Virginia Yep - Sin banda no hay fiesta
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Wolfgang Suppan (1984: 497-510)
Alo largo de su historia, muchos de los hoy llamados “países emergentes” tuvieron que resaltar detalles “exóticos” de su cultura para conseguir la atención de los países económicamente más fuertes. En el campo de la arqueología, la historia, la gastronomía, las artes populares y, en especial, en el campo de la música, estos detalles revelan solo un aspecto de la cultura de la que provienen; sin embargo, tienden a ser fijados, totalizados y convertidos en clichés, cuyos alcances pueden ser, ciertamente, inconmensurables. Hasta hace unos 10 años, el cliché más común en el rubro de la música fue la “música andina”, cliché que fue usado especialmente en el negocio turístico; actualmente, la música afroperuana y la tecno-cumbia pugnan por ocupar ese lugar preferencial en la totalización de su condición como expresiones musicales del Perú, país cuya enorme riqueza y variedad musical no siempre es mostrada ni comprendida en toda su dimensión.
En la costa norte del Perú, específicamente en el Bajo Piura, las estructuras sociales aún determinan la práctica musical. Nos topamos con una música que no forma parte del ciclo vital ni del agrario y que no es espontánea; entonces, si nos preguntamos, ¿qué es lo especial en la música del Bajo Piura?, la respuesta indudablemente tendrá que ver con su valor irreemplazable en el entretenimiento, en las procesiones religiosas, en las paradas militares, etc., un valor de gran significado para la vida del pueblo, porque es la música que rompe la rutina diaria: las bandas.
En el Bajo Piura llamaron mi atención en primerísimo plano estas bandas u orquestas de vientos cuyos integrantes –todos varones– se definen como músicos profesionales; y en segundo plano, los músicos criollos, que tocan música en su tiempo libre y fuera de todo contexto religioso. Ambos términos, “bandas” y “criollos”, se remiten a categorías semánticas distintas. Mientras “banda” significa orquesta de vientos, “criollo” alude a un determinado grupo social. A pesar de esta disparidad en la terminología, utilizaré ambos términos paralelamente por corresponder al lenguaje coloquial en el Bajo Piura. A pesar de que los criollos representan una minoría, comparo su música con la de las bandas, ya que ambos grupos determinan la vida musical del Bajo Piura. Por ello, es importante establecer las diferencias y similitudes entre ambas conformaciones y su repertorio.
Las siguientes interrogantes serán el hilo conductor de mi trabajo: independientemente de que toquen un tondero, una marcha o un valse, los bajopiuranos conocen solo un término: banda. ¿Cuáles son los elementos musicales para subordinar, por ejemplo, estos tres géneros, en un solo término? En la banda, los músicos usan instrumentos europeos, tocan con partitura, tocan marchas y dan una imagen militar europea; ¿a qué se debe, pues, que mostrando estos elementos tradicionales aparentemente ajenos, todos afirmen que la banda “es la música más típica aquí”, y que esta se defina en suma como la música del Bajo Piura? Otras preguntas surgen para ayudar a responder la pregunta central, como: ¿en qué contexto y espacio se presentan las bandas?, ¿cuáles son las características musicales de la música de la banda? y ¿cuál es la relación de esta con la música de los criollos? La llave principal para responder a estas preguntas la dará el análisis musical.
Primera parte
“Aquí, Catacaos, es tierra de músicos”: la música del Bajo Piura en su contexto
Cuando, en mi afán de entender mejor el desarrollo musical en el Bajo Piura, preguntaba por los primeros indicios de su música, recibía indistintamente una de estas dos respuestas: “pero, eso es de siempre, ya se sabe”, o “eso ya nadie sabe”, afirmaciones ambiguas que concluían con la frase “aquí, Catacaos, es tierra de músicos” 1.
Al hacer la misma pregunta a los músicos en Catacaos, se sumaban a esta respuesta dos informaciones constantes: la primera se remite a la conformación arpista-cantor-golpeador, concentrada en el tondero, y en la que el golpeador marcaba el acompañamiento rítmico sobre la caja de resonancia del arpa; posiblemente, este conjunto fue muy difundido antiguamente en Catacaos, pues muchos cuentos y leyendas lo mencionan (ver Espinoza León 1991); pero lamentablemente, yo no encontré alguno. La segunda mención se refiere a las cumananas o cantos de desafío, una tradición que se sigue cultivando en Morropón, aunque cada vez menos, y que dejó una huella en el repertorio de los criollos en el Bajo Piura: el triste, el tondero y el golpe de tierra llevan gran influencia melódica de la cumanana. En Morropón pude entrevistar y escuchar a Nicanor Sandoval y a Darío Cruz, grandes cultores de la cumanana, cuyos cantos me remontaron a la novela Matalaché (1928), en la que Enrique López Albújar (1872–1966) describe magistralmente el arte de los cumananeros. A pesar de la escasez y austeridad de la información, constaté que en algo estaban de acuerdo los músicos de la banda: tanto el conjunto arpista-cantor-golpeador como los cumananeros fueron cayendo en el olvido a consecuencia del éxito de las bandas (Chero, 1995).
Hurgando un poco más, pude comprobar nuevamente dos cosas: que la tradición oral se concentra en la narración de historias y poco alude a la música, y que la práctica musical actual muestra pocos rastros del pasado. Curioso resulta, sin embargo, que a nadie se le hubiera ocurrido remitirme a una manifestación musical muy antigua y aún vigente, que, además, tiene que ver con los instrumentos de viento, y con la cual me topé de pronto en la puerta de la catedral el Viernes Santo: dos “santos varones” de la Cofradía del Santo Cristo, tocando con unas delgadas flautillas de carrizo, llamadas “tutiros”, una melodía alternada con redobles de un tamborcillo. Esta música sonó y resonó durante el Viernes Santo (ver Cruz 1982:76 y Anexo 1).
Es innegable que la música en el Bajo Piura está en relación directa con los quehaceres religiosos y festivos y que la religiosidad popular encuentra en las fiestas una expresión propia (ver Franco 1981 y Crumrine 1986); a su vez, las bandas están en relación estrecha con las organizaciones religiosas de la zona, su mejor clientela, las que han contribuido a su protagonismo en la vida musical del Bajo Piura y a reforzar el “aquí, Catacaos, es tierra de músicos”. Bandas y criollos, a pesar de representar dos grupos sociales distintos y llenar necesidades musicales distintas, comparten un género común: el tondero, cuyo análisis en sus dos versiones demostrará la polaridad entre ambos. Ni el triste ni la marinera estarán considerados en el análisis. Aunque el triste es igualmente representativo de la zona, tiene un carácter muy libre, muchas veces solo es cantado y no forma parte del repertorio de las bandas; la marinera, por su gran variedad regional en todo el Perú, sería un tema de investigación para otra tesis.
Usaré los siguientes términos musicales en forma extensiva, por corresponder al uso coloquial en el Bajo Piura: “partitura”, para referirme al papel escrito con la notación musical que cada músico usa para tocar (es decir, lo que llamaríamos en música “particella”); “Bajo”, escrito con mayúscula, para referirme al instrumento; y bajo, escrito con minúscula, para referirme a la función armónica.
Capítulo 1
Leyendas, religiosidad y música. Antecedentes histórico-culturales
Mi San Juan, el patrón de Catacaos, San Miguel, de mi Piura señorial, el sol está que requema en las arenas del Piura, este sol incandescente del desierto de Sechura.
De Arenas , tondero de Segundo Campoverde
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