¿Qué mierda sucedía en esa ciudad? Todos pensabas que era una maldita niña.
—No eres de aquí ¿Cierto?
No iba a darle ningún dato mío a ningún extraño, así que me encogí de hombros.
Cuando terminé mi trago, el tipo me sirvió otro. Sonriéndome con una mirada lasciva. Me lo bebí y tomé mi mochila del suelo. Saqué un billete de veinte y se lo entregué.
—Va por la casa—volvió a decir.
—Gracias.
En cuanto me levanté, me sentí mareada. Me agarré de la orilla de la barra e hice lo posible por mantenerme así y salir.
Vi al chico de la barra, estaba sirviendo una cerveza en el otro extremo. En cuanto a mí, caminaba hacia la salida y me di de bruces con un pecho duro. De inmediato su aroma inundó mis fosas nasales, aspiré hondo y levanté la mirada.
Un gran hombre esbelto con traje de tres piezas y tatuajes.
Esperé un instante a que aquel hombre se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, me quedé rígida lejos de él para ampliar mi camino visual.
Era alto. Delgadez atlética, pero lo que más me intrigaba no era su barba crecida, sino la forma en cómo me miraba. Su rostro era hermoso, cada centímetro de su cara había sido esculpida a la perfección.
Cabello perfectamente peinado hacia atrás.
Mirada oscura, ojos grises intenso. Y barba perfecta y crecida.
Tenía la boca en línea recta y respiraba casi gruñendo.
¿Qué esperaba que dijera?
—Perdón.
Levantó una ceja y me tambaleé. No sabía que dos tragos podían ponerme así. Hacía tiempo que no probaba el alcohol. Me aferré a mi mochila y me aparté para que el hombre guapo pasara de mí.
Me sujetó del brazo fuerte y sentí un escalofrío apoderarse de todo mi cuerpo.
¿Qué fue eso?
—Ven conmigo—me dijo con voz ronca.
Oh, por Dios. Este hombre iba a lastimarme.
Me zafé de su agarre y corrí hacia la salida.
—¡Joder! —escuché que gritó detrás de mí.
Un auto frenó y sentí rechinar las llantas y ese sonido contrajo mi nuca y el olor a neumático quemado llegó a mi nariz. Seguido del impacto en mi cuerpo siendo lanzada fuera de ahí. Estaba tirada en el pavimento mojado. Había comenzado a llover. Y yo iba a ser atropellada.
—Mierda—dijo alguien tirado al lado mío.
¿Él me había salvado?
—Joder, William—el hombre de traje del club estaba ayudando a levantarse—te dije que no vinieras detrás de esta perra.
¿William? ¿Había escuchado bien?
Me levanté como pude aun sintiéndome mareada, no iba a quedarme ahí, esos tipos eran raros. Caminé como pude a la acera y me abrí camino.
—¡Oye! Joder, ven aquí.
—Vete a la mierda, no te conozco—le dije.
Llegó hasta a mí, dejando a su amigo atrás.
—He salvado tu puta vida ¿Y así es como me pagas?
Tragué en seco.
—Gracias, pero esta soy yo yéndome.
Me giré y de nuevo estaba frente a mí.
—Y este es el maldito gerente que buscabas. Ahora dime, ¿Quién coño eres?
Oh, mierda. El dueño de ese bar.
El Cielo ese era el nombre del club, ahora lo recuerdo.
—Soy Tate, y —me removí incómoda—Y quiero trabajar en el El cielo.
Me estudió con la mirada. Escuchaba los autos volver a su curso normal. Su amigo detrás de él esperándolo. El tal Lucifer o como sea que se llamase, estaba viéndome ahora de pies a cabeza.
—¿Dónde están tus malditos padres?
Eso me hizo enfadar. No tenía derechos a hacer preguntas.
—Vete a la mierda, no necesito darte explicaciones, si vas a darme el trabajo dímelo ahora, sino me marcharé, otros clubs me querrán.
William miró a su amigo sobre su hombro.
—Te dije que la perra tenía agallas.
—Deja de decirme perra—le pedí echa una fiera—Me llamo Tate.
—La maldita perra Tate tiene agallas—dijo en vez.
Maldito psicópata.
De nuevo estaba mareada, sentí mis ojos moverse hacia atrás y las manos frías de Lucifer sostenerme en el aire.
—Mierda.
Bones se acercó rápidamente y tocó mi cara.
—Mierda, la han drogado.
¿Drogado?
Capítulo
3
Lucifer
Ella estaba discutiendo con Bones, uno de mis mejores amigos. Él y su hermano habían salvado mi maldita vida, y teníamos este club. Éramos socios, este club era nuestra salvación y también nuestra pesadilla muchas veces. Bones y Vill eran hermanos de sangre y yo no, pero como si lo fuera.
Bajé y varias perras querían mi atención. Pero en mi pensamiento solo había una, ¿Quién era la rubia que había llegado a mi club con una mochila? Se le vía desesperada.
—¿Qué mierda sucedió? —les pregunté.
Bones se llevó las manos al cabello, eso hacía cuando estaba cabreado, además de neurótico.
—La perra se volvió loca. Dijo que quería hablar con el gerente.
Gerente, no lo llamaría de esa forma. Yo era el puto amo del lugar. Entonces ella quería hablar conmigo.
—¿Y qué quería hablar conmigo? —pregunté.
—Quería trabajar aquí, dudo mucho que de mesera. La perra quería bailar o una mierda así.
Eso me cabreó.
—¿Y por qué la has echado?
Bones me miró mal.
—¿Acaso no la viste, hermano? La chica es demasiado joven, no queremos a los malditos federales acá.
—¿Le pediste identificación?
—No fue necesario, mayor de edad parece, pero no creo que tenga la piel ni las ganas de ser parte de nuestras perras. La he echado, era demasiado sospechosa. Insistía en hablar contigo.
Mierda.
—¿Adónde se ha ido?
—No lo sé. Y no es buena idea que vayas tras de ella.
Lo señalé de inmediato. Nadie me daba órdenes, ni siquiera mis hermanos.
—Si ella quería hablar conmigo, lo hubieras respetado.
—Hermano, ¿Estás hablando en serio? La perra está loca.
Salí por la puerta principal, encontrándome a uno de nuestros guardias, me hizo una seña en forma de saludo.
—¿Adónde se fue la chica, Taylor?
—Creo que entró en uno de esos bares.
Mierda.
—Lucifer, no vayas detrás de ese coño.
No le hice caso.
—No te metas.
—¡Lucifer! —me gritó y me paré en seco. Odiaba que me llamaran así. Eso pertenecía al pasado.
Me giré y lo vi. Mi mirada llena de odio y fuego. Odiaba ese sobrenombre, odiaba el lugar donde me llamaban así. Odiaba por quien había dejado de llamarme así.
Es por eso que Bones y Vill me habían decidido llamarme por mi nombre.
—Deja de llamarme así, Alexander o romperé tu linda cara.
Bones se echó a reír.
—Prefiero que me llamen monstruo, ya sabes, por el tratamiento de huesos que doy.
Era un maldito sádico.
Yo era oscuro, él era sádico y su maldito hermano menor era un psicópata villano que follaba en silencio con mujeres casadas.
Yo las elegía silenciosas, al grano y sin más. No era selectivo y tampoco me importaba repetir.
Me acerqué a él hasta que sintiera mi aliento.
—Vuelve a llamarme así y romperé cada uno de tus huesos.
—Joder, solo era una broma, hermano.
Levanté una ceja.
—Lo sé.
Me di la vuelta y me abrí camino. Sabía que Bones venía detrás de mí, siempre cuidaba mi espalda.
—¿Dónde está Vill? —le pregunté sin mirarlo.
—Jodiendo algún coño.
—Deberías estar haciendo lo mismo.
—¿Y perderme esto? Jamás. No sé por qué vas detrás de esa chica. ¿Tengo que recordarte lo que te pasó la última vez cuando salvaste a una?
No me detuve.
Hice esos pensamientos a un lado. Bones tenía suerte de que no pateara su culo en esos momentos. Hablar de ella también estaba prohibido.
Fue entonces cuando la vi. Se levantaba con mucho cuidado y el tipo de la barra la observaba. ¿Cuánto había bebido?
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