Julio Hevia Garrido Lecca - Lenguas y devenires en pugna

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Esta obra presenta una serie de conceptos con que la posmodernidad cuestiona el funcionamiento de las esferas del poder, y aborda diversos casos donde se tensan y convergen las lenguas dominantes con las prácticas y usos menores que la resisten. La descripción de los fenómenos abordados, y las confrontaciones interdisciplinarias en que se apoya el texto, se ven facilitadas por su tono ensayístico.

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De otro lado Freud, luego de haber confiado en su teoría de la seducción como pivote explicativo ante el discurso histérico, optó en su trabajo clínico por dejar entre paréntesis esa noción e insertar, en su lugar, el célebre trauma inconsciente. Luego de ello se pudo entregar abiertamente a la sustancial tarea de capturar las ramificaciones y distorsiones manifiestas de dicho trauma , y aplicar ahí el bisturí de la interpretación psicoanalítica (Laplanche y Pontalis, 1977: 467-71, 209-11). En tal movimiento el padre del psicoanálisis no sólo adelgaza el valor de lo manifiesto , y enfatiza lo reprimido-latente , sino que además descarta el peso de los otros reales para incidir en las resonancias que, en un sujeto inconsciente , dejan aquellos.

Más globalmente se sabe que la semiótica y el psicoanálisis, bajo el aura de un Greimas o un Lacan, fieles a sus textos o a sus discursos se esforzaron en rescatar, debajo de aquéllos, o al lado de éstos, semas y significantes que a manera de vehículos ad hoc permitieran que nos aferremos a los recorridos del sentido o a las pulsiones del deseo . Dicho de uno u otro modo, en una u otra jerga: planos profundos, dimensiones de base o estructuras primigenias, éstas debían ser inevitablemente, una y otra vez, reconquistadas, recargadas, puestas a buen recaudo. Y si es cierto que el proceso primario sólo cobra valor en la terapia psicoanalítica en tanto materia princeps a ser esculpida, o enigma a ser traducido para y en el proceso secundario , cobra plena vigencia aquello de que no se trata de interpretar al inconsciente sino de permitirle producir ; que no se trata de encontrarlo sino de construirlo (Deleuze y Guattari, 1973: 11-42; 1988: 285).

No faltan las demostraciones que revelan hasta qué punto la sesión analítica puede convertirse en un diálogo de sordos o en un paralelo delirante entre regímenes discursivos irreductibles (Laing, 1983: 70-3; Deleuze y Parnet, 1980: 92-3). Mientras que, en otra línea, Goffman ha sabido detectar la destreza y plasticidad con que los internos de un hospital psiquiátrico devuelven a médicos y enfermeras el ritual que éstos le destinan a aquéllos: el estigma se torna, en estos casos, identidad y el artificio, naturaleza (Goffman, 1972). Incluso este autor se plantea no tanto la necesidad de ubicar divergencias o desvíos como opositores de una norma abstracta, sino más bien inventariar los grados de divergencia posibles en un orden social dado o, para decirlo en sus propios términos, caracterizar más que las divergencias poco habituales que se apartan de lo corriente , las divergencias corrientes que se apartan de lo habitual (Goffman, 1970: 149).

Si de pragmáticas se trata, habrá que recordar que no sólo están las que se despliegan bajo la lupa de la observación oficial, sino también las que concretan los propios especialistas, observados a su vez. Se trata de un conjunto de efectos que tales agentes, más protagónicos de lo que su supuesta neutralidad les hace creer, destilan en su propia labor. Toca pues sopesar, en medio de los escrúpulos y las resistencias clásicamente esgrimidos por los estrategas del saber, el modo y grado en que la presencia del investigador, con su química y física particulares, limitan , sesgan y en el límite, transforman la calidad de la observación. Cuestionamiento medular, entonces, de la neutralidad de la técnica y del llamado tratamiento objetivo de los datos. Hénos aquí, confrontados ante el principio de incertidumbre que Heisenberg desde la física cuántica anunciara. Tal llamado permite entonces, recortar de modo menos iluso los umbrales y paradojas a los que el deseo investigativo no podría dejar de someterse (Ibáñez, 1986: 71-4), salvo que se aferrara a la política del avestruz.

En tal sentido Nadel, confrontado a la imposibilidad de eximir al antropólogo de juicios de valor y de subjetividades condicionadas desde el origen, propuso que las investigaciones aprendan a nutrirse, en vez de sentirse contaminadas, de las marcas con que el informante destila sus enunciados así como del particular perfil que el investigador principal comporta. A este último dispositivo Nadel le llamó ecuación personal , aspecto que al ser “culturalmente” integrado en el balance de la exploración permitiría entrever la manera mediante la cual el antropólogo recorta , sustrae y potencia ciertos rasgos o acontecimientos de un mundo que se desplaza ante su mirada , y que él, recíprocamente, desplaza con su propia mirada (Marzal, 1996 V.III: 161-2).

Tales temáticas anticipan la encendida polémica del Etic-Emic que dividiera a los antropólogos norteamericanos a partir de los años sesenta y cuyos planteamientos más audaces dan cuenta de la necesidad de transformar al participante original en observador familiarizado, en vez de procurar más artificiosamente convertir al observador distante en participante súbito (Geertz y Clifford, 1991). A propósito de lo mismo, aunque centrándose en las técnicas de grupo, se han adicionado las nociones de preceptor (Ibáñez, 1979) o de prescriptor (Canales y Peinado, 1995) que, a diferencia del moderador o del monitor tradicionales, destacan la necesidad de que aquel que conduce al grupo se constituya como un dispositivo propiamente dicho, operador suficientemente plástico como para reajustarse a las variantes del discurso que contempla y del que además es parte constitutiva .

Ni siquiera los espectaculares presupuestos que las ciencias duras solicitan –para acelerar las partículas, por ejemplo– consiguen dejar de lado las variantes microscópicas , las diferencias milimétricas , los saltos infinitesimales dados entre una experiencia y su esforzada repetición. Combatientes fantasmales, todos ellos, encargados de trastocar, más allá de toda prueba, el artificio experimentalista. Desmitificación de una visión que se pretende abstracta y de la abstracción a la que esa visión se ve impelida: ideal hegeliano cuyas huellas textuales han sabido detectar los llamados posmodernos (Derrida, 1991: 129-30). En esa misma línea de trabajo parece encontrarse Escohotado cuando al caracterizar el real-ideal de la ciencia de Galileo y la de Newton, demuestra el pavor con que la logometría huye del caos en general o de todas las bifurcaciones irrepetibles (Escohotado, 1985).

La retracción hacia un campo cerrado , luminosamente prometedor, el desplazamiento hacia aquello que se celebra como inteligible y profundo , e incluso inteligible por profundo, supone desde ya la prejuiciosa supresión de las superficies mutantes , calificadas en masa y sin lugar a dudas, como superficiales . Con la superficie se aborrece automáticamente el cuerpo y el espectro dinámico que lo caracteriza, reservando las variantes posturales y las transiciones gestuales para su ulterior inclusión en la remota esfera del juego , de la danza y el teatro . El monopolio de las técnicas diegéticas y miméticas parece establecerse allí donde lo lúdico y lo artístico fueron elevados, para separárseles y desactivárseles mejor. Se sabe que la admiración funciona a manera de defensa: es la agresividad de la que los ideales se tornan soporte. Sólo se envidia a los más próximos , afirmaba Faulkner, pues a los distantes nos limitamos a admirarlos (Faulkner, 1985: 83). O, para decirlo con Derrida, compete a la admiración neutralizar los resentimientos (Bennington y Derrida, 1994: 35).

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