En los últimos tiempos se sintió con algo de sobrepeso y escuchó a un nutricionista en YouTube que explicaba por qué eso de las múltiples ingestas no es tan aconsejable como parece.
No solo le pareció lógico y razonable lo que el galeno a modo de refutación aludía, sino que –además– el expositor médico daba el ejemplo con su propia delgadez, la que ilustraba la veracidad fáctica de sus postulados.
Además se sustentaba en un dato basado en la antropología y en la prehistoria, en la que el ser humano no necesariamente podía comer todos los días, debido a que antiguamente se esperaban las temporadas de caza. Lejos de eso, contrastaba la actualidad que pregona el consumo constante en las grandes ciudades y la total carencia y precariedad alimentaria en sus suburbios, sobre todo en Latinoamérica.
El doctor Hamilton –tal como lo llaman quienes lo conocen de manera más habitual– está satisfecho con su profesión y muy conforme con cierta prosperidad alcanzada a lo largo de los años que hace que se dedique a la abogacía y de la que se jacta de haber sido siempre totalmente independiente.
Si bien la mañana fue bastante tranquila, termina de anotar las actividades pendientes y se dispone a volver a su casa, que en estos tiempos se convirtió para él en un verdadero búnker.
A mediados de 2017 pudo reconstruir lo que era una vieja propiedad con poco mantenimiento en un condominio de Villa Urquiza, vulgarmente denominados “PH”3, por alusión a la “propiedad horizontal” y que, luego de casi un año de tareas de refacción, pudo dejar a punto para establecer allí su estudio jurídico en el barrio que eligió para vivir y en donde podría aprovechar los espacios también para su vivienda, luego de dejar de ser socio en un estudio en ese agobiante centro de la ciudad.
Al principio dudaba de los frutos que podría dar dicho cambio, ya que la avenida en la que se instaló es más bien un barrio de comercios y talleres mecánicos.
Pero ahora puede ver –luego de un par de años– que todo fue mejor de lo esperado, ya que –por un lado– ganó en mayor cantidad de trabajo, pero sobre todo, lo ganó en tranquilidad, la que tanto creía que necesitaba, sobre todo luego de vivir años convulsionados en todos los aspectos de su vida.
Reflexionaba acerca de cuándo comenzaron esas situaciones que lo llevaron a un estado de tanta conmoción interna.
Según Flavia, una querida astróloga amiga y con la que sostuvo un vínculo de muchos años, –a quien conoció de compartir parte de la etapa del colegio secundario y con quien se frecuenta luego de muchas idas y vueltas– le dijo que ello bien pudo haber comenzado para fines de 2008, ya que ahí fue cuando comenzaron los tránsitos de Plutón sobre su signo ascendente natal, Capricornio, que contrasta perfectamente con su Sol en Sagitario, para que el resultado sea la convivencia entre un ser totalmente estructurado que enmascara a un festejador interminable.
El doctor Hamilton Garciarena Temis estaba a punto de cumplir 51 años el próximo diciembre y se auto percibía como una especie de testimonio viviente. Al menos eso corroboraban y le incentivaban sus amigos más cercanos y su familia.
Un amigo arquitecto y viejo compañero de la organización budista a la que pertenece, la Bukkyo Kai, llamado Marcelo Messina o “el Correntino” llevó a cabo el proyecto de refacción del “PH” convertido en una nueva “vivienda–estudio”, que es más bien una mezcla búnker de hombre soltero, oficina y un hogar para los encuentros con alguna compañía ocasional, luego de haber intentado estar en lo que se denomina una relación estable sin ninguna clase de éxito, lo que lo llevó a autoproclamarse como “un especialista en fracasos” en ese sentido. Acuñando una frase de aquel “loco Bielsa”, al que tanto admira.
Nunca le gustó salir demasiado, menos ahora que vive en un lugar que adaptó totalmente a su gusto y que le resulta tan contenedor, y que aun sin ser de una categoría extraordinaria, es donde puede transcurrir con comodidad y tranquilidad sus días.
Sin saberlo, en pocos meses ese lugar se convertiría en su refugio solitario para transcurrir los aislamientos forzosos por el brote de corona virus4, que a ese momento era totalmente imprevisible y lejano, ya que nada hacía avistar una “pandemia”.
Apenas un caso se había detectado en una región de China por esos días y la información en nada llamó la atención de Hamilton, ni de nadie que lo rodeara, pero poco tiempo después descubriríamos que la ciudad china de Wuhan se convertiría en el epicentro y la nueva capital de un cambio de era para la humanidad.
Respecto a su vida sentimental, estuvo intentando alguna que otra vez hasta llegar a esas rupturas o las denominadas crisis como las que una vez le describió un gran amigo, es decir, aquellas que “por el momento son definitivas”, como si tanto la palabra “crisis” y como todo el mundo sentimental de un ermitaño cincuentón no fuera acaso un postulado auto-contradictorio.
Fue todo un esfuerzo hacer con escaso presupuesto de ese viejo y poco mantenido PH, el que Hamilton pudo comprar –luego de algunos juicios con buena paga y unos ahorros acumulados, numerosas privaciones durante toda su juventud– para armar ese coqueto estudio con vista a la avenida De los Constituyentes, una de las más ultra populares y transitadas de Villa Urquiza, sobre todo como acceso y salida de la Capital, de las pocas que conservan edificaciones bajas en donde pululan los locales comerciales debajo de los PH de ambientes grandes de mediados hacia principios del siglo pasado.
Allí había encontrado el lugar ideal en donde vivir y hacer reuniones de la Bukkyo, al menos esa era su intención de propósito al construir cada espacio del amplio PH en primer piso y con vista a la calle.
Aunque desde hacía varios meses no se hacía ya ninguna reunión de budismo allí.
No obstante, recibía constantemente a su familia, clientes y amigos a los que solía homenajear con algún que otro asado en la enorme parrilla que “el correntino” le había construido como prioridad para el enorme patio “villaurquicense”.
Su amistad con el arquitecto había surgido allá por 1994, cuando –junto con otros budistas de la provincia de Corrientes– recibieron a una comitiva de jóvenes de todo el país, entre los que se encontraba uno nuevo, llamado Hamilton Garciarena.
El evento fue en la ciudad de Paso de la Patria y Hamilton asistió junto a un contingente de jóvenes, en lo que sería su primer viaje como miembro de la entidad religiosa.
Ese suceso era para él difícil de olvidar, no solo por ser el primero que realizó como miembro de la Bukkyo, sino porque fue en pleno Mundial de fútbol de 1994 en los Estados Unidos y –para él– no ver durante esas dos jornadas la totalidad de los partidos había significado un cambio llamativo en su vida, ya que hasta ese entonces jamás hubiera querido perderse ni un solo instante de lo ocurrido en un evento de esas características.
De todas maneras, el cambio sería algo más lento de lo esperado, ya que en más de una ocasión y en ese “viaje de capacitación” Hamilton se escapaba de algunas de las reuniones –que se sucedían una tras otra– para ir a ver aunque sea los tramos de algún partido.
Él sabía que no lo llamarían al orden por su condición de principiante, pero también más de una vez esa conducta generó el reproche de algunos de los líderes y responsables de la actividad ya más avezados, que remarcaban con respecto a “la actitud”.
Sin embargo, en su fuero interno el joven Hamilton pensaba: “perdió Colombia con Rumania, después de hacernos cinco goles en las eliminatorias en el Monumental”. O que seguramente era el último Mundial “del Diego” y sí que lo fue.
Читать дальше