Sus historias hablan de crisis importantes: situaciones que han llegado a un extremo de dificultad que hacía necesario pedir un apoyo externo. Sus experiencias nos permiten descubrir algunas dinámicas que, en realidad, son comunes a todas las parejas, con sus momentos inevitables de incomprensión. Gracias a ellas, descubriremos la continuidad que existe entre crisis «fisiológicas» y crisis «patológicas». Casi siempre, el origen de las situaciones más graves está en no haber encontrado el modo de hacer frente a los pequeños momentos de crisis cotidiana. También está en que se ha minusvalorado la necesidad de cuidar conscientemente la relación, que hay que volver a amoldar de forma inteligente, varias veces a lo largo de la vida. De hecho, y precisamente por sus particularidades, en el matrimonio (en cualquier matrimonio) se presentan situaciones críticas. No son necesariamente patológicas, pero siempre requieren la capacidad para descubrir qué adaptaciones son necesarias hacer para que la relación siga siendo sólida y vital a lo largo del tiempo. Cada uno de nosotros evoluciona continuamente a lo largo de la vida. Pero esta dinámica se opone a la tendencia natural de la pareja, a mantener constantes los equilibrios iniciales. Es decir, se opone al cambio, con un estado inconsciente de inercia. Eso hace que sea muy importante que el marido y la mujer aprendan a reconocer a tiempo los signos de malestar en uno o en otra, y a tratarlos abiertamente, con total libertad, para buscar nuevos equilibrios.
En cambio, lo más frecuente es que, con intención de proteger la relación y mantener su equilibrio, prefiramos retrasar, esperar, minimizar. Al igual que cualquier otra realidad viva, también la relación de pareja es incapaz de aguantar sin consecuencias el sometimiento a la rigidez y a la compresión en esquemas predeterminados. A falta de una adaptación progresiva y recíproca, pierde la capacidad de dar respuesta satisfactoria a la necesidad vital de desarrollo que tienen los dos.
Cada pareja tiene una identidad propia. Es como un cuerpo vivo, que tiene que crecer y transformarse, y que, para hacerlo, necesita mucha flexibilidad e imaginación. Para vivir bien juntos hemos de aprender a interpretar las dinámicas que están en juego, sin conformarnos con lo que ya creemos saber. Cuando no estamos abiertos al cambio, la relación conyugal tiende a perder la vitalidad y la creatividad del principio. Se vuelve asfixiante e insatisfactoria, y puede desembocar en problemas más graves, que hacen que la situación explote. Es lo que les ha pasado a las parejas que presento. Pero esas historias también nos ayudan a comprender que no hay nada realmente perdido cuando se quiere seguir adelante. Se puede recomenzar. Siempre se puede, también cuando nos encontramos ante crisis que pueden parecer, a primera vista, definitivas.
Una crisis importante, aunque no acabe en separación, siempre marca de alguna forma un final en la relación o, más precisamente, el final de un cierto modo que tenía esa pareja de relacionarse. Para que la relación pueda revivir en plenitud es necesario, entonces, hacer una labor concreta de decodificación y de reconstrucción. Y esta solo puede empezar a partir de la decisión consciente de volver a fundar la propia relación, sobre nuevas bases.
Por eso es necesario plantearse la relación en los términos de un segundo matrimonio: un pacto renovado con la misma persona, a quien se le vuelve a regalar el amor y la confianza. Pero ahora se hace en el marco de una comprensión más profunda de lo que une de una forma tan exclusiva precisamente a esas dos personas que se han elegido al principio.
Si se observa detenidamente, todas las parejas tendrían que hacer un recorrido como ese, sin necesidad de pasar por la experiencia de una crisis grave. La persona elegida por vez primera tendría que ser elegida de nuevo, siempre, cada vez de forma más consciente. Y, por lo menos, una segunda vez.
El resultado de un segundo matrimonio con la misma persona es que la relación se hace más sólida, y también que se renueva. Es una relación que se pone al servicio de una alianza verdadera y definitiva, que sea también capaz de dar una nueva plenitud a la vida juntos.
[1]ROMANO GUARDINI, Volontà e verità, Morcelliana, Brescia 1978, p. 144.
I.
EL MATRIMONIO COMO VÍNCULO ESPECÍFICO
UNA DE LAS SECUENCIAS MÁS IMPORTANTES de la película Shall we dance, con Richard Gere y Susan Sarandon, tiene un interesante intercambio de ideas entre la protagonista y el detective privado, al que ella misma ha contratado para averiguar si su marido la está traicionando.
La mujer pregunta al detective: «En su opinión, ¿cuál es el motivo para casarse?».
El hombre responde: «¡La pasión!». «No», replica ella. Él añade: «Es interesante. Habría dicho que usted era romántica. ¿Cuál es, entonces?». Y la mujer le responde: «Porque necesitamos un testigo de nuestra vida… hay miles de millones de personas en el planeta. En total, ¿qué valor puede tener una sola vida? Pero un matrimonio tiene una promesa de ocuparse de todo… tanto de las cosas buenas, como de las terribles o frívolas. De todo, siempre, cada día. Quien hace la promesa, dice: “Tu vida no va a pasar inadvertida, porque yo voy a ser tu testigo”».
¿Significa esto que la pasión no tiene cabida en el matrimonio? ¿Que el sentimiento no cuenta?
Tal vez, simplemente, es que la pasión y el sentimiento no son suficientes por sí solos para justificar una relación tan compleja como el matrimonio.
En la historia que es el matrimonio, cada uno de los dos es el único testigo auténtico de la vida del otro. Le conoce como nadie más, hasta en los repliegues secretos de su ser. Le conoce y le ve también en esos momentos que él mismo no es capaz de ver. En el matrimonio vemos, cada día, al otro en acción, en todo tipo de situación, en la relación consigo mismo y con el mundo. Podemos observarle como “de espaldas”, es decir, conocer esos aspectos de los que él no es consciente. Le vemos envejecer, le vemos sufrir, le vemos en sus momentos alegres y tristes, cuando está desanimado o confiado. Le admiramos, le detestamos, le amamos, le rechazamos. En todo caso, la verdad es que, cuando la relación es auténtica, el paso del tiempo va a hacerle más valioso e importante, a pesar de las dificultades.
Pero, para que esto llegue a suceder, es necesario volver a definir el matrimonio como lo que es: una relación pensada para perdurar, sin fecha de finalización. Esta característica hace que sea, en el plano afectivo y psicológico, un vínculo muy específico, muy distinto de otras formas de relación, que puedan ser también intensas y significativas, y que no tengan como presupuesto compartido el compromiso recíproco por la continuidad y la duración.
En el caso de los creyentes, este aspecto del matrimonio adquiere una evidencia todavía mayor, porque se fundamenta explícitamente en la promesa libremente otorgada de un vínculo “para siempre”. Aunque todo amor humano contiene la aspiración a la eternidad, el cristiano cree que el sacramento puede actuar para hacer que sea indisoluble. En este sentido, la indisolubilidad es un evento: mediante la intención sincera y la promesa de amor entre un hombre y una mujer, limitados y frágiles, el sacramento da origen a un cuerpo nuevo, inédito e indivisible, en el que la vocación personal de cada uno encontrará la mejor vía para llegar a su plenitud.
También para quien no se identifica como creyente, la duración del matrimonio representa el objetivo al que apuntar: solo cuando el horizonte en el que nos situamos es “para siempre”, la relación entre el hombre y la mujer adquiere el sabor especial de las grandes aventuras, aquellas en las que se despliegan la imaginación y el valor, y que nos obligan a confrontarnos constantemente con nosotros mismos. El matrimonio “para siempre” es el desafío relacional más alto, porque pone en juego todo el amplio espectro de nuestras emociones y de nuestras capacidades: nos pone indefensos ante la otra persona, sin posibilidad de engaño.
Читать дальше