Jorge Quintana - Pedaleando en el purgatorio

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La segunda parte de
Pedaleando en el infierno, la novela en la que Jorge Quintana se mete en la piel de un ciclista profesional de los años 2000. Pedaleando en el purgatorio narra la evolución y madurez de Lucas Castro, el ciclista que protagonizó
Pedaleando en el infierno. Lucas se ha asentado en la categoría profesional, pero vive inmerso en un mundo convulso: para empezar, el ciclismo está cambiando por completo gracias a la instauración del pasaporte biológico y los controles fuera de competición. Además, la economía española se desmorona con la misma velocidad con la que explota la burbuja inmobiliaria. Es hora de que Lucas tome la decisión definitiva en su carrera y en su vida. Es hora de que asuma las consecuencias de esa decisión.

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Y con esa frase nos marchamos hacia nuestras habitaciones. Enrique y yo fuimos los últimos en bajar del ascensor. Entramos en la habitación en silencio. Enrique ya había hablado en el salón y, en ese momento, parecía preferir la reflexión individual. Yo ardía por dentro, pero no sabía bien lo que debía decir.

—Tour de Francia, allá vamos —dije justo cuando apagué la luz.

—Optimista, Lucas. Así me gusta.

—¿Tú no eres optimista?

—Digamos que soy realista. Vamos al Tour y nos vamos a dar una hostia bien gorda pero, al menos, dormiremos cada noche. Otros van a arrasar. Y lo peor, son tan descerebrados que encima dormirán a pierna suelta.

—Si la UCI no les caza.

—No, no es la UCI. Esa es la clave. El Tour depende este año de la Federación Francesa por el rollo que se llevan entre los organizadores de las grandes carreras, la UCI y la liga ProTour. Pero eso nos da igual. Lo importante de verdad es que los controles están en manos de la Agencia Francesa de Lucha contra el Dopaje: la AFLD. No olvides ese nombre. Ellos no tienen ningún deseo de mirar hacia otro lado.

—¿Tú crees que eso lo cambia todo? Pienso que será igual que otros años. Al final, es lo mismo: uno mea y los laboratorios lo analizan, ¿no?

—Solo te digo que como anden finos, esto va a ser una carnicería.

CAPÍTULO X

No es difícil correr un Tour de Francia. Lo complicado es llegar a profesionales. Son muchos los niños que empiezan en las escuelas de ciclismo y muy pocos los que firman un contrato profesional. Luego, con paciencia y trabajo, es probable que tu equipo acabe por meterte un año en el bloque del Tour. Sin embargo, en ese verano de 2008 las garantías habían saltado por los aires. No había ningún tipo de seguridad. Vivíamos las guerras entre todos los organismos del ciclismo y, al mismo tiempo, los coletazos finales de la Operación Puerto. En nuestro caso, Gigaset era uno de los que podía participar en el Tour, algo que no todos podían decir y que generaba histeria en las marcas. El mejor ejemplo era el de Astana, posiblemente el más potente equipo para vueltas de tres semanas y descartado por la organización francesa.

El conjunto de Kazajistán pagaba los errores de 2007. Los políticos de ese país habían fichado a Johan Bruyneel como nuevo gerente, aunque nadie podía garantizar que Vinokourov no siguiera moviendo los hilos por detrás. Llevaban tres gestores en tres años demostrando que corrían como un pollo sin cabeza. Habían contratado a Alberto Contador, vencedor del Tour de 2007, como jefe de filas en un bloque en el que también figuraban Klöden y Leipheimer. Eran argumentos de peso. Pero ASO cerró las puertas por lo sucedido un año antes con Vinokourov y Kashechkin. En Francia querían dar una lección de ética y demostrar que no iban a aceptar a nadie dudoso. No había espacio para los tibios y, además, después de dos victorias españolas no venía mal cargarse al principal favorito… español. Pero, sobre todo, estaban cansados de bailar cada año con escándalos y querían cortar los problemas de raíz. El Tour de 2008 tenía que ser el más limpio de la historia. Lo decían siempre que empezaba la carrera, pero ahora estaban dispuestos a tomar todas las medidas necesarias. Otra cosa es si los ciclistas estábamos dispuestos a escuchar ese mensaje.

El caso de Astana y Contador no era anecdótico. Otras figuras como Jan Ullrich, Ivan Basso o Floyd Landis también se quedaron fuera. Pero en sus casos por sanciones, así que no podían llorar. A otros como Tom Boonen se les vetó por un positivo por cocaína en mayo. El control había sido fuera de competición, por lo que el belga no podía ser sancionado desde el punto de vista deportivo. Otra cosa es que hubiera quedado como un idiota. El Tour no le dejó correr. Así de rotundos fueron en su sentencia. Para ello buscaron un artículo de redacción ambigua sobre aquellos corredores que pueden perjudicar la imagen del ciclismo. Fue suficiente para darle una patada en el culo.

La primera curiosidad de la carrera llegó en los controles antidopaje previos al inicio de la prueba. El Tour no confiaba en la UCI y encargó todo el diseño a la AFLD, es decir, la Agencia Francesa de Lucha Antidopaje. Por otro lado, la UCI no confiaba en el Tour ni en la AFLD y no quiso compartir con ellos la información que habían acumulado gracias al pasaporte biológico, así que llegamos a la salida con dos organismos peleándose por hacernos el mayor número posible de controles y de la forma más severa posible, pero convencidos también de la importancia de no compartir información. Eso no fue lo peor. Cuando el Tour entró en Italia para la disputa de una etapa, el CONI, Comité Olímpico Italiano, se unió al circo, por lo que ya teníamos una tercera institución que también se involucraba en la guerra de guerrillas. Así de absurdo era el mundo de aquellos años, con tres organismos en contra del dopaje, pero luchando entre ellos en lugar de luchar contra los tramposos.

En la primera etapa del Tour tuvimos la primera victoria española: Alejandro Valverde levantó los brazos después de un esprint portentoso en el repecho final de Brest. Para mí, no fue una sorpresa. En Talavera había jugado con nosotros como si fuéramos niños, así que lo más lógico del mundo era verle ganando apenas unos días más tarde. Sin embargo, Enrique, que ya empezaba a ser perro viejo, tenía otro punto de vista:

—Se le hará largo. Bórralo de la lista. En Dauphiné volaba, igual que en el campeonato y aquí se repite la historia. No aguantará tanto tiempo en forma. En el fondo, Valverde está echando mano del carácter: no le querían dejar salir en el Tour por sus vínculos con la Operación Puerto y están todo el día amenazándole con sacar la puta bolsa 18, que es la que siempre se intuyó que le pertenecía. Así que ha venido a tope para darles en el morro… pero esto no es como empieza sino como termina. Acabará fundido por esa misma rabia que ahora le hace volar. Ya verás.

—Pues si a Valverde se le hace largo, imagínate a mí —le contesté.

—Tú no te preocupes. Rendirás bien. El trabajo está hecho. Hemos entrenado y, sobre todo, descansado. El hematocrito lo tenemos bien alto y los resultados llegarán. No sueñes con ganar la general. No es nuestro nivel. Pero vamos a cumplir. Seguro. José Luis dice que guardemos fuerzas para el final. Pero prefiero dejarme ver desde el principio. Lo que haga ahora, hecho está. Y nos generará confianza.

Y así afrontó el Tour. Enrique fue protagonista en la primera semana metiéndose en todas las escapadas que pudo e incluso subió al podio como líder de la montaña. Los jefes de Gigaset llamaron a José Luis. Incluso los delegados en Francia y el de Alemania se dejaron caer por nuestro coche para seguir la carrera desde dentro. Todos estaban eufóricos. Y eso relajó el ambiente y las dudas con las que nos habíamos presentado en la salida. En mi caso, aquello me permitió centrarme en un objetivo difícil: disfrutar. Es tanta la tensión y los nervios que son pocos los corredores que saborean la sensación de estar disputando la carrera más importante del mundo. Yo lo hice. Al menos, unos días.

Mis padres se habían decidido a venir a verme. Y también Clara. Habían tenido la feliz idea de alquilar una inmensa caravana y seguirme durante todo el Tour. Aquello me parecía extraño. No me imaginaba a Clara durmiendo en la misma caravana que mis padres, la verdad. Ella estaba acostumbrada a hoteles de cinco estrellas. Pero mi novia era una mujer de muchos registros y, cada vez más, se estaba integrando en nuestra estructura familiar y en un deporte, el ciclismo, que es más de alpargata que de Manolo Blahnik.

De todos modos, ver a la familia en el Tour es casi tan estresante como la carrera. Para empezar, la multitud se arremolina alrededor del bus todos los días y a todas horas. En cuanto sales de esa zona de seguridad en la que se han convertido los autobuses, tienes problemas para dar un solo paso, incluso con la ayuda de los auxiliares. En ese primer momento, buscas con la mirada una cara amiga hasta que localizas a la familia, vas hacia ellos, les das un beso y pronuncias un simple hola mientras estás nervioso pensando en que debes firmar.

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