Julio Hevia Garrido Lecca - Lenguas y devenires en pugna

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Esta obra presenta una serie de conceptos con que la posmodernidad cuestiona el funcionamiento de las esferas del poder, y aborda diversos casos donde se tensan y convergen las lenguas dominantes con las prácticas y usos menores que la resisten. La descripción de los fenómenos abordados, y las confrontaciones interdisciplinarias en que se apoya el texto, se ven facilitadas por su tono ensayístico.

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Afortunadamente Nietzsche tuvo la iniciativa de poner en vitrina los devenires apolíneos , recuperando ahí el valor múltiple que las máscaras encarnan (Vattimo, 1989). Supo, de esa manera, devolverle a la humanidad el efecto histriónico-estético que es consustancial a su existencia corporal. ¿Qué habría de más humano que el trucaje y la simulación ? Recordemos, con el filósofo de los aforismos, que en los simulacros se replica a lo real, siendo la simulación el signo mismo de la pretendida apropiación que el hombre procura de la naturaleza. Transitando entonces de la analogía a la variación , de la reproducción a la desviación , las colectividades van imprimiendo sus huellas sobre cada objeto utilizado, dejando sus marcas sobre cada acto civilizatorio. La simulación encarnaría lo falso como potencia (Deleuze, 1989: 265-71). Actuar supondría operar una máquina ; espectacularizar equivaldría a invocar dobles autónomos, personajes vivos, fuerzas desmontables.

De ese cuerpo , hecho de flujos, opuesto al organismo que los poderes estatales le fabrican inefables; de esa combinatoria flexible en cuya momentánea intersección nos encontramos y que la administración orgánicoinstitucional insiste en encasillar ; de esa fuerza indisciplinable e impredecible se suelen desconectar, contradictoriamente, el antropólogo foráneo y el psicoanalista nativo. El primero sorprendiéndose con la excentricidad que observa conscientemente en el otro –y que encarna inconscientemente para ese otro–; y el segundo, pretendiendo salvar el escollo de la tentación contratransferencial que la alteridad del analizante constantemente le provee. No son esos, por cierto, los alcances que un Foucault le adjudicaba a la etnografía y al psicoanálisis cuando, catalogándolas como contraciencias , recordaba que eran las únicas disciplinas que solían encontrarse, por su misma praxis, con los límites del saber humano, o si se quiere, con sus reversos: la ley, el deseo, la muerte (Foucault, 1968: 362-5).

Distingamos planos: una cosa es asistir a la revelación que un acontecimiento supone, otra encararlo hasta sus últimas consecuencias; una cosa es el modo como Malinowski, por ejemplo, creyó haberse ganado la confianza de los nativos, otra el grado en que éstos incorporaron la intrusión del observador (Marzal, 1996 V.III: 48-56). Más concretamente: una cosa es lo que el psicoanálisis y la etnografía pueden permitir, en términos puros, y otra lo que el psicoanalista o el etnógrafo , a título particular, hacen con lo que encuentran. Los acontecimientos , como recuerda Derrida, se suceden una y otra vez, siendo esa característica, precisamente, la que les da valor de acontecimientos (Bennington y Derrida, 1994: 38). Súbitamente catastróficos o propagándose imbarajables (Deleuze y Parnet, 1980: 77), los acontecimientos desmoronan los pronósticos y desafían la previsión. Bion ha señalado, a propósito de la mentalidad de grupo , que es preciso aceptar la conjunción constante de datos, pues éstos suelen aparecer, como Hume dijera, singularmente unidos (Grinberg, Sorg y Tabak de Bianchedi, 1976: 21). Podemos ahora preguntarnos sobre los particulares cortes epistémicos o metodológicos, que cada época y disciplina ha impuesto sobre los acontecimientos del entorno, al punto de fabular lo inexistente y negar lo indiscutible, por respeto a las consignas del caso.

Recordemos que, desde el siglo XIX, los imperios de ultramar movilizaron a sus especialistas de la sociedad y a sus exploradores de la cultura, a fin de que registren lo que hoy llamamos sincretismo , aculturación o transculturación . Los poderes de turno nunca fueron ajenos a los saberes alternativos o a sus afanes libertarios. De ahí que, según las coyunturas y posibilidades, el estudio del “ otro ” antropológico tendiera a orientar las fuerzas de los ayudantes y de los oponentes; aspirara a diluir o a negociar ; procurase imponer o concertar las políticas en juego (Marzal, 1996 V.III: 13-40; Valles, 1997: 21-46). He ahí, agregamos, el obligado itinerario que los expansionismos van a cumplir.

Es curioso que huyendo hacia el Tercer Mundo la población turística de los países avanzados suela reconocerse, vía la diferencia , consigo misma: es la opinión de Baudrillard, quien incluso llama la atención sobre el hecho de que las fotos premiadas en los grandes eventos internacionales suelen tener como objetivos a indígenas, niños hambrientos o víctimas de genocidios bélicos y catástrofes naturales (Baudrillard, 1990: 153-63). Tal identificación por oposición , tal fascinación por lo ajeno, todo ese conjunto de efectos narcisísticos secundarios, encuentra su proceso inverso en las oleadas migracionales con que los hemisferios subdesarrollados perturban turísticamente y alivian económicamente, a las realidades más avanzadas. Al ser interpelado por residir en California, G. Gómez-Peña, editor chicano de la revista bilingüe La línea quebrada/The broken line , se explicaba del siguiente modo:

“Me estoy desmexicanizando para mexicomprenderme”. E inmediatamente, a propósito de la imagen que tiene de sí, agregaba: “Posmexica, prechicano, panlatino, transterrado, arteamericano..., depende del día de la semana o del proyecto en cuestión” (García Canclini, 1989: 301-2).

Volvamos al tema de las superficies y a la superficialidad que clásicamente se le atribuye: ¿Es casual el precario interés que la sociedad y las ciencias del hombre han mostrado en esa impronta que perfila nuestros desplazamientos y nuestras parálisis, la insignificante atención que recae sobre la fluidez o la incertidumbre expresiva? ¿Es pura coincidencia la negación de las posturas y desplazamientos que suelen caracterizarnos, la escasa reflexión invertida en las velocidades y lentitudes que encarnamos diariamente? Hay un origen y un proceso social que se llevan inextricables en el cuerpo ; anatomía socializada que capitaliza el gesto y el andar ; intersección escénica de tiempos y territorios biográficos (Bourdieu, 1991: 70, 92, 250, 342, 373, 385, 389, 472, 483-5). Auténtico capital cultural del que las nuevas clases altas, y todos los arribismos sin pedigree , difícilmente consiguen sustraerse. Se trataría, pues, de levantar un geoanálisis (Deleuze y Parnet, 1980: 145), que permita hacer el recuento de los movimientos con que desterritorializamos el entorno y, en virtud de los cuales somos, paralelamente, reterritorializados . De ese modo es posible certificar el peso que acusan los cuerpos y los despliegues gestuales en el modo de hacer rostro , de ser rostro , de rostrificar (Deleuze y Parnet, 1980: 22-3; Deleuze y Guattari, 1988: 173-94, 299-301; Deleuze, 1984: 131-50).

Demás está señalar que con esos recursos no sólo somos percibidos por el otro, sino que es a través de ellos que percibimos, paralelamente, a los demás. Para decirlo a la manera de Goffman, no hay modo de que sujeto alguno se exima de sufrir, en carne propia, lo que el autor llama divergencia , máxime si se considera que la vida social expone a cualquiera a ser ridiculizado, avergonzado, calumniado. En efecto, por probabilidades todo sujeto será descubierto en su zona más frágil; alcanzado en el secreto que más celosamente guardaba, a propósito de ese pequeño detalle o de ese mínimo defecto que atesorara como una pieza de máximo valor (Goffman, 1970: 148 y 150). A propósito de los defectos , Max Hernández, psicoanalista peruano, señalaba alguna vez que la gente puede pasar de vivir con ellos a vivir para ellos. Reconstruyamos un itinerario posible de tal anomalía: preocupación por la mirada ajena, anticipación del descubrimiento y encubrimiento anticipado del defecto, todo ello a fin de defenderse de la propia fragilidad.

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