Todas esas evoluciones consisten, cada una a su manera, en reinventar sistemas de valores y de elecciones paradigmáticas y/o en suscitar regularidades sintagmáticas. Retomando dos casos de formas de vida propias de los románticos, se podría decir que « le vague à l’âme » [«nostalgia del alma»] corresponde a un movimiento hacia el tipo (1), donde un compromiso en el curso de una acción y un recorrido sintagmático cuya forma comienza a emerger siempre encuentran la imposibilidad de hacer selecciones en el plano del contenido. E, inversamente, se diría que el «hastío» corresponde a un movimiento hacia el tipo (2), donde la capacidad recobrada de hacer selecciones de contenidos se estrella con la imposibilidad de reconocer recorridos sintagmáticos susceptibles de portarlos: el curso de vida no recibe entonces más que una expresión informe.
El asombro (la sorpresa y la estupefacción), la carencia (espera o nostalgia), la plenitud (que desmoviliza o que amenaza) y el nosentido (asumido o rechazado): he ahí algunos de los estados de alma fundamentales formados a partir de las imperfecciones de la vida 10.
En los casos (1) y (2), la imperfección se debe a la diferencia y a la tensión inversa entre la ausencia y la presencia, tensión en la que uno de los planos, al ser percibido como presente, puede servir de dimensión de referencia para una compensación del segundo plano; ese tipo de situación ofrece una perspectiva de orientación dinámica, propicia para las transformaciones narrativas. En los casos (3) y (4), la presencia o la ausencia pueden (i) variar en intensidad o en cantidad cada una aisladamente, (ii) o bien intensificarse o debilitarse mutuamente. En el primero (i), somos llevados a «reinventar» en cierto modo, ya sea el «asombro» (caso 1), ya sea la «carencia» (caso 2). En el segundo (ii), se buscarán los diversos puntos de equilibrio posibles de una situación global que resulta del no-sentido y del absurdo.
El resultado de esta primera tipología puede ser sintetizado en el diagrama siguiente, que se basa en el principio de la tensión entre los grados de presencia y de ausencia sobre los dos planos de la expresión y del contenido.
SEGUNDA PARTE
Las formas de vida están fundadas, entre otras determinaciones, en los regímenes de creencia que las caracterizan. Hemos planteado ya por principio ( supra , capítulo I de la primera parte de este libro) que las formas de vida responden a un régimen de creencia global, que las distingue de otros tipos de semióticas-objetos y de otros planos de inmanencia, a saber, un régimen de creencia de «identificación durable», la creencia, en suma, en una posible persistencia del curso de vida, a condición de que se puedan identificar una o varias formas de vida.
Puesto que esa creencia es justamente la que nos hace perseverar, está sometida a las interacciones entre las formas de vida que adoptamos y aquellas que hacen presión para imponérsenos. Ella debe de algún modo gestionar confrontaciones, traspasar conflictos, negociar equilibrios entre relaciones de fuerza, y adaptarse a ellos si no en permanencia, por lo menos periódicamente. Si perseverar es el corazón axiológico de las formas de vida, la creencia está a la búsqueda de los ajustes y de los equilibrios sucesivos que garantizan la persistencia del curso de vida.
Más generalmente, ninguna forma de vida puede ser captada como un islote formal, ni siquiera provisional. Aislar una forma de vida, incluso para analizarla, es privarla de una de sus propiedades decisivas: la conflictualidad. Una forma de vida no es una forma de perseverancia sino en la diferencia y en la confrontación no solo con las soluciones concurrentes, sino ante todo y en general con todo aquello que pueda alimentar la contraperseverancia. Para reconocer una forma de vida como susceptible de sostener un curso de vida, y de darle sentido, es necesario que sea elegida entre alternativas axiológicas. Una forma de vida existe, pues, por definición, en la confrontación y en la comparación con otras. Y una forma de vida debe permanecer en capacidad de ser transformable en otras formas de vida.
Una forma de vida que estuviera aislada no sería más que una ideología, y una ideología no es un principio de organización interno de un curso de vida. Una ideología es un principio de control o de programación externo que se impone al curso de vida colectivo, y que no permite que este último se constituya en una semiosis dotada de un plano de la expresión y de un plano del contenido. Para ser y seguir siendo una semiótica-objeto plenamente significante, cada forma de vida se destaca sobre el fondo de todas las demás, que quedan relegadas en el trasfondo, aunque siempre dispuestas para imponerse de nuevo. Las formas de vida no pueden existir si no están estratificadas, confrontadas , si no se pueden oponer las unas a las otras , y si no están en movimiento unas con relación a las otras en la profundidad de esa estratificación.
Por esa razón, creer en una forma de vida difícilmente proporciona la fe del carbonero. Las formas de vida aparecen en conflicto y en discordia con las formas de vida dominantes e impuestas. En esos casos, irrumpen sin concesiones, y con frecuencia sin porvenir. Cohabitan igualmente con otras formas de vida, regulan las tensiones con frecuencia por denegación, y a veces de mala fe. Pero pueden también buscar un compromiso durable o el equilibrio de la justa medida, y entonces son resultado de concesiones. En fin, según las grandes tendencias económicas y políticas que les sean contemporáneas, tentativas, insidiosas o brutalmente totalitarias, pueden sufrir de reducción a una sola de entre ellas o a una tipología fijada por la ideología.
Entre (a) la emergencia repentina y polémica, (b) las contradicciones y las alianzas paradójicas y desafortunadas, (c) las concesiones y los compromisos, o (d) los acuerdos impuestos y reductores, vemos que se pretende intervenir en los principales momentos de esas confrontaciones entre formas de vida. En cada uno de esos momentos, sus diferencias son a su turno (i) brillantes y espectaculares, (ii) atenuadas pero no anuladas, (iii) internalizadas y enmascaradas, (iv) neutralizadas y fijadas. Cada uno de esos momentos conjuga un reglaje de la intensidad de confrontación (fuerte o débil) y un reglaje de la localización del conflicto (confinado o generalizado): una estructura tensiva, al parecer, se diseña. Volveremos sobre esto.
El estudio de las confrontaciones entre las formas de vida será, pues, el de las provocaciones y el de las emergencias (de ahí la vuelta al estudio del beau geste [el bello gesto]), el de las cohabitaciones paradójicas (y a sus efectos de mala fe bajo la presión de la «competitividad»), el de las soluciones concesivas (por ejemplo, en la exigencia de una inaccesible «transparencia») y el de las tentaciones contemporáneas de fijación tipológica (a propósito de los «medios» mundializados).
Ante la labilidad y el complejo entrelazamiento de los regímenes de creencia que se nos ofrecen, las formas de vida proponen en cierto modo estructuras de acogida que las estabilizan por asociación congruente con otras propiedades semióticas, o que les plantean alianzas de compromiso, o soluciones para asumir o no asumir sus contradicciones, o que, por el contrario, radicalizan sus incompatibilidades e invitan a hacer elecciones sin concesiones.
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