¿Whisky?
Era lo que todos los malditos como él bebían.
—Sabía que vendrías—dijo con voz ronca. Mis piernas fallaron. Iba a caerme al escuchar su voz.
Ese hombre desprendía lujuria y peligro.
Otra mujer estaría a salvo con él. Otra que lo quisiera.
él jamás se fijaría en ti, pensé.
¿Acaso eso me importaba?
—Dámelo—le dije, suponiendo que él sabía a lo que me refería. Él o cualquiera de sus locos amigos tuvo que haberlo sacado de mi mochila.
—Mis sospechas eran ciertas. Si no, no hubieses venido hasta acá por tu cuenta.
—¿De qué mierda hablas?
No podía verlo, estaba oscuro, solamente miraba su silueta, su gran y fuerte silueta, y en el aire. Su aroma. Su maldito aroma, humo y menta.
—Ven aquí—pidió—si quieres que te lo regrese.
Maldito hijo de perra.
Me acerqué enfurecida, hasta que una luz sobre él se encendió. Tenía sobre sus manos ahora lo que era mío.
El maldito cuchillo.
El cuchillo con el que se suicidó mi hermano.
El objeto con el cual me desahogaba.
—Entonces tus marcas se deben a esto—lo sostuvo en el aire.
Él no tenía derecho a cuestionar o hacerse ideas. Él no me conocía.
—Dámelo, no tengo que darte explicaciones.
Me miró serio. Más de lo normal.
—¿Crees que sufres?
¿Cómo se atrevía? Mi sangre hervía. Quería matarlo, con ese mismo cuchillo.
Él no tenía idea. Si no lo hacía, no podía controlarme. No podía ser yo. No podía ser Tate, era otra cosa. Gracias a la sombra que me acompañaba.
—No me conoces.
—Claro que no, pero adivino. —expresó con frialdad—eres una chica rica, que se enojó con sus padres por el suicidio de su hermano. Que seguramente era un pendejo rico también, que usaba el dinero de papá y mamá para salir de fiesta. Alguna chica no le hizo caso y se cortó las muñecas. ¿Adivino? —volvió a decir—con este cuchillo.
Él no tenía idea de lo que decía. Más sin embargo continuó.
—Luego está su querida hermana, que como no obtiene lo que quiere, huye de casa, con miles de dólares que cuando se acaben, papi y mami le enviarán más.
—Cállate. —dije cerrando los ojos.
—La chica de mami y papi se corta a sí misma para llamar la atención. No tiene los cojones para suicidarse, porque lo único que quiere es eso, atención.
—¡Cállate! ¡Cállate! —me llevé las manos a la cabeza. —¡Dame el maldito cuchillo! Me largaré de aquí cuando lo hagas y puedes continuar con tu maldita vida. ¿Te crees muy listo? Puedo adivinar tu maldita vida también. Pero déjame decirte que no has atinado nada, más que sí, con ese cuchillo que sostienes en las manos, mi hermano se cortó las muñecas. Y yo alivio mi dolor intentando cortar las mías a diario, sé que algún día lo haré. Y si quieres puedes verlo.
La expresión de William cambió.
¿Creía que me iba a derrotar? Yo podía jugar ese juego. Como lo dije antes. El no cortarme me convertía en una maldita pesadilla.
—Eres Lucifer, pero no te gusta que te llamen así. Te escondes bajo ese traje, una maldita fachada. Puedo adivinar que eras un maldito profesor. ¿Sabes por qué? —no dijo nada—Porque te pareces a uno que conocí en el pasado en otra ciudad. Doy mi maldita vida por ello. ¿Chicago? Te pareces mucho a él o es tu doble, una mierda así. Pero no eres lo que finges ser acá. Y el tema del suicidio vi que te afectó. ¿Qué? —William estaba ya de pie—¿Acaso tu maldita esposa te dejó y se suicidó como mi hermano? ¿O tu hermana? Sé que te afectó. Ahora dame mi maldito cuchillo y acabemos con esto de una buena vez, maldito hijo de puta.
Caminó a grandes zancadas hasta dónde yo estaba.
—¿Quién mierda eres? —preguntó. Parecía asustado.
—Seré tu maldita pesadilla, si no me entregas el cuchillo.
Tomó mi mano con fuerza y puso el cuchillo en ella.
Regresó a su asiento, y se tomó todo el trago de un solo sorbo.
—Eres muy buena. Vas a conseguir que te maten si no logras controlar esa boca, Tate. ¿Chicago? Sí. Seguramente fuiste una de mis alumnas, una a la cual no quise follar.
Parpadeé un par de veces. Tenía el cuchillo en las manos y lágrimas en los ojos. ¿Qué mierda había pasado? William me observaba.
—¿De qué hablas?
Me miró extraño. Estaba sudando, se quitó la chaqueta que llevaba y se quedó solamente con la camiseta blanca manga larga. Las enrolló y dejó al descubierto todos sus tatuajes. Llevaba tatuajes en los nudillos, las muñecas y antebrazos, y sabía que debajo de esa camisa también.
A excepción de Bones que también tenía en el cuello como su hermano.
William era más maduro y más interesante de ver y conocer.
—¿Por qué dices que era un profesor?
Miré a mi alrededor.
—Tienes libros por todos lados. Dudo mucho que te guste leer a estas alturas. Creo que quieres conservar algo, siempre conservamos algo de nuestro pasado. Yo conservo este cuchillo y tú tus libros. Simplemente lo deduje. No estoy segura. Y Chicago, ciudad cara, eres rico.
William no decía nada.
—¿En verdad quieres trabajar aquí? —preguntó.
—Creo que es tarde para eso. Nunca seré bailarina en este lugar, empezamos con el pie izquierdo.
—Yo creo que estamos a mano. Ahora lo de ser bailarina, no lo creo. ¿Eres puta?
La pregunta me ofendió.
—¿Ellas son…
—Sí, son putas. Quieren serlo, no las obligo. Tienen su propia vida, pero deciden trabajar acá. Eso me da mucho dinero y a ellas también.
Jamás lo pensé así.
—Te veo sorprendida. ¿Acaso pensabas que era un jodido secuestrador de mujeres o una mierda así?
—La verdad es que sí. Y me disculpo por eso.
William sonrió. Mostró sus dientes blancos y perfectamente alineados. Se pasó las manos por el cabello ahora desordenado y me contuve de dejar salir un gemido. El tipo estaba caliente.
Era jodidamente guapo.
—Te disculpas por eso y no te disculpas por toda la mierda que acabas de decir hace unos minutos. ¿Quién jodidamente eres, Tate?
—Tú tampoco te disculpaste. Seguramente hiciste clic en algo en mí que no me pude contener. No vuelvas a hacerlo, por favor.
Me miró de soslayo. Si le parecía rara, no era la primera persona. Sé que no estaba bien de la cabeza gracias a mis padres.
Lo sabía con perfección. Pero tenía mi cuchillo, podía sacar todo lo malo en mí abriéndome la piel.
—Podría follarte ahora mismo, si no estuviera enfadado contigo ahora y borrarte lo que sea que te atormente.
¿Y ese cambio a qué se debía? Necesitaba sentarme. La forma de hablarme no me estaba ayudando en nada. Era una buena oferta, pero yo también estaba enfada con él.
—Siéntate—me dijo.
Hice lo que me pidió y guardé el cuchillo dentro de mis pantalones. William observaba cada uno de mis movimientos.
—Si realmente quieres trabajar, lo harás. Como mesera.
Eso no iba a funcionar. Pero ya estaba dentro.
—¿Por qué no como bailarina?
Sabía que ser bailarina era acostarme también con los clientes. Algo que me daba igual, aunque había un problema.
Pero podía también elegir, no acostarme. Él lo había dicho, no las obligaba. Las mujeres lo hacían por dinero. Yo solo necesitaba hacer mi trabajo.
William me miró serio, como si la pregunta lo hubiese simplemente ofendido. No entendía por qué y tampoco iba a preguntárselo. Lo de nosotros dos estaba totalmente fuera de lugar, las cosas horribles que nos habíamos dicho el uno al otro, era algo que estaba marcado entre los dos.
—Serás una bailarina cuando enamores de mí.
Me reí.
—Eso no pasará jamás.
Nos dedicamos una mirada de odio ambos.
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