Entré para ir por ella cuando se dio de bruces en mi pecho.
—Perdón—dijo.
Sus ojos grises claro se clavaron en los míos.
Ella era hermosa.
Ella no pertenecía en estos lugares. Joder, ella iba a joderlo todo y el sonido de mi corazón me lo estaba avisando.
…
—¿Dónde están tus malditos padres? —le pregunté.
—Vete a la mierda, no necesito darte explicaciones, si vas a darme el trabajo dímelo ahora, sino me marcharé, otros clubs me querrán.
Miré a Bones. Ella tenía agallas.
—Te dije que la perra tenía agallas.
—Deja de decirme perra—le respondió—Me llamo Tate.
Tate, Tate, Tate. Empezaba a obsesionarme con ese nombre.
—La maldita perra Tate tiene agallas—dijo Bones, eran unos malditos niños.
Tate me miró con temor. Se tambaleaba. Algo no andaba bien. Sus ojos estaban brillando demasiado, tenía las pupilas dilatadas.
—Mierda. —dije cuando cayó en mis brazos, estaba sudando frío.
Bones se acercó rápidamente y tocó su cara.
—Mierda, la han drogado.
Un auto derrapó cerca.
Vill.
—Ya era hora que aparecieras. —le dijo su hermano—¿La perra casada te dejó ir?
—Vete a la mierda, hermano—dijo entre dientes.
—Ayúdame a meterla al auto—le ordené.
Daniel era un chico fuerte, Vill. Así le gustaba que lo llamaran. No era tan listo como nosotros, era ingenuo en algunas cosas, pero para otras, era un maldito psicópata como su hermano mayor. Era el genio de la tecnología y quien borraba nuestros rastros.
Su único defecto y debilidad. Los coños casados.
Tenía un jodido fetiche por meterse con mujeres prohibidas. Y las perras, caían, era un chico apuesto, jodido, pero caliente.
—Vamos—le dije a Bones, sabía lo que teníamos que hacer.
—Joder, sí. —estaba ya excitado.
Entramos al maldito bar de mala muerte donde habían drogado a Tate y nos acercamos al tipo de la barra. Estaba ya pálido.
—Mierda, no sabía que era tu chica. —dijo cagándose en los pantalones, refiriéndose a mí.
Tate no era mi chica.
No todavía.
Miré a Bones. Era su pase.
—No soporto a los abusivos y menos que estén cerca de mi club.
Me sonrió como un maldito lunático. Sacó un cuchillo y saltó la barra. Todos en la zona sabían que no podían meterse con nosotros. Ambos los lanzamos por encima de la barra, llevándonos al chico a la parte de atrás. El maldito hijo de puta de cabello azul le gustaba meterle mierdas a las bebidas.
Era momento de darle una lección.
Ni siquiera sabía por qué me estaba molestando esta vez, pero lo hice. Sino sería otro hijo de puta igual.
—Les juro que solamente quería pasarla bien un rato, no iba a lastimarla.
—¿Alguien te dijo que la drogaras o es parte de tu trabajo hacerlo por diversión? Si había otro hijo de puta igual a él lo sabría.
Bones no decía una maldita cosa, solo quería clavarle el cuchillo entre las costillas.
Miré hacia abajo, el tipo estaba meándose encima.
Joder.
—Déjamelo a mí, William.
—¿Por qué lo hiciste? —me dirigí de nuevo a mi objetivo. —¿Acaso ibas a violarla?
Se abrieron sus ojos como platos. Tenía un sentimiento extraño sobre la violación, era porque sabía lo que eso causaba en una chica. Lo había visto con mis propios ojos. A ella la veía llorar cuando recordaba a su agresor y yo solamente podía borrar lo que él le hacía haciéndole el amor.
Nunca estuve ahí para protegerla, ni siquiera aquel día.
—William—la voz de Bones me trajo a la realidad—Sé lo que esa mierda significa para ti, hermano. No te tortures, dame al maldito.
—Lo juro que solo quería robarle, ella no es de por acá. Y tenía dinero. Lo vi en su mochila.
Maldito idiota.
Pero le creí, vi en sus ojos que decía la verdad.
—Lo juro que no iba a lastimarla.
—Pero estaría inconsciente, sola, vulnerable y además… ¿Quién te detendría?
Sus ojos se abrieron más. El hijo de puta estaba sufriendo un colapso.
Sabía que no solamente le robaría, una cosa llevaría a la otra, la perra era caliente. Joder que sí, era hermosa.
—Por favor, no seas malo. Déjame ir.
Me hizo reír.
—¿Malo yo? —me reí de nuevo en su cara—pero si no te he hecho nada… no seré yo, el malo.
Le di un golpe en el estómago y cayó al suelo. Tenía cosas más importantes que hacer.
—Encárgate de él—le pedí a Bones.
—Cuenta con eso.
Salí de ahí, la gente de ese lugar ni siquiera se había dado cuenta que un chico atrás gritaba por su vida.
Me arreglé la chaqueta y regresé al auto. Me subí en la parte de atrás donde estaba Tate. Todavía inconsciente.
Llevaba una camisa rasgada a la moda, una chaqueta de cuero y converse.
Era delgada, su piel bastante blanca, como si broncearse fuese un insulto para ella. Bones la había llamado Vampira, me pareció gracioso, pero entendía el punto, la chica era hermosa, tan hermosa que no parecía real. Y su cabello, podía sentir el aroma a vainilla desde aquí. Esta chica tenía una casa y había huido.
Miré su mochila, y luego a Vill que miraba todos mis movimientos.
—¿Has revisado su mochila?
—No, porque es tu perra y lo harás tú.
Puse los ojos en blanco. Tenía razón, era mía, y más les valía a los dos entenderlo. Mi mente cuerda, la normal, del hombre y doctor que era, me decía que ese no era un pensamiento adecuado. El llamarla mía.
Pero el otro, el malo. Ese que ella buscaba y que sé que le gustó cuando lo miró, me decía que era eso. Mía hasta saber quién coño era y qué quería conmigo.
Miré dentro de su mochila, tenía poca ropa, su pasaporte, lo abrí y vi su foto, era una chica que había viajado por casi todo el mundo.
Su móvil, era uno caro. Mierda, tenía contraseña.
Miré dentro de su billetera, tenía más de cinco mil dólares con ella. Y billetes enrollados dentro de algunos calcetines.
La miré.
Su boca estaba entreabierta.
Ella era una maldita chica rica.
Tate cole. Tenía veinticuatro años, cumpliría los veinticinco en unos meses.
Joder.
Bones llegó, limpiaba su cuchillo en la parte baja de sus pantalones. Vi la sangre y no me causó remordimiento alguno.
—¿Lo mataste?
—No, pero le hice mucho daño. Resulta que ya había violado dos chicas, no lo maté porque casi me ve un maldito que estaba sacando la basura. Regresaré otro día por él.
—Bien hecho.
Tate se removió incómoda, al abrir los ojos nos miró a nosotros tres. Tres hijos de puta tatuados, ella casi inconsciente y sola en el auto. No dudó en gritar.
—¡Ayu…
Mis manos llegaron a su boca y se hizo silencio.
Las lágrimas rodaron por sus ojos. Y eso me cabreó demasiado.
—Ella está loca—dijo Vill.
Tate los siguió a cada uno con la mirada.
—No te haremos daño—le dije—cállate la puta boca.
—Habla por ti—dijo Bones.
Lo miré mal.
—Que les quede claro a los dos que Tate no puede ser tocada por nadie excepto yo. ¿Quedó claro?
No dijeron nada.
—¿Quieren que vuelva a repetirme? ¿Acaso no fui claro?
—Mierda, lo que sea que digas, Will. —Vill se acomodó en su asiento y puso las manos en el volante.
Vi a Bones.
—Está bien, hermano. Nadie tocará a tu maldita perra.
Regresé la mirada a Tate. Quien no dejaba de llorar. Mierda, odiaba jodidamente eso. Ver a llorar a una mujer.
Ver su vulnerabilidad. Lo detestaba demasiado.
Me gustaban fuertes, perras, con agallas de mandarlo todo a la mierda y hacer conmigo lo que quisieran. Podía permitirlo de una que no significara nada para mí. Era mi maldita debilidad.
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