Julio Hevia Garrido Lecca - Lenguas y devenires en pugna

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Esta obra presenta una serie de conceptos con que la posmodernidad cuestiona el funcionamiento de las esferas del poder, y aborda diversos casos donde se tensan y convergen las lenguas dominantes con las prácticas y usos menores que la resisten. La descripción de los fenómenos abordados, y las confrontaciones interdisciplinarias en que se apoya el texto, se ven facilitadas por su tono ensayístico.

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Esa es, incluso, la diferencia que el cuento revela entre la competencia , presuntamente admirable, del detective Dupin, y la inoperancia del cuerpo policíaco respecto del escondite que el ministro ha elegido. No se trata de buscar , sino de encontrar dirían Deleuze y Guattari. La policía buscaba no la carta, sino el sobre que debía contenerla; no el texto sino su envoltura , e incluso, peor aún, una envoltura intacta; no lo que brillaba ante sus ojos sino el inefable “escondite”. El ministro jugaba, inversamente, a la mostración pública, aunque retocada, del objeto. Aquél personaje procedía entonces, con una política, si se quiere anti-paranoica que sólo Dupin iba, irónicamente, a desenmascarar. Todo ello merced a un trabajo para el que las llamadas abducciones de Peirce parecen ideales (Peirce, 1987).

Y tratándose de mecanismos de control, no estará demás recordar que la inmensa mayoría de ellos son sólo variantes actualizadas de aquél panóptico que imaginara y concretara Bentham a fines del siglo XVIII, y cuyos efectos aún se hacen sentir (Foucault, 1992: 199-230). He ahí el eje que liga al vigía con toda la hipervisibilidad y omniubicuidad que le ha sido regalada; he ahí el riguroso dominio que aquél alcanza sobre unos objetos plena y generosamente exhibidos; estrategias que se reconstituyen en espacios diversos, y en nombre de múltiples regímenes discursivos. Bastaría señalar que en los ámbitos familiares suelen detectarse, sin demasiado esfuerzo, instrucciones escolares , restricciones penitenciarias , prohibiciones hospitalarias , bajo el pretexto de una adecuación futura a las exigencias laborales .

Tales préstamos (constantes, súbitos, retroalimentados), tal circuito (siempre actualizado), tal transitividad (hecha de canjes y equivalencias) tornaría legítimo hablar de un panoptismo generalizado. En este sentido el voyeurismo clásico (aquél que se ejercita por la ventana y al que la cinematografía supo otorgar suspensos espectaculares y placeres sublimes) no pasaría de constituir una versión subalterna , una traducción restringida a la comarca erótica, del afán más amplio por suscribir dominios, a través de la mirada . El negativo de tal operación se registra, claro está, en la renuencia a someterse al efecto inverso: no querer ser vigilado, evitar ser sorprendido, no secretar el secreto.

En términos de Deleuze y Guattari, los aparatos estatal y lingüístico alcanzan su manifestación condensada, su mínimo común múltiplo, en las denominadas palabras de orden , funciones de una lengua mayor , de una lengua oficial o vernacular que, a título permanente, reproduce sus principios y asegura su expansión (Deleuze, 1990: 44). Así pues, fijando, manteniendo, dividiendo, separando es como los órganos y los saberes oficiales luchan contra los flujos mínimos. Sea que se soslayen los asomos imperceptibles ; sea que se procure la domesticación de los devenires minoritarios ; sea que se opere por omisión, por distanciamiento, a título implícito o del modo más agresivo. Y es que los nomadismos no se circunscriben a la pura dislocación física, a la mera sofocación indecisa, pues habitan en todas las respuestas u operaciones apenas esbozadas ; en los más leves virajes; en cada disconformidad ; e incluso, y sobre todo, cuando éstas maniobras han sido silenciadas o desoídas .

Sin embargo, los microfascismos reaparecen en las manifestaciones y fenómenos más distantes del poder; habitan, como posibilidad, cualquier manifestación rizomática (Deleuze y Guattari, 1988: 15). Una razón más para advertir que no se trata de focalizar el radio de acción del poder; de sociologizar su entendimiento por la vía de las clases dominantes y los alcances macroinstitucionales ; o de psicologizarlo a punta de constructos como el “interés”, la “voluntad” o el “sadismo” de unas cuantas personalidades . Es preciso desbordar la figura piramidal del poder, válida tal vez para su funcionamiento clásico pero definitivamente ajena al orden burgués y a la progresión geométrica del desarrollo capitalista. Menos preocupado por una continuidad histórica que suele configurar bloques irrestrictos, el poder moderno tratará de diseminar, en su horizonte geográfico , el mayor número de mecanismos de control. En vez de otorgarle prioridad a las grandes estrategias, lo que el poder moderno fomenta es el ejercicio simultáneo, en paralelo, de innumerables disciplinas .

Así, pues, los devenires , explícita o implícitamente contestatarios, suelen disfrazarse de incomprensión , de intransigencia o de radicalidad ; de falta “ a ” la orden, o de falta “ en ” el orden; de pérdida de orientación, de dispersión del sentido, de errores u horrores . Sin embargo, no cabe un entendimiento rígido de tales ocurrencias, máxime si se considera que tales fuerzas operan al lado de otras líneas de fuga , constituyendo en esa asociación imprevisibles traiciones a las expectativas cifradas e, incluso a las ya convenidas modalidades de protesta: casilleros en los que el poder hospeda a las reacciones negativas. Hay una labor de contraespionaje , de robo , de bombardeo interno, de efecto en boomerang , de estrategia fatal , que permite a los lobos actuar como Caperucitas, a los guerreros como presas, y a los vengadores como párrocos. No es infrecuente que las potencias indómitas aparenten docilidad mientras maquinan su reacción, mientras apilan recursos y se hacen sedes de nuevos agenciamientos .

Retornemos al poder: conforme los sujetos ascienden de status o “maduran” sus cronologías, en la medida que “progresan” cultural y profesionalmente, suelen verse maniatados por la corrección y las “buenas formas”; tratando de “expresarse mejor” o de “aspirar a más”; portarse “a la altura de las circunstancias”; de “pensar” y “ser pensados” del modo más correcto . Es ahí donde la pragmática del habla abona el terreno para todas sus consignas , incluyendo entre éstas no sólo las órdenes explícitamente autoritarias, sino a todos y cada uno de los enunciados que nos remitan a las llamadas “obligaciones sociales”. Las consignas , debe recordarse, son reiterativas en más de un nivel y lo más contundente de su impacto no se liga directamente al orden de los contenidos que transmite, o de los supuestos valores que toma como referencia, sino al de los formatos en que se inscribe su manifestación. Sólo así se explica la obsesa frecuencia con que se les afirma y la exigencia performativa en que apoyan su acontecer (Deleuze y Guattari, 1988: 84-5). Por cierto, los denominados actos del habla podrían ser descompuestos en tres planos, de repente inextricables, aunque analíticamente distintos:

El acto como acción , implícitamente ligado a una reacción posible y necesaria. Manifestación que se conecta a un patrón de estímulos y respuestas inscritos en una secuencia reconocible.

El acto como actualización. Sintagma que quiebra la quietud paradigmática. Performance que, en su producción y dinámica singulares corrige e, incluso, desvirtúa la pura y virtual competencia .

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