—¡Joder, nena! Estoy completamente...
—¡No me llames así! —vocifero. Ese apelativo me supera.
Alejandro se queda atónito. Empieza a tocarse el pelo compulsivamente y veo en su cara desesperación. Yo caigo de espaldas en el sofá y empiezo a llorar con la cara entre mis manos. Se agacha a consolarme.
—No llores, pequeña. Por favor..., dime qué he hecho.
No puedo parar de llorar. Lo quiero. Lo quiero tanto que no puedo respirar. No puedo controlar esta situación por más tiempo. Necesito decírselo. Necesito que sepa lo que siento por él. Pero, ¿y si él no siente lo mismo por mí? No quiero asustarlo. No podría aguantar que se volviera a alejar. Ya no.
—Por favor... —hipo—, déjame irme a casa —sigo llorando. No puedo verlo, pero noto cómo se pone tenso—. No te voy a dejar..., sólo quiero... hablar con Sara.
—Habla conmigo.
—No quiero asustarte —me recompongo y me limpio las lágrimas con el dorso de la mano.
—No lo harás.
—No sabes lo que dices. No me conoces de nada.
—Déjame conocerte. Ábrete a mí.
Vuelvo a ponerme nerviosa y las lágrimas reaparecen por mis mejillas y ruedan a borbotones. Me levanto y lo aparto. Las palabras salen de mi boca como si me quemaran por dentro.
—¡Estoy muy jodida! ¿Qué quieres saber? —hago aspavientos con las manos—. Hace años alguien me partió el corazón, lo hizo añicos... ¡me destrozó!... —sollozo. Intento respirar—. ¡Aún estoy buscando los pedazos! —su cara es indescifrable—. No quiero..., no podría volver a soportarlo. No quiero que desgarres lo que queda dentro de mí. Pero... pero, ¿sabes qué? Que es demasiado tarde... —mis sollozos se convierten en un llanto espasmódico que me impiden seguir hablando, afortunadamente. Caigo de rodillas en el suelo y mi cuerpo convulsiona al compás de mis gemidos. Alejandro no dice nada. Me mira completamente perplejo. No sabe qué hacer. Después de lo que me parece una eternidad, se agacha y me abraza.
—Por favor..., llévame a casa —le suplico.
—Está bien, pequeña. Te llevaré.
Después de una hora, el tiempo que he tardado en tranquilizarme, Alejandro me ha cogido en brazos, nos ha desnudado a los dos y nos ha metido en la bañera. Casi no hemos hablado. Se ha dedicado a lavarme, acariciarme, besarme y a decirme una y otra vez que todo va a salir bien. Que cuidará de mí. Cuando el agua se ha enfriado, me ha sacado, me ha posado sobre el suelo despacio, y con una toalla me ha secado lentamente todo el cuerpo, venerándolo. Después me ha vestido y me ha sentado en la cama hasta que ha terminado de vestirse él.
Dios mío. Lo amo. Lo amo con toda mi alma.
Aparca el coche en la puerta de mi apartamento y nos bajamos. Cierra, se acerca a mí y me da la mano mientras caminamos hacia el portal. Lo suelto para poder abrir la puerta y, justo después de entrar, vuelve a cogerla de una forma natural, como si lleváramos años haciéndolo, como si el gesto de permanecer unidos fuera parte de nuestra vida.
Aviso a Sara de que entro en el piso y me sorprendo al encontrarme todo tan calmado.
—¡Sara, he llegado!
En ese momento y, aún cogida de la mano de Alejandro, mi amiga sale de la habitación en paños menores jugueteando con Joan que, claramente, le está metiendo mano. Alejandro sonríe, pero yo me disculpo de todas formas. Tras unos segundos, se percatan de nuestra presencia.
—Hola... —mi amiga enseña los dientes, es toda una exhibicionista, no le importa que la vean casi desnuda. Joan se pone tenso y mira a Alejandro como si le tuviera que dar algún tipo de explicación.
—Perdonad. Creíamos que estábamos solos —Sara se disculpa.
—Acabamos de llegar —le informo.
—Vale..., ahora volvemos —empuja a Joan de nuevo dentro de la habitación. Alejandro me gira y me atrae hacia él.
—Bienvenido a mi hogar. Una locura constante —se la presento formalmente.
—No pasa nada —me besa la frente—, pero no me gusta que vivas aquí si esto ocurre muy a menudo —se separa un poco.
—Más veces de las que me gustaría —susurro para mí, pero me escucha y se tensa.
—Lo digo en serio. Esto no me hace ninguna gracia.
—Ya… A mí tampoco, pero es mi casa. Y esa, mi alocada amiga —intento bromear—. No tengo otra opción —me encojo de hombros.
—Sí que la tienes —me he perdido, ve lo confusa que estoy—. Ven a vivir conmigo.
"Hola, me llamo Alejandro, tengo el cuerpo de una escultura griega, follo como un dios, tengo varias empresas, entre ellas el club donde sueles emborracharte, me gustan lo coches caros, colecciono BMW , y conducir como un loco es uno de mis hobbies. Me enfado con facilidad, soy muy irascible y dominante, sobre todo en la cama. Por cierto, me apellido Fernández. ¿Te vienes a vivir conmigo? Te follaré cada día hasta dejarte extenuada. No importa que sólo llevemos dos semanas juntos. ¿Hola?".
Ahora sí que estoy segura de que ha perdido la cabeza. Le acabo de pedir tiempo. Hace dos horas le conté por qué necesito ir despacio. Por qué me dan miedo las relaciones. Le acabo de pedir que me traiga a casa para poder pensar con claridad lejos de él y me viene con esas. Me aparto de su cuerpo.
—No hablas en serio —entro en la cocina. Necesito agua.
—Yo nunca bromeo —dice con voz ronca y segura, y sigue mis pasos.
—Estás loco —no quiero alterarme—. No lo has pensado… —bebo.
—Lo llevo pensando mucho tiempo —eso tiene gracia.
—¿Cuánto tiempo? —cojo la botella del frigorífico— ¡Nos conocemos de hace sólo un par de semanas! —levanto las manos.
—No necesito más. Supe que pasaría desde el primer momento en que te tuve entre mis brazos.
Bebo y cuando termino me limpio la boca con el dorso de la mano.
«Dani, cállate», me aconseja mi subconsciente.
No me puedo callar.
—¿Te refieres a la vez que me echaste de tu casa después de haberme follado cinco veces en pocas horas? Sí, lo recuerdo muy bien. Jamás podré olvidarlo. Recuerdo claramente cómo me sentí al respecto.
No le gusta lo que le digo. Su cabreo aumenta por momentos. Pues que se prepare porque no he terminado. Lleno mis pulmones de aire y sigo.
—¿O te refieres a la vez que desapareciste durante cuatro días? Espera, eso fue anteayer, no se te ha podido olvidar tan rápido. Durante esos días, ¿también tenías claro que viviríamos juntos?
—Sí —dice convencido—, pero tengo que contarte algo... —da un paso acortando las distancias—. Espero que no me od…
—No hace falta que me cuentes nada. No me voy a mudar a tu casa, al menos, no tan pronto. Está decidido.
Sumerge sus largos dedos entre su pelo y tira suavemente de él. Cierra los ojos. Se está desquiciando.
—Por supuesto que está decidido —su imperturbabilidad me enciende, realmente cree con seguridad que me iré con él.
«Claro que lo harás».
Tú, cállate.
Le suena el móvil. Mete la mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta de cuero negro que lleva puesta y descuelga. Salvados por la campana.
—No es un buen momento, después te llamo... No... Ese lunes no puedo viajar a París... No puedo... Está bien —mira su reloj—, estoy allí en media hora.
Me mira.
—Tengo que irme. Id al club. Llámame cuando termines, te recojo y nos vamos a casa.
«¿Ordena, mi señor, algo más?».
—A tu casa —especifico.
—No vamos a discutir sobre esto —me da un beso y se va. Pero no un beso corto y casto. No. Se para frente a mí, con la mano derecha agarra fuerte mi cadera y con la izquierda rodea mi nuca atrayéndome hacia él. Lame mi labio inferior, después el superior y saquea mi boca de manera desmedida y desesperada dejándome claro que no quiere irse. Pero… se va. Y me deja completamente extasiada y mareada. Tengo que agarrarme a la encimera para no caerme de culo. Estábamos discutiendo, ¿no?
Читать дальше