—Difícilmente podría usted esperar de mí que reparase en algo tan trivial como eso —dijo Manfred.
—Tanto Lemerre como Petit y Cloutier, a quienes he interrogado por separado, se fijaron en ello y lo mencionaron de manera espontánea —le reveló Gorski.
—Quizá solo uno de ellos se dio cuenta e hizo que los demás reparasen en ello.
Manfred pensó que aquel había sido un comentario muy sagaz. El detective inclinó la cabeza como para reconocer que eso era una posibilidad. Manfred sintió que había ganado una pequeña batalla.
—Ellos se sientan al lado de la puerta. Es poco probable que se les pase por alto una mujer vestida de manera provocativa —añadió.
—Yo no he dicho que Adèle fuera vestida de manera provocativa. Solo he dicho que se cambió de ropa.
Manfred se quedó de piedra. Mejor sería que cerrase la boca.
Gorski dejó que sus palabras permanecieran suspendidas en el aire unos momentos.
—Por supuesto, tiene usted razón —prosiguió—. Desde su posición aventajada, difícilmente podrían no haber reparado en que Adèle se había cambiado. Pero, si no me equivoco, usted estaba junto a la barra, pegado a la puerta del pasaplatos por la que salió Adèle. Siguiendo su lógica, se antoja todavía menos probable que no notase usted esta transformación.
—Pues no lo hice —dijo Manfred.
Gorski juntó las manos delante de su cara y entrechocó los índices. Manfred intuyó que aquella agonía llegaba a su fin.
—Abandonó el restaurante al poco de marcharse Adèle, la hora concreta carece de importancia. —Adoptó un tono desconcertado, como si meramente pensara en voz alta—. ¿Vio usted en qué dirección se alejaba ella?
—Como ya le he dicho antes, no la vi.
—Y mientras se dirigía caminando hacia su casa, ¿vio a algún joven que pudiese estar esperando a…? —Escogió la palabra con cautela—: ¿una cita?
—No. —Estaba dejando traslucir su irritación.
—Y si yo le pidiera que me acompañase a comisaría para firmar una declaración a tal efecto, ¿manifestaría lo mismo?
—Sí —dijo Manfred. Su rumbo había quedado fijado la primera vez que habló con el policía. Difícilmente podía cambiar de curso ahora.
—Muy bien. —Gorski arrastró su silla hacia atrás con mucho estrépito—. Mis disculpas por haber interrumpido su almuerzo.
La copa de vino de Manfred estaba vacía, pero no se atrevió a pedir otra. No quería que pareciese que su encuentro con Gorski lo había desconcertado. Pasteur seguía sacando brillo a las copas detrás del mostrador. No miró hacia Manfred. Marie tenía la mano posada sobre el hombro de la nueva camarera y le indicaba que recogiese una mesa que acababa de quedarse vacía.
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