Testimonios ambos que encierran crueles verdades 74.
Efectivamente, la ausencia de San Martín, cuyo prestigio se hallaba vigorizado por sus acciones heróicas, debía producir desorientación, pesimismo, aplanamiento y un potente desborde de pequeñas ambiciones entre civiles y militares. No bastaba haber jurado la Independencia del Perú, no era suficiente haber instalado el primer Congreso ni haber promulgado la primera Constitución. A la naciente nacionalidad se le presentaban dos graves problemas: la conclusión de la guerra y la perspectiva sombría de un estado caótico. Como veremos luego, la división y la discordia en el seno del flamante Congreso, la inepcia de la Junta Gubernativa, las derrotas de Torata y Moquegua, el golpe militar de Riva Agüero (el primero de su género en la vida republicana), las obsecuencias de Santa Cruz (al apoyar a Riva Agüero) y el personalismo de Torre Tagle (que pensaba más en su ostentación que en el destino de la patria) ofrecían un cuadro negativo, suficiente para engendrar el pesimismo.
Los últimos momentos del Protector en la capital limeña los pasó en compañía de su amigo y confidente el general Tomás Guido, natural de Buenos Aires. Precisamente ante los reclamos insistentes de su fiel compatriota para que desistiera de abandonar el Perú, San Martín le expresó:
Aprecio los sentimientos que acaloran a usted, pero en realidad existe una dificultad que no podría ya vencer, sino a expensas de la suerte del país y de mi propio crédito; y a tal cosa no me resuelvo. Le diré a usted con franqueza: Bolívar y yo no cabemos en el Perú. He penetrado en sus miradas arrojadas y he comprendido su desabrimiento por la gloria que pudiera caberme en la prosecución de la campaña. Él no excusaría medios, por audaces que fuesen, para penetrar en esta República seguido de sus tropas; y quizá entonces no me sería dado evitar un conflicto a que la fatalidad pudiera llevarnos, dando así al mundo un humillante escándalo. Los despojos del triunfo a cualquier lado que se inclinara la fortuna, los recogerían los maturrangos, nuestros implacables enemigos, y apareceríamos convertidos en instrumentos de pasiones mezquinas. No seré, yo, mi amigo, quien deje tal legado a mi patria; prefiero perecer antes que hacer alarde de laureles recogidos a semejante precio. ¡Eso no! Entre, si puede el general Bolívar, aprovechándose de mi ausencia, si lograse afianzar en el Perú lo que hemos ganado, y algo más, me daré por satisfecho; su victoria sería de cualquier modo victoria americana… (Citado por Giurato, 2002, t. II, p. 146)
Patético y profético testimonio que no requiere de comentario adicional alguno 75.
Para concluir, juzgamos de toda justicia histórica reproducir el mensaje de despedida que San Martín pronunció en el seno del Congreso Constituyente el día de su instalación, que fue el mismo de su dimisión. Dice:
Presencié la declaración de los Estados de Chile y del Perú; existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el Imperio de los Incas y he dejado de ser hombre público, he aquí recompensados con usura diez años de revolución y de guerra. Mis promesas para con los pueblos que he hecho la guerra están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de los gobiernos. La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es terrible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano. Sin embargo, siempre estaré dispuesto a hacer el último sacrificio por la libertad del País, pero en clase de simple particular y no más. En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas (como en lo general de las cosas) dividirán sus opiniones: los hijos de éstos dirán su verdadero fallo. Peruanos: os dejo establecida la representación nacional. Si depositáis en ella entera confianza, cantad el triunfo, si no, la anarquía os va a devorar. Que el acierto presida vuestros destinos, y que estos os colmen de felicidad y de paz. (Citado por Puente Candamo, 1971, p. 76)
2.2 El primer Congreso Constituyente
La etapa previa a la instalación de esta magna Asamblea, estuvo revestida de una serie de circunstancias (dificultades, desencuentros, malquerencias e incertidumbres) que bien vale la pena registrar, aunque sea de manera sucinta, en las páginas que siguen.
Cuando San Martín convocó al Congreso Constituyente por decreto de 27 de diciembre de 1821, la libertad del Perú era todavía sumamente precaria porque, aparte de Lima y de las provincias del norte que habían proclamado la Independencia, el resto del territorio peruano no reconocía otra autoridad que la del altivo virrey La Serna, instalado en el Cusco desde el mes de julio de ese mismo año en que evacuó la capital limeña, dejándola en manos del Ejército Libertador 76. No obstante —como ya se señaló— el general San Martín, cumpliendo su promesa a los pueblos del Perú, creyó necesario reunir una Asamblea Constituyente que estableciera las bases democráticas y jurídicas del nuevo Estado a través de la Constitución que más se ajustara a la realidad del país. Y suponiendo que para el año siguiente la guerra habría terminado, fijó el 1 de mayo como fecha de instalación del primer Congreso Constituyente del Perú. Dice Porras (1974): “Una revolución sin Asamblea Constituyente debió parecer a los patriotas de 1821 (admiradores entusiastas de la Revolución Francesa) desairada e incompleta. Fue por eso anhelo unánime, desde la proclamación de la Independencia, la convocatoria a un Congreso Constituyente” 77(p. 54).
La tarea, infortunadamente, no fue fácil. ¡Qué iba a serlo! El fantasma de la guerra complicaba el panorama en direcciones múltiples. Convocar a los pueblos para que contribuyeran a elaborar la primera Constitución, equivalía a pensar en la norma teórica cuando el drama del Perú exigía que se resolviera, primero, la acción militar. Los próceres se dieron cuenta, sin embargo, que era indispensable organizar el órgano popular de la soberanía a fin de que el pensamiento político (que se había decidido por la República) adoptara la forma de una naciente democracia. En el mencionado mes de diciembre de 1821 los pueblos fueron convocados para constituir el primer Congreso del Perú, bajo el designio de “establecer la forma definitiva de gobierno y dar la Constitución que mejor convenga al Perú, según las circunstancias en que se hallan su territorio y su población”. Consecuentemente, los poderes conferidos por los pueblos a sus diputados se ajustarían a ello, exclusivamente, y serían “nulos los actos que se excedieran de aquéllos”. El entusiasmo popular —dice Leguía y Martínez (1972)— debió suplir los inconvenientes de la dura realidad. Los hombres, que por primera vez hablaban de libertad sin los parámetros del régimen colonial, se disponían a votar y elegir.
¿Qué sentimientos embargaron a San Martín y a Monteagudo cuando firmaron el decreto de convocatoria a elecciones? No es difícil suponerlo. Se trataba de uno de los primeros actos legales (y formales) para organizar el nuevo Estado, lo que por sí encerraba una enorme carga emocional para sus animadores. Las emociones de ambos personajes debieron fluctuar íntimamente entre la esperanza y el pesimismo, entre el entusiasmo y la percepción de inestabilidad de las cosas que el futuro de por sí depara.
Las generaciones venideras apreciarán el valor que tiene el pensamiento de convocar el primer Congreso en la historia del país, y fijar su instalación para el mismo día en que se celebre el primer aniversario de ese acto memorable, que puso la muerte por barrera entre nosotros y la tiranía, como único medio que nos resta entre ser esclavos o libres. (Decreto del 27 de abril de 1822 firmado por San Martín)
Читать дальше