades era frenético, una atrás de la otra y sin un espacio para descansar de tan largo viaje.

El sábado a la noche, luego de cenar, se harían algunos eventos artísticos y unos sketches protagonizados por diversos integrantes de la División Masculina que a Hamilton le causaban una gracia sarcástica por lo bizarro de las representaciones.

En el grupo había muchos artistas, bailarines y no faltaba alguna que otra ridiculización del ser femenino y de todo lo que tenga que ver con impulsos homosexuales, que en estos tiempos era tan vulgares como aceptados, a pesar de que varios de los asistentes lo eran.

Toda actuación terminaba en carcajadas que a Hamilton le daban la sensación de –o bien no había comprendido el remate, debido a que era nuevo– o –peor aún– le causaba gracia aquello que era la representación de algo muy serio y por lo que no era tan oportuno reírse.

Los números estaban plagados tanto de la vulgaridad como de humor sarcástico, pero pasaban repentinamente a la emotiva sacralidad de responder al ideal del Movimiento por la Paz y emular al mentor haciendo carne su juramento. Un verdadero menjunje.

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