Rafa Mota - Respiré y me hablaron las hormigas

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"Y un día, como si del fin del mundo se tratara, todo se de¬rrumba.
Todo se rompe.
Todo se esfuma.
Todo se apaga.
Tan oscuro se queda todo que no hay palabras para expresar el terror que uno siente en esos momentos…".
"Así empezó todo.
Esta es mi historia. Íntima y personal. Alejada de «recetas mágicas» para el éxito, «secretos» para alcanzar la felicidad o «fórmulas» para ser «estupendas» y «estupendos». Con este libro quiero transmitirte que, aunque tu mundo se derrumbe y tu mente «te cuente» que no hay salida, ahí dentro, en pleno «agujero negro», hay una fuente inagotable de información e inspiración y que, si te abres a ella, te llevará a donde nunca hubieras imaginado." Rafa Mota En «Respiré y me hablaron las hormigas», el autor te acompaña, desde su propia experiencia, en el difícil viaje hacia el interior de ti mismo. Si buscas un nuevo paradigma, este libro cambiará tu mirada, te aportará claridad y te abrirá las puertas a una transformación profunda y verdadera.
Es hora de COMENZAR A VIVIR

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Todo aquello que me hicieron a mí y que tanto rechacé, lo acabé haciendo yo con los demás. Todo aquello que tanto me dolía, lo acabé practicando yo.

Por fin, después de medio siglo -y vete a saber si de muchas vidas más-, he empezado a cuadrar el juego de las relaciones humanas y ahora sí parece que ha empezado a amanecer.

Hoy nos veo a ellos y a mí -a mis padres y a mí- sin trampa ni cartón. No hay mayor regalo que la VIDA te rompa las gafas con las que miras. A mis padres, ahora puedo aceptarles tal y como son, y empezar a amarlos sin condición.

Después de todo, yo no era ni el “bueno” ni el “malo”. Ni el “responsable” ni el “irresponsable”. Ni el “trabajador” ni el “vago”. Ni el “egoísta” ni el “agradecido”. “Yo” era YO. El REAL. Pero ellos no me veían a mí. Veían al “otro”, al que yo “debía” ser según ellos. El “ideal”.

Y así me he pasado la vida. Intentando “llegar” a un listón que solo existía en la mente de mis padres. Intentando rebatir lo que ellos decían de mí. Intentando “demostrar” que no era cierto lo que “veían”. Intentando cambiar la “idea” que tenían de mí. Sin saberlo me he pasado toda la vida luchando contra una “idea”. Y eso me ha llenado siempre de frustración.

Desde niño aspiré a contentarles, pero nunca lo conseguí…

Ahora sé que mis padres también fueron niños. Que sus padres -mis abuelos- ya les privaron de la CONFIANZA. Lo mismo que sus padres -mis bisabuelos- habían hecho con ellos… Y, así, sucesivamente, hasta llegar al origen de los tiempos, cuando el primer humano, por MIEDO, se olvidó de CONFIAR y empezó a pensar una “idea” de cómo debían ser él y la VIDA para tenerlo TODO “controlado”.

Y mientras ellos, los adultos, quieren tenerlo todo controlado, nosotros, los niños, con tal de conseguir que nos “vean” hacemos lo que haga falta. Incluso enfermar. Y nos vamos alejando de nuestra luz original. Vamos dejando de ser genuinos...

Hasta el pasado verano, unos cincuenta años después, he estado esperando a que mis padres fueran de otra manera. A que fueran otros. A que la VIDA fuera otra. A que yo fuera otro.

Por el camino, durante todos estos años, mientras esperaba que todo fuese de otra manera, me asfixiaba y, asfixiado, me rebotaba. Así aprendí a chulear. A atacar. A buscar bronca. A discutir. A destruir. A gritar. Aprendí y lo hice todo a las mil maravillas. Y solo para decir... “¡eh, que estoy aquí y soy lo que soy!”.

Queriendo que me vieran y me aceptaran conseguí algo muy distinto: que me “etiquetaran”. Y “etiquetado” como un embalaje, me creí todas las etiquetas…

“Chulito”, “egoísta”, “irresponsable”, “desagradecido” ....

Y seguí asfixiándome más y más y más.

Hasta que un día todo estalla y entonces, se abre una probabilidad de empezar a RESPIRAR.

La negación

Como por aquí abajo las cosas no pintaban demasiado bien y el mundo que me esperaba era un poco “raro”, la VIDA decidió enviarme directamente a la incubadora a pasar un tiempecito, como cámara de despresurización, para que así, el aterrizaje no fuera tan impactante y me fuera acostumbrando poco a poco a la densidad de este planeta.

Durante el parto empecé a asfixiarme y fue cuando, corriendo, me metieron en la incubadora. Probablemente, por eso empecé a luchar como un jabato desde el primer día, mientras los médicos diagnosticaban que, si sobrevivía, que no estaba claro, lo haría con algún tipo de daño cerebral o algún tipo de parálisis.

Aquello debió ser una guerra. No la recuerdo, claro. Pero en mi inconsciente está todo grabado. Mi terror a la soledad, por un lado, y mi piel hipersensible, con toda clase de reacciones, por otro, me lo han estado recordando toda mi vida. Ante la soledad, he montado tinglados durante años y ante cualquier peligro, mi piel activa su defensa.

Con un parto larguísimo y lleno de complicaciones, las circunstancias me obligaron a vérmelas con la mismísima muerte. Lo hice solo, en el habitáculo de esa incubadora, que no era ni mucho menos como el de las de ahora, en las que los padres te pueden incluso tocar. Allí dentro, solo, mi instinto depredador se desarrolló más de la cuenta.

Quizá fue mi energía, quizá estaba escrito, quizá fue mi cuerpo, quizá es que tenía que llegar hasta este libro, la cuestión es que los médicos erraron en su diagnóstico y la VIDA pudo más que cualquier otra cosa.

Así fue mi entrada “triunfal” en esta realidad.

Como de recién nacido conseguí salirme con la mía, todavía en pañales, interpreté haber ganado un pulso: “cuidado mundo, que aquí estoy yo” y me programé perfectamente para ser un personaje terco, prepotente, obstinado y orgulloso.

Ahí empezó “mi error de percepción”: entendí que fui “yo” quien ganó la partida, cuando en realidad fue ELLA -la VIDA- la que quiso seguir viviendo. En fin, un “error” de peso: de la soberbia de ganar a la humildad de agradecer, me quedé anclado en lo primero. Empecé a plantarle cara al mismísimo Universo. “Creí” que estaba ganándole la partida a Dios y de bebé ya empecé a venirme arriba.

Me recuperé muy bien. Pude continuar adelante, sano y salvo, aunque con el sistema inmunológico tocado para siempre -o no-

Allí dentro, en la incubadora, fui acumulando MIEDO, pánico, tristeza, rabia, frío, soledad, frustración, abandono y separación. Evidentemente nadie tuvo la culpa. Sucedió así. Era algo que yo tenía que experimentar. Así que lo viví y lo superé, pero toda esa densidad emocional, ahí se quedó. En lo profundo. En las células, en la biología. Mi cuerpo acumuló en aquel mes y pico combustible suficiente para hacer lo que ha sido un viaje explosivo.

Poco a poco, fui convirtiéndome en un “cocktail molotov” y me perdí una y otra vez en guerras absurdas contra todo lo que se movía. Y es que, dentro de aquel minúsculo habitáculo, en la incubadora, empezó mi guerra particular: el terror a la soledad y al abandono y mi empeño por no sentir ni lo uno ni lo otro. Esa ha sido la constante de mi vida. Huir de mi propia incubadora.

Con un profundo sentimiento de “no pertenencia” -nacer y no aterrizar en los brazos de mi madre me hizo sentir de ninguna parte-, mirar el cielo me apasionaba. El infinito, la inmensidad del cosmos, las estrellas… No sé muy bien lo que me atraía, pero era una mezcla de misterio, terror, curiosidad y fascinación. Algo resonaba de manera muy profunda en mí. E intuía “cosas” que no podía explicar. Supe, sin saberlo, que yo era parte inseparable del infinito.

Durante toda mi infancia, y prácticamente toda mi adolescencia, sentí una hipnótica atracción por las oscuras noches estrelladas y por el misterio del cosmos. Me pasaba muchas noches en la azotea de casa, embobado, con la mirada perdida en la grandiosidad del cielo, viendo las estrellas y haciéndome preguntas.

¿Qué es el Universo?

¿Qué es la VIDA?

¿Qué es la muerte?

¿Existe Dios? Y si existe, ¿qué es realmente?

¿Qué somos?

¿De dónde venimos?

¿A dónde vamos?

¿Qué hacemos aquí?

¿Qué es el espacio?

¿Qué es toda esta inmensidad que nos rodea?

¿Para qué vivimos?

¿Hay vidas pasadas?

¿Existe vida extraterrestre o somos nosotros mismos que venimos desde el futuro a visitarnos?

¿Hay otras dimensiones y seres evolucionados que no podemos ver?

¿Cómo es posible que las pirámides de Egipto estén alineadas con la constelación de Orión? -mi fascinación por las pirámides era tan grande que siempre creí que en alguna otra vida había sido egipcio-

Era solo un niño y me hacía preguntas así de trascendentes. En mi entorno, los “mayores” decían que todo esto eran “tonterías”. Tonterías de “rarito”. “El especialito” -me llamaban-.

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